Sábado. Estella/Lizarra- Los Arcos.
Hay por delante una etapa cómoda de
21 km. Como siempre, salimos de noche. Tomo un desayuno completo en un bar
enfrente del albergue. Se sigue calle adelante, se cruza una puerta de la
muralla y se asciende por zona urbana. La luz del día nos empieza a sorprender al
llegar a la vista del monasterio de Irache, en Ayegui. Antes de llegar
cumplimos con el rito de la fuente de agua y de vino, de las bodegas Irache. La
construcción del conjunto monumental benedictino abarca varios periodos: la
iglesia románica, el claustro plateresco, la torre herreriana. Fue el primer
hospital de peregrinos de Navarra -hasta un siglo más tarde no se construyó el
de Roncesvalles- y albergó una
Universidad entre los ss. XVI y XIX. Seguimos adelante entre viñedos. A la
izquierda queda Montejurra, lugar de celebración de las romerías anuales del
Partido Carlista, debido a que fue escenario, en 1873, de una importante
batalla durante la Tercera Guerra Carlista. En este tramo hablo con un
matrimonio canadiense.
Después
se pasa por una urbanización y luego por una zona boscosa. Los campos de cereal
cosechado indican la llegada a una población, Azqueta. He ido hablando con el que
conocí en Puente la Reina, pero se queda aquí. Yo sigo entre más campos de
cereal con el bosque en las lomas, en cuyas cimas se enredan las nubes. Al
frente se ve el monte Monjardín y a la derecha un pueblo, Labeaga. Así se llega
a la fuente medieval, con techo a dos aguas, en sillería, con dos arcos
apuntados de entrada y columna en medio con capitel de motivos vegetales, techo
abovedado apuntado. Detrás queda Monjardín (mons Garcini) o Deyo, un altozano
en cuyo castillo de San Esteban parece que fue enterrado el monarca navarro
Sancho Garcés. Ya en el pueblo, la iglesia de San Andrés, románico tardío, que
conserva una portada.
Hasta Los Arcos quedan 12 km y no hay
ningún otro pueblo, así que decido ir al bar Illaria, al lado del albergue, a
comer algo. Me atiende Beatriz, una joven muy simpática que me cuenta la gente
que pasa, la temporalidad, etc. La conversación es agradabilísima, pero hay que
seguir. Reconfortado con el café reemprendo la marcha dispuesto a llegar a Los
Arcos, pero, para mi sorpresa, un tramo más adelante hay un bar ambulante, la
Flecha Amarilla. Paro y como un plátano, por lo del potasio. Hay que hacer
gasto en estos sitios para que no desaparezcan y además permiten conocer
personas, como el mexicano Felisardo, periodista de radio.
Sigo, bajo la luz del alto cielo de
sequía, por una zona de monte alto, con arbustos, zonas labradas y sin labrar y
árboles en las lomas, a través de tierras que dejan amplio espacio a las
miradas, por tierras antes abandonadas y heridas por la violencia, por espacios
de soledad. Los colores son cálidos y el día bueno, así como el camino, llano.
El verde de las vides contrasta con los rojizos y tierras de muchos campos y las
sierras del fondo se ocultan tras un azul oscuro. Una bajada, el Portillo de
las Cabras, y el cruce del río Cardiel anuncian la cercanía del final. Los
campos cosechados y los montones de pacas de paja nos llevan hasta Los Arcos,
largo, caminero. En la plaza veo al matrimonio canadiense, que me dicen que
siguen hasta Torres del Río. Hay una boda y no se puede entrar en la Parroquia
de Santa María, por lo que atravieso el Portal de Castilla, paso el río Odrón y
voy al albergue. Rutina.
Después vuelvo al pueblo en un mediodía
ardiente. El portal de Castilla, en sillería, junto a la torre parroquial,
formaba parte de la muralla medieval y era la principal puerta de acceso hacia
Castilla. La plaza sigue llena así que voy a comer a un restaurante donde ya estuve
en otra ocasión. Vuelta al albergue y siesta.
Por la tarde hay otra boda en la
parroquia. Una señora me anima a que entre y diga que voy de parte de la novia.
Mi indumentaria no casa exactamente con la de los demás. Más tarde puedo entrar
en este edificio en el que destaca la profusa decoración interior renacentista
y barroca y el retablo mayor barroco. Tras la cena, vuelta al albergue. Algunos
cuentan historias, entregándose a la añoranza. Se apaga la luz pero se oyen
ruidos de alguien que busca algo sistema Braille, se ven frontales encendidos y
se tarda hasta que todo queda sumergido en el sueño.
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