domingo, 2 de noviembre de 2014

3.- Jaca-Santa Cruz de la Serós.

Más allá de la ventana está naciendo el día. Nos despierta el callado ajetreo de los de Mallorca, que
ya se preparan, y nos levantamos. Todos llenamos la cocina para desayunar. Salimos guiados por las conchas del suelo de las calles. Los potentes conglomerados que forman la gran cornisa, desnuda de vegetación, de la peña Oroel cierran el paso hacia el Sur, lo que obliga al Aragón a girar en ángulo recto hacia el Oeste en medio de bosque de pino, abeto, roble y encina y sotobosque de aliaga y boj.
Con dirección a Pamplona, pasamos el llano de la Victoria y alcanzamos a los de Mallorca cuya hija está enferma y piensan en abandonar. Seguimos hasta la Casa del Municionero, desvío GR 65.3.2 que nos han desaconsejado, pero decidimos continuar por el Camino. Nos alcanzan los de Málaga, con los que vamos hasta un
merendero. Cruzamos un campamento militar abandonado y, cuando por la derecha desemboca el río Lubierre, que viene de Borau, seguimos a la izquierda por la carretera de Atarés.

El arroyo de Atarés le señala el camino a la carretera, muy sombreada por el bosque. En un alto aparece el castillo de los Moros y después el valle se abre, los árboles ralean, y aparecen los campos de cereal, ya cosechado, y de heno, cortado y dejado a secar. El sol empieza a demostrar su fuerza. Legamos a Atarés, 804 m de altitud, almorzamos, cogemos agua en una fuente, imagen amiga, y hablamos con unos vecinos que nos indican la ruta. Al principio es camino que se convertirá en senda, guiada por un
regato, después. Hay zonas encharcadas, muchas piedras, paredes rocosas y cada vez más desnivel.

Desde el pueblo hemos ido viendo cómo la Peña Oroel gira a nuestra vista. Seguimos subiendo con regularidad de metrónomo entre zonas de sombra y otras desarboladas, intercalando paradas para respirar. El calor endurece la subida. Por esta senda desciende el agua de lluvia, por lo que en algún momento será problemática. Tras superar un desnivel de más de 400 m llegamos a lo alto, a la carretera que va al monasterio de San Juan de la Peña, con algún tramo de sombra y franjas de sol intenso, entre los consabidos pinos y robles y el omnipresente boj.

Calor y cansancio. Llegamos al Monasterio alto, 1212 m de altitud, a la hora de la comida. Después, un vigilante nos avisa del descuento que se hace a los peregrinos en el precio de las entradas.
Visitamos el Museo del Monasterio alto y bajamos al Viejo, mucho más interesante. El pasado está escrito en sus piedras. Estos esplendores medievales, especialmente el claustro de historiados capiteles bajo el techo de roca, tienen una belleza hipnótica. Arte, historia y espiritualidad inundan estos espacios monumentales que irradian energía a nuestra alma eremita, a nuestro espíritu debilitado. Es imposible resumir la belleza y el encanto del lugar en unas fotografías, pero … Los monumentos se conservan donde los hombres han  perecido.

El día va avanzando. Reponemos el agua. No hemos terminado todavía esta etapa, la reina.
Podríamos quedarnos en la hospedería, pero seguimos hasta Santa Cruz de la Serós. El camino sube hasta enlazar con la senda que sale del Monasterio alto y sigue con una impresionante bajada, muy pendiente, entre riscos formidables. El pueblo no aparece hasta casi el final, cuando estamos encima. La mole de la iglesia destaca sobre el caserío del pueblo, 792 m de altitud. Como no hay albergue, nos alojamos en un hostal.

Es la primera etapa que no hemos llegado a la hora de comer. Cansancio. Pasamos la tarde mirando la iglesia de Santa María, único resto del antiguo monasterio, desde la terraza, bebiendo la tarde y una cerveza. La tarde se va deshaciendo imponiéndonos su calma. Tomamos unas notas mientras la tarde cae alrededor. Cae la tarde y el sol ilumina sólo la parte superior de este circo rocoso que rodea al pueblo, la aérea silueta de los picos, la cresta de los picos contra el cielo. El día se prepara para morir. Cena. Mañana no madrugaremos.

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