lunes, 27 de octubre de 2014

Lunes. Viaje de vuelta. 

La gente madruga como todos los días, pero yo no tengo prisa. Mi viaje ha terminado. Han sido 140 km en seis días, que no es mucho, pero continuaré en otro momento. Dejo que todos se levanten, llenen los servicios y preparen sus mochilas; les dejo salir a todos. Cuando la tranquilidad vuelve, me levanto y me preparo. Quedamos pocos en el albergue, entre ellos los de Palencia, que también acaban aquí.

Cuando salgo está todo cerrado, así que pienso desayunar en el bar de la estación de autobuses. Por el camino me encuentro de nuevo a Georgina, la australiana, que ya me había dicho que haría todo el camino pero saltándose algún tramo en autobús. Nos despedimos. Saco el billete, desayuno y tomo el autobús hasta Puente la Reina, donde dejé el coche aparcado. El autobús entra en todos los pueblos, por lo que tarda mucho, pero no tengo prisa.

Al llegar, cojo el coche y vuelvo sobre mis pasos para ir a Zirauqui, parar en su cooperativa vinícola y comprar vino. En Estella me habían dicho que comprara clarete. Aquí se lo digo al encargado y me dice, filosófico, que el mejor vino es el que le gusta a uno. Ante la duda, solución salomónica, compro tinto y clarete.

De nuevo vuelvo a Puente la Reina, pero ya no paro, únicamente reduzco la velocidad, aprovechando que no viene nadie detrás, al pasar por el puente para echarle una última mirada. Salgo del pueblo y me dirijo a Santa María de Eunate, donde había estado cuando hice el Camino Aragonés.

Esta iglesia, como la de Torres del Río, es un misterio, parece refugiada en otro tiempo. Es románica, del s. XII, pero sus orígenes no están claros. Pudo ser de la Orden militar y religiosa del Templo de Jerusalén, de la orden hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de la Cofradía de Santa María de Onat, etc. Su función, igualmente oscura, pudo ser la de parroquia de un despoblado, hospital de peregrinos, cementerio o lucernario. Tiene una estructura octogonal, tanto en planta como en el pórtico que la rodea. Al lado oriental, un ábside semicircular al interior y pentagonal al exterior y al N la portada principal. Está cubierta por una cúpula peraltada de ocho nervios al estilo musulmán.

Eunate

 Es un magnífico final para el viaje y no queda sino volver a casa. A los que viajan y lo cuentan se les acusa de pesados y triviales, pero yo quiero contarlo, en apretada síntesis pero procurando que no resulte una mal enhebrada retahíla de episodios, para defenderme de las evasiones de la memoria, para evitar las infinitas posibilidades del olvido.

            Se ha terminado otro viaje. He visto a muchos peregrinos, desarraigados de su tiempo actual, contaminados de ansiedad en el inicio, ansiosos de soledad algunos, órbitas aisladas aunque de cuando en cuando dos manos se estrechen, con un cansancio común que hacía que se sintieran más unidos, que pensaran juntos, que tuvieran una respiración común, con la paz de un solo enorme corazón latiendo para todos, viviendo en la salud, con energía silenciosa, con intrepidez tranquila, con el hábito convertido en segunda naturaleza.

            No han sido días perdidos, un líquido que se ha vertido en una vasija rota. Al final, todos manifestaban los primeros síntomas de resistencia a la nostalgia aunque hablaran con una sonrisa evocadora en los labios, rememorativamente, con una mirada que parecía conocer el otro lado de las cosas.

            Durante un tiempo infinito –unos pocos meses- viviremos de recuerdos, que son el idioma de los sentimientos. Recordaremos la augusta solemnidad del arte y la fraternidad de la gente. Se dice que después de los cuarenta años la verdadera cara la tenemos en la nuca, mirando desesperadamente para atrás, que cada vez iremos sintiendo menos y recordando más. Pero todavía no vamos por delante del cuerpo, todavía pensamos que para encontrar la verdad de la historia es necesario buscar en las sombras, todavía queremos ir alumbrando los territorios más oscuros de la imaginación. Seguiremos.

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