Domingo. Los Arcos-Logroño.
Última etapa, hasta Logroño. Es más larga,
27 km. Salimos de noche y hay que llevar
encendido el frontal. El alba tardará aún en llegar. El silencio envuelve
nuestro paso. El camino es bueno y atravesamos la noche, con los ojos puestos
en el horizonte que ya empieza a clarear tiñendo las sombras de tonos grises,
en dirección a Sansol, iluminado en lo alto. Amanece un poco antes de llegar.
Se baja para cruzar el río Linares por un puente de un ojo y ascender a Torres
del Río.
Paro en el albergue a comer algo y hablo
con una chica que hacía dos días que no veía. Me extasío ante la armonía de
proporciones de la iglesia del Santo Sepulcro, s. XII, de planta octogonal, sin
pruebas para atribuirla a la Orden del Temple, y le indico su importancia a una
japonesa. Se sale en bajada, atravesando campos labrados sin arbolado. Al lado
del camino hay montoncitos de piedras con papeles escritos antes de ascender
hasta la ermita de Ntra Sra del Poyo. Sigue una fuerte bajada al barranco de
Mataburros, cuyo hilo de agua tiene plantas con flores lilas.
El camino es
llano, rodeado de vides, entre pequeñas lomas con algunos árboles. Al final del
barranco aparece un puesto de comida y bebida, que atiende la concienciada
Rakel Soldevilla y que acepta la voluntad, no cobra. Es otra de esas personas
amables que humanizan el Camino. ¡Qué diferencia con otros sitios, cuyos
precios son un asalto en despoblado! Se asciende a una zona amesetada, al lado
de la carretera, que nos pone a la vista de Viana.
Fue levantada por Navarra para hacer
frente a Castilla. Tras duro ascenso, paso por la calle Mayor y llego a la plaza del
Ayuntamiento. Al lado está la iglesia de Santa María, gótica, ss. XIII-XVII,
con una magnífica portada renacentista. A los pies se encuentra la tumba de
César Borgia. Muchos peregrinos conocidos han parado en la plaza. Es muy pronto
y hace buen día. Como fruta. Saliendo, en las ruinas desafiantes al paso del
tiempo de la iglesia de San Pedro, veo a dos hermanas que han hecho el Camino
Aragonés.
En las afueras alcanzo a una australiana que no para de hablar y con
la que voy un tramo en el que vemos el pantano de Cañas, que reluce como un
espejo, poco antes de entrar en La Rioja. En un pinar me adelanto porque camino
más deprisa, también adelanto a la asturiana con la que he coincidido en los
albergues. Paso por casa Felisa y paro a comer fruta. Llega Georgina, la
australiana, avistamos el Ebro, cruzamos el puente y entramos en la oficina de
Información. Ella va a un albergue privado y yo me quedo en el municipal, donde
coincido con los canadienses, y los de Palencia que he visto en Viana. Rutina.
Se tiende en el patio y, como en Pamplona, no se secará la ropa. La de Palencia
cura el pie de una japonesa, con un estilo más profesional pero menos
emocionante que el peregrino de Puente la Reina.
Salgo a comer y paso por la iglesia de San
Bartolomé, con portada de fin s. XIII, que tiene viñetas representando escenas
del martirio del santo, al que se arrancó la piel. El templo quizá fue
levantado por el gremio de curtidores del que es patrón.
Tras la comida, la siesta, y por la tarde
paseo llegando a la Concatedral de Santa María de la Redonda cuyas torres del
s. XVII dominan el entorno y que tiene una gran portada a la plaza. En su
interior está el mausoleo de Espartero. En sentido contrario paseo hasta las
murallas y el arco del Revelín y vuelta por la sede del Parlamento, antiguo
convento de la Merced y fábrica de tabacos, por el Museo de la Rioja instalado
en el Palacio de Espartero, y por la iglesia de Santiago, con gran portada del
s. XVII donde un Santiago peregrino ecuestre -en referencia a la batalla de
Clavijo- duerme con un sueño de piedra. Al lado, la fuente de los peregrinos,
pero yo no bebo, me voy a una calle llena de bares y pruebo el exquisito vino
con unos pinchos. Buen final para una etapa y un tramo aunque aquí, en la
ciudad, no es como en los pueblos y los comerciantes se saben espectadores al
margen del espectáculo.
Desde aquí seguiré en otro momento, con el
sol a la espalda alargando mi sombra hacia delante, marcando el camino hacia el
Oeste. Para algunos es un viaje de fe, pero, en cualquier caso, el Oeste no es
un lugar, sino un estado de ánimo.
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