Viernes. Puente la Reina/Gares- Estella/Lizarra
Como cada día, salimos de noche. El Camino
atraviesa otro antiguo barrio y pronto abandonamos definitivamente al Arga.
Llanea hasta una fuerte subida antes de Mañeru, dormido todavía aunque el
resplandor del nuevo día ha dibujado su perfil en el cielo. En la plaza un
japonés me pregunta el nombre del pueblo y lo mira en su guía. Ha ido
amaneciendo, pero hay poca luz porque el cielo está cubierto.
El terreno asciende algo, teniendo a la
izquierda el valle de Mañeru por donde corre el hilo del río Salado. Hay muchas
viñas. Veo a Eva y Lourdes que, como son de Bilbao, llevan un paso muy ágil.
También veo a Eva, Gema y Rosa, de Valencia. Todos juntos subimos, con todas
las velas al viento, hasta la plaza de Zirauqui. Aquí siempre me acuerdo de mi
amigo Benjamín. Las valencianas se quedan aquí y los demás seguimos, descendiendo
por el otro lado del pueblo, por restos de calzada y puente romanos.
El tiempo va despejando. Parece que no va
a llover. Seguimos por un tramo en ligero descenso, con un paisaje igual al que
llevábamos hasta aquí, con viñas y campos de cereal. Los racimos ya están
gordos aunque les falta algo para madurar. El punto más bajo lo marca el río
Salado, que se cruza por un puente de dos ojos apuntados, tajamares
triangulares y forma de lomo de asno.
Desde aquí, de nuevo es subida, por el
valle de Yerri, hasta Lorca, pueblo caminero alineado sobre la calle central.
Paramos para comer algo de fruta en uno de los dos albergues, donde ya paré en
otra ocasión. Lo regentaba una catalana que ahora no está porque va a dar a
luz, según me cuenta otra camarera. Eva y Lourdes toman un refresco y se quedan
aquí. Yo sigo porque me dan un poco de ventaja. En la lejanía, ya se ve la
montaña Monjardín, por donde pasaré mañana. Se sigue por un terreno llano, por
un camino bueno en medio de campos de cereal cosechado, con arbolado en las
laderas de las sierras cercanas. Hay alguna nube, pero el sol castiga sin
piedad. Calor.
Al fondo de la llanada está Villatuerta,
donde se cruza el río Iranzu, afluente del Ega, por un puente de dos arcos de
medio punto algo apuntados, tajamares triangulares y perfil de lomo de asno.
Después, un tramo de ascenso lleva a la ermita de San Miguel. Formaba parte de
un monasterio y conserva parte de la nave románica, aunque lo más importante
son unos relieves iconográficos, once altorrelieves, que se conservan en el
Museo de Navarra. Poco después se cruza el río Ega. Estella ya está cerca. El
Camino pasa por delante de la fachada gótica de la Iglesia del Santo Sepulcro
que demuestra cómo la piedra, que carece de la fugaz precariedad de la
condición humana, puede contar historias, instruir, y que los capiteles, las
esculturas, etc., son la Biblia de los no instruidos. El albergue municipal
está próximo. Rutina.
Para la comida voy a la plaza pero busco
en una calleja lateral y encuentro el restaurante Casanova, que me gusta. Tomo una
cerveza y hablo con unos señores simpatiquísimos, que me dicen que coma allí
mismo, que es el mejor restaurante, y que pida pochas. Les hago caso, subo y me
acomodan al lado de otros dos señores que comen unas pochas de aspecto
inmejorable. No lo dudo. Me cuentan que si compro vino de Zirauqui que sea
clarete y tinto si es de Mañeru. El menú resulta excelente.
Por la tarde, veo el Palacio de los Reyes de Navarra, la mejor muestra de románico civil de Navarra, segunda mitad s. XII. Me detengo en el famoso capitel del lado izquierdo, algo deteriorado, a la espera de que el tiempo cumpla su obra. Enfrente está San Pedro de la Rúa, con elementos desde el s. XII hasta el XVIII, que tiene en su portada tardorrománica motivos decorativos como la estrella, símbolo de la ciudad.
Por la tarde, veo el Palacio de los Reyes de Navarra, la mejor muestra de románico civil de Navarra, segunda mitad s. XII. Me detengo en el famoso capitel del lado izquierdo, algo deteriorado, a la espera de que el tiempo cumpla su obra. Enfrente está San Pedro de la Rúa, con elementos desde el s. XII hasta el XVIII, que tiene en su portada tardorrománica motivos decorativos como la estrella, símbolo de la ciudad.
La población tiene mucha vida, está muy
animada. En una plaza con menos gente me
siento en el silencio, disfrutando de la placidez del atardecer. El día ha
pasado al mismo ritmo lento de las nubes por el cielo. Ceno unos pintxos cerca
de la plaza y vuelvo al albergue pasando por el puente de la cárcel. Ha sido
una etapa sin dificultades especiales, de 20 km de longitud. La noche está
ocupando cada rincón pero hay una lucha de la vigilia contra el sueño. Mañana,
más.
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