3.- Logroño-Belorado.
El equilibrio entre la noche y el día es dudoso. La luz del
alba penetra de puntillas por la ventana. Bajo esta precaria luz que precede al
amanecer el espejo devuelve la mirada de unos ojos que lo contemplan con
desgana. Ha sonado la señal de embestir el paisaje.
Abundan las vides y los colores ocres. Cruzamos el Alto de
La Grajera y llegamos a Navarrete, organizado alrededor de un monte. A la
salida vemos el pórtico del antiguo hospital como portada del cementerio. Nueva
rotura de la cadena. Pasamos el convento de San Antón donde había un convento y
cuenta la leyenda que los malhechores salían al paso de los peregrinos
disfrazados de monjes para no infundirles sospechas. Poco después está el Poyo
Roldán, cerro escenario de la lucha entre Roldán y el gigante sirio Ferragut,
descendiente de Goliat, que aquí tenía su castillo. Guardaba prisioneros a unos
caballeros cristianos y Roldán le lanzó una piedra a la frente y los liberó.
Una bajada nos deja en Nájera, antigua sede del reino de
Pamplona. Sobre su origen dice la leyenda que el rey García Sánchez III, de
caza, penetró en una cueva donde se le apareció la Virgen. En ese lugar se levantó
el monasterio de Santa María la Real, para convertirse en panteón de los reyes.
La población, de trazado medieval, alargado entre los cerros y el río, está muy
animada. Pensando que desde aquí se desvía el camino para ir a San Millán de la
Cogolla –leyenda de los siete infantes de Lara, Gonzalo de Berceo-, seguimos
por Azofra y llegamos a Santo Domingo de la Calzada, gran constructor del
Camino y patrón de los Ingenieros de caminos, canales y puertos.
Leyenda sobre el gallinero: una familia alemana llegó a
Santo Domingo camino de Santiago. El hijo, Hugonell, rechazó los requerimientos
de la hija del mesonero, quien, en venganza, introdujo un vaso de plata en su
equipaje para acusarle de robo. El joven fue ahorcado, pues tal era la condena
según el fuero de Alfonso X el Sabio. Los padres fueron a Santiago y a la
vuelta pasaron a despedirse de su hijo, que todavía colgaba de la horca, y éste
les habló y les contó cómo Santo Domingo le había sostenido salvándole la vida.
Fueron a ver al corregidor y éste les contestó que estaba tan vivo como el
gallo y la gallina que se comía en ese momento. Las aves se incorporaron y
cantaron. Desde entonces un gallo y una gallina han quedado incorporados al
Camino, así como al refranero: “Santo Domingo de la Calzada, que cantó la
gallina después de asada”.
El sol, al rojo blanco en este enceguecedor mediodía. Los
viñedos, la tierra roja y las líneas quebradas del horizonte van a desaparecer.
Los calores y los colores. Las aldeas se desperdigan, parecen ser convidadas de
piedra en el paisaje, quedan ancladas en el tiempo mientras los peregrinos
continúan su viaje. Cerca de la salida está la Cruz de los Valientes, en
recuerdo de un juicio de Dios, uno de tantos en la Edad Media, para poner fin a
la disputa de unas tierras entre Santo Domingo y Grañón. El camino faldea los
desniveles, inundado de sol, manchado de sol. Todos pedaleamos bajo el mismo
sol.
En Redecilla del Camino, de urbanismo lineal, vemos su rollo
jurisdiccional. Hace calor, como ayer. Paramos en un maizal y nos refrescamos
en su riego automático. Pasamos por Viloria, cuna de Santo Domingo y, por un
tramo algo más verde, llegamos a Belorado, gran centro ferial en la Edad Media.
Nos detenemos para comer, pero el calor hace que decidamos terminar aquí la
jornada.
El pueblo dormita apaciblemente al sol de la siesta y eso
vamos a hacer nosotros. Alta la tarde, paseo perdiéndonos en el silencio de las
calles. El día va envejeciendo. El cielo comienza a perder su luz y hacia el
oeste unas nubecillas se tiñen de arrebol. Se abre otro silencio.
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