lunes, 27 de octubre de 2014

Sábado. Estella/Lizarra- Los Arcos.

            Hay por delante una etapa cómoda de 21 km. Como siempre, salimos de noche. Tomo un desayuno completo en un bar enfrente del albergue. Se sigue calle adelante, se cruza una puerta de la muralla y se asciende por zona urbana. La luz del día nos empieza a sorprender al llegar a la vista del monasterio de Irache, en Ayegui. Antes de llegar cumplimos con el rito de la fuente de agua y de vino, de las bodegas Irache. La construcción del conjunto monumental benedictino abarca varios periodos: la iglesia románica, el claustro plateresco, la torre herreriana. Fue el primer hospital de peregrinos de Navarra -hasta un siglo más tarde no se construyó el de Roncesvalles- y  albergó una Universidad entre los ss. XVI y XIX. Seguimos adelante entre viñedos. A la izquierda queda Montejurra, lugar de celebración de las romerías anuales del Partido Carlista, debido a que fue escenario, en 1873, de una importante batalla durante la Tercera Guerra Carlista. En este tramo hablo con un matrimonio canadiense.

 Después se pasa por una urbanización y luego por una zona boscosa. Los campos de cereal cosechado indican la llegada a una población, Azqueta. He ido hablando con el que conocí en Puente la Reina, pero se queda aquí. Yo sigo entre más campos de cereal con el bosque en las lomas, en cuyas cimas se enredan las nubes. Al frente se ve el monte Monjardín y a la derecha un pueblo, Labeaga. Así se llega a la fuente medieval, con techo a dos aguas, en sillería, con dos arcos apuntados de entrada y columna en medio con capitel de motivos vegetales, techo abovedado apuntado. Detrás queda Monjardín (mons Garcini) o Deyo, un altozano en cuyo castillo de San Esteban parece que fue enterrado el monarca navarro Sancho Garcés. Ya en el pueblo, la iglesia de San Andrés, románico tardío, que conserva una portada. 

Hasta Los Arcos quedan 12 km y no hay ningún otro pueblo, así que decido ir al bar Illaria, al lado del albergue, a comer algo. Me atiende Beatriz, una joven muy simpática que me cuenta la gente que pasa, la temporalidad, etc. La conversación es agradabilísima, pero hay que seguir. Reconfortado con el café reemprendo la marcha dispuesto a llegar a Los Arcos, pero, para mi sorpresa, un tramo más adelante hay un bar ambulante, la Flecha Amarilla. Paro y como un plátano, por lo del potasio. Hay que hacer gasto en estos sitios para que no desaparezcan y además permiten conocer personas, como el mexicano Felisardo, periodista de radio.



Sigo, bajo la luz del alto cielo de sequía, por una zona de monte alto, con arbustos, zonas labradas y sin labrar y árboles en las lomas, a través de tierras que dejan amplio espacio a las miradas, por tierras antes abandonadas y heridas por la violencia, por espacios de soledad. Los colores son cálidos y el día bueno, así como el camino, llano. El verde de las vides contrasta con los rojizos y tierras de muchos campos y las sierras del fondo se ocultan tras un azul oscuro. Una bajada, el Portillo de las Cabras, y el cruce del río Cardiel anuncian la cercanía del final. Los campos cosechados y los montones de pacas de paja nos llevan hasta Los Arcos, largo, caminero. En la plaza veo al matrimonio canadiense, que me dicen que siguen hasta Torres del Río. Hay una boda y no se puede entrar en la Parroquia de Santa María, por lo que atravieso el Portal de Castilla, paso el río Odrón y voy al albergue. Rutina.

Después vuelvo al pueblo en un mediodía ardiente. El portal de Castilla, en sillería, junto a la torre parroquial, formaba parte de la muralla medieval y era la principal puerta de acceso hacia Castilla. La plaza sigue llena así que voy a comer a un restaurante donde ya estuve en otra ocasión. Vuelta al albergue y siesta.



Por la tarde hay otra boda en la parroquia. Una señora me anima a que entre y diga que voy de parte de la novia. Mi indumentaria no casa exactamente con la de los demás. Más tarde puedo entrar en este edificio en el que destaca la profusa decoración interior renacentista y barroca y el retablo mayor barroco. Tras la cena, vuelta al albergue. Algunos cuentan historias, entregándose a la añoranza. Se apaga la luz pero se oyen ruidos de alguien que busca algo sistema Braille, se ven frontales encendidos y se tarda hasta que todo queda sumergido en el sueño. 

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