lunes, 27 de octubre de 2014

Domingo. Los Arcos-Logroño. 

Última etapa, hasta Logroño. Es más larga, 27 km. Salimos de noche y hay que  llevar encendido el frontal. El alba tardará aún en llegar. El silencio envuelve nuestro paso. El camino es bueno y atravesamos la noche, con los ojos puestos en el horizonte que ya empieza a clarear tiñendo las sombras de tonos grises, en dirección a Sansol, iluminado en lo alto. Amanece un poco antes de llegar. Se baja para cruzar el río Linares por un puente de un ojo y ascender a Torres del Río.

Paro en el albergue a comer algo y hablo con una chica que hacía dos días que no veía. Me extasío ante la armonía de proporciones de la iglesia del Santo Sepulcro, s. XII, de planta octogonal, sin pruebas para atribuirla a la Orden del Temple, y le indico su importancia a una japonesa. Se sale en bajada, atravesando campos labrados sin arbolado. Al lado del camino hay montoncitos de piedras con papeles escritos antes de ascender hasta la ermita de Ntra Sra del Poyo. Sigue una fuerte bajada al barranco de Mataburros, cuyo hilo de agua tiene plantas con flores lilas. 

El camino es llano, rodeado de vides, entre pequeñas lomas con algunos árboles. Al final del barranco aparece un puesto de comida y bebida, que atiende la concienciada Rakel Soldevilla y que acepta la voluntad, no cobra. Es otra de esas personas amables que humanizan el Camino. ¡Qué diferencia con otros sitios, cuyos precios son un asalto en despoblado! Se asciende a una zona amesetada, al lado de la carretera, que nos pone a la vista de Viana.  

Fue levantada por Navarra para hacer frente a Castilla. Tras duro ascenso, paso  por la calle Mayor y llego a la plaza del Ayuntamiento. Al lado está la iglesia de Santa María, gótica, ss. XIII-XVII, con una magnífica portada renacentista. A los pies se encuentra la tumba de César Borgia. Muchos peregrinos conocidos han parado en la plaza. Es muy pronto y hace buen día. Como fruta. Saliendo, en las ruinas desafiantes al paso del tiempo de la iglesia de San Pedro, veo a dos hermanas que han hecho el Camino Aragonés. 



En las afueras alcanzo a una australiana que no para de hablar y con la que voy un tramo en el que vemos el pantano de Cañas, que reluce como un espejo, poco antes de entrar en La Rioja. En un pinar me adelanto porque camino más deprisa, también adelanto a la asturiana con la que he coincidido en los albergues. Paso por casa Felisa y paro a comer fruta. Llega Georgina, la australiana, avistamos el Ebro, cruzamos el puente y entramos en la oficina de Información. Ella va a un albergue privado y yo me quedo en el municipal, donde coincido con los canadienses, y los de Palencia que he visto en Viana. Rutina. Se tiende en el patio y, como en Pamplona, no se secará la ropa. La de Palencia cura el pie de una japonesa, con un estilo más profesional pero menos emocionante que el peregrino de Puente la Reina.



Salgo a comer y paso por la iglesia de San Bartolomé, con portada de fin s. XIII, que tiene viñetas representando escenas del martirio del santo, al que se arrancó la piel. El templo quizá fue levantado por el gremio de curtidores del que es patrón.



Tras la comida, la siesta, y por la tarde paseo llegando a la Concatedral de Santa María de la Redonda cuyas torres del s. XVII dominan el entorno y que tiene una gran portada a la plaza. En su interior está el mausoleo de Espartero. En sentido contrario paseo hasta las murallas y el arco del Revelín y vuelta por la sede del Parlamento, antiguo convento de la Merced y fábrica de tabacos, por el Museo de la Rioja instalado en el Palacio de Espartero, y por la iglesia de Santiago, con gran portada del s. XVII donde un Santiago peregrino ecuestre -en referencia a la batalla de Clavijo- duerme con un sueño de piedra. Al lado, la fuente de los peregrinos, pero yo no bebo, me voy a una calle llena de bares y pruebo el exquisito vino con unos pinchos. Buen final para una etapa y un tramo aunque aquí, en la ciudad, no es como en los pueblos y los comerciantes se saben espectadores al margen del espectáculo.

Desde aquí seguiré en otro momento, con el sol a la espalda alargando mi sombra hacia delante, marcando el camino hacia el Oeste. Para algunos es un viaje de fe, pero, en cualquier caso, el Oeste no es un lugar, sino un estado de ánimo. 

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