domingo, 2 de noviembre de 2014

2.- Villanúa-Jaca.

Domingo, día dedicado al sol. Nos levantamos temprano, desayunamos fruta y preguntamos por el Ca

mino. En los mapas hay dos caminos, pero, aunque salimos por el de la izquierda, las flechas nos van llevando al de la derecha. Pasamos cerca de Aruej, pequeño caserío que fue señorío de origen visigótico. Quedan restos de una torre fortificada del siglo XIV y la iglesia románica de San Vicente, del siglo XI.

Algunos tramos boscosos disminuyen la luz ambiente y dan sensación de recogimiento. El suelo es pedregoso por lo que es aconsejable calzar botas. Tras uno de los cruces pasamos por un campamento salesiano. Los chicos y chicas están charlando tranquilamente y no parece que vayan a
iniciar ninguna actividad de momento.

El camino nos deja en una carretera que va al pueblo de Aratorés, situado en un altozano desde donde observa el valle del Aragón, y a Borau, donde estuvo el monasterio de San Adrián de Sasau, que guardó un tiempo el Santo Grial. Nosotros giramos en sentido contrario al pueblo para coger un nuevo camino que nos deja en Castiello de Jaca, en su parte alta. Visitamos la zona de la iglesia románica de San Miguel, donde nos habla el cura que nos pregunta por las credenciales, y descendemos por una calle paralela al arroyo Badiello que divide en dos al
pueblo. Estamos a 921 m de altitud. En el Camino se le conoce como el pueblo de las cien reliquias y hay una leyenda al respecto, pero hemos desayunado poco y el cuerpo reclama atención. En la carretera entramos en un bar y comemos tortilla y croquetas de morcilla.

Reconfortados por el almuerzo y por el sol que ya está algo alto, nos quitamos las prendas de abrigo y seguimos. El día es bueno, hay algo de viento que no ha conseguido despejar completamente de nubes el cielo. Al poco se cruza el arroyo Ijuez. Ahora hay un moderno puente, pero antes de hacía por unas piedras. Esto es el desvío al valle de la Garcipollera, donde está la iglesia de Santa María de
Iguácel, primera muestra del románico europeo en el Alto Aragón.

El día, definitivamente, ha ido mejorando. El sol empieza a calentar y, como la etapa es más corta, paramos a remojarnos los pies en el río, ahora calmo, en sus aguas sombreadas por la vegetación. En esta melancolía vegetal se aprecia el agua como conciencia del paisaje, como sangre de la tierra, como imagen de nuestra andadura renovada. Nuestras vidas son los ríos, la más antigua canción de la tierra. Paladeamos la agradable mañana escuchando el juego del agua, la llamada del río. Aquí conocemos a un matrimonio y su hija –nueve años e igual mochila que los demás- de Mallorca.

La ermita de San Cristóbal y el castillo de Rapitán son los últimos hitos antes de Jaca. Estamos a 818 m de altitud. Jaca está muy animado. Tropezamos con la multitud que sale de  misa de la Catedral. Comemos y vamos al albergue, donde coincidimos con los de Málaga-San Sebastián y con los de Mallorca. Parece una guardería, un cuento. Es una gran habitación separada por mamparas en zonas de dos camas, armario debajo de las camas y mesita en medio. Todo color naranja.

En la larga tarde, turismo. Visitas a la Catedral –siglo XII, impresionante a pesar del caos edificativo-, al Museo Diocesano –recién abierto y donde vemos pinturas de Ruesta, a donde llegaremos en la quinta etapa-, y la Ciudadela –fortaleza del siglo XVI-… Seguimos la visita por el
resto de la ciudad en relajado trasiego. La tarde va muriendo; al meterse, el sol origina cárdenos fulgores. Volvemos a cenar a donde hemos comido, pensando que hay que reorganizar la mochila y dejar algo en el coche.

Nos recogemos con horario monacal. El albergue apaga la luz y cierra a las 22 h. Al principio de la noche, en el estado brumoso que precede al sueño, se oye una sinfonía cercana de ronquidos y ruido de fiesta más lejano. Finalmente, el sueño avanza hacia nosotros por encima de los ruidos.

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