Lunes. Viaje de vuelta.
La gente madruga como todos los días, pero
yo no tengo prisa. Mi viaje ha terminado. Han sido 140 km en seis días, que no
es mucho, pero continuaré en otro momento. Dejo que todos se levanten, llenen
los servicios y preparen sus mochilas; les dejo salir a todos. Cuando la
tranquilidad vuelve, me levanto y me preparo. Quedamos pocos en el albergue,
entre ellos los de Palencia, que también acaban aquí.
Cuando salgo está todo cerrado, así que
pienso desayunar en el bar de la estación de autobuses. Por el camino me encuentro
de nuevo a Georgina, la australiana, que ya me había dicho que haría todo el
camino pero saltándose algún tramo en autobús. Nos despedimos. Saco el billete,
desayuno y tomo el autobús hasta Puente la Reina, donde dejé el coche aparcado.
El autobús entra en todos los pueblos, por lo que tarda mucho, pero no tengo
prisa.
Al llegar, cojo el coche y vuelvo sobre
mis pasos para ir a Zirauqui, parar en su cooperativa vinícola y comprar vino.
En Estella me habían dicho que comprara clarete. Aquí se lo digo al encargado y
me dice, filosófico, que el mejor vino es el que le gusta a uno. Ante la duda, solución
salomónica, compro tinto y clarete.
De nuevo vuelvo a Puente la Reina, pero ya
no paro, únicamente reduzco la velocidad, aprovechando que no viene nadie
detrás, al pasar por el puente para echarle una última mirada. Salgo del pueblo
y me dirijo a Santa María de Eunate, donde había estado cuando hice el Camino
Aragonés.
Esta iglesia, como la de Torres del Río,
es un misterio, parece refugiada en otro tiempo. Es románica, del s. XII, pero
sus orígenes no están claros. Pudo ser de la Orden militar y religiosa del
Templo de Jerusalén, de la orden hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de la
Cofradía de Santa María de Onat, etc. Su función, igualmente oscura, pudo ser
la de parroquia de un despoblado, hospital de peregrinos, cementerio o
lucernario. Tiene una estructura octogonal, tanto en planta como en el pórtico
que la rodea. Al lado oriental, un ábside semicircular al interior y pentagonal
al exterior y al N la portada principal. Está cubierta por una cúpula peraltada
de ocho nervios al estilo musulmán.
Eunate
Es
un magnífico final para el viaje y no queda sino volver a casa. A los que viajan y lo cuentan se les acusa de
pesados y triviales, pero yo quiero contarlo, en apretada síntesis pero procurando
que no resulte una mal enhebrada retahíla de episodios, para defenderme de las
evasiones de la memoria, para evitar las infinitas posibilidades del olvido.
Se ha terminado otro viaje. He visto
a muchos peregrinos, desarraigados de su tiempo actual, contaminados de
ansiedad en el inicio, ansiosos de soledad algunos, órbitas aisladas aunque de
cuando en cuando dos manos se estrechen, con un cansancio común que hacía que
se sintieran más unidos, que pensaran juntos, que tuvieran una respiración
común, con la paz de un solo enorme corazón latiendo para todos, viviendo en la
salud, con energía silenciosa, con intrepidez tranquila, con el hábito
convertido en segunda naturaleza.
No han sido días perdidos, un
líquido que se ha vertido en una vasija rota. Al final, todos manifestaban los
primeros síntomas de resistencia a la nostalgia aunque hablaran con una sonrisa
evocadora en los labios, rememorativamente, con una mirada que parecía conocer
el otro lado de las cosas.
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