Johannes Vermeer (I).
Johannes Vermeer creó una familia que, si no próspera,
consiguió sobrevivir gracias a la venta de sus cuadros, pero padeció penurias
en los últimos años de su vida. La situación había cambiado. Los Países Bajos
eran un país puntero en el comercio internacional, una economía fuerte que
hacía dinero y favorecía la producción de objetos superfluos, indicio de un elevado
nivel de vida. Francia, temerosa, invadió los Países Bajos en 1672, hundiendo
el mercado del arte del que Vermeer dependía para su solvencia económica. La
presión que sufrió a causa de las dificultades acabó agotando su inspiración,
puesto que de los tres cuadros que sobreviven de estos últimos años -todos
ellos de mujeres que tocan distintos instrumentos musicales con aire retraído-
sólo uno se acerca a la genialidad de obras anteriores. De forma repentina, a
la edad de 43 años, Vermeer murió el 15 de diciembre de 1675.

Casi todos sus lienzos muestran interiores domésticos,
decorados con objetos pertenecientes a la vida familiar del artista. Muchos de
estos objetos eran traídos de países muy alejados, lo que indica la importancia
del comercio en ese país. La geografía mundial se había ampliado y empezaba a aflorar la idea de una
humanidad común y, con ella, la posibilidad de una historia compartida, teoría
que no es exclusiva del cristianismo. El
poeta y teólogo inglés John Donne dijo (“
Devociones para ocasiones
emergentes”) que “
ningún hombre es una isla entera en sí misma … la
muerte de cualquier hombre me disminuye porque soy parte de la humanidad”, y,
en su meditación, concluyó diciendo que “
por lo tanto no quieras saber nunca
por quién doblan las campanas, doblan por ti”.
Al margen de la técnica artística, un cuadro puede
analizarse desde el punto de vista de la sociedad en la que se pintó, de sus
costumbres, de su economía, de su historia, etc. Por ejemplo, en las obras de
Vermeer se aprecian muchos datos relacionados con el importante comercio
exterior de su país.
Vista de Delft (1660-1661)
Vermeer escogió cuidadosamente el tema de su único
paisaje exterior, se trata de una imagen del kolk, puerto fluvial situado en la
esquina sudoriental de Delft, desde el que los barcos navegaban hasta el Rin.
A la izquierda está atracada una barcaza de pasajeros
aguardando que los viajeros suban a bordo.
A lo largo de la orilla opuesta, bajo la imponente puerta
de Schiedam, hay barcas para el transporte fluvial.
A la derecha, junto a la puerta de Rotterdam, se
distinguen dos barcos arenqueros en reparación, con los que los pescadores
pescaban arenques en el mar del Norte.
Sobre este tranquilo amarradero se divisa el perfil
urbano de Delft. La torre del reloj iluminada por el sol pertenece a la Iglesia
nueva.
A la izquierda de la puerta de Schiedam los tejados de
tejas rojas revelan la situación de las oficinas y el almacén de la Compañía de
las Indias Orientales, responsable de casi todo lo que se cargaba en los barcos
de transporte atracados frente a la puerta.
Asomando apenas por encima de esos tejados, a la
izquierda de la torre cónica de la cervecera El Papagayo, se alza la torre de
la Iglesia antigua, donde está enterrado Vermeer.
La historia del siglo XVII quedó conformada por una
circunstancia imprevista además de la peste, el enfriamiento global durante el
periodo 1550-1700, una pequeña edad de hielo. En 1565, el gran pintor de la
gente común de los Países Bajos,
Pieter Bruegel el Viejo, pintó su primer
paisaje invernal y siguió pintando escenas invernales en los años siguientes.
Los dos barcos arenqueros que aparecen en el cuadro constituyen
la prueba que nos ofrece Vermeer del cambio climático. El enfriamiento provocó
grandes heladas a lo largo de la costa de Noruega y el movimiento hacia el sur
de los peces del mar del Norte, trasladándose la pesca del arenque al mar
Báltico, bajo control de los pescadores holandeses. Por eso hay barcos
arenqueros en Delft, que proporcionaron ganancias que invirtieron después en
otros negocios.
Militar y muchacha sonriente
(1658)
A la aparente estaticidad de esta conversación entre la
muchacha y el soldado ataviado con una casaca escarlata, la leve distorsión de
la perspectiva le transmite dinamismo visual. Es un escenario doméstico, pero
con muchos indicios del mundo exterior.
La copa de cristal ahumado, que la joven sostiene entre
las manos, proviene de la fábrica de cristal de Murano, en Venecia, o de los
sopladores de vidrio de Amberes que huyeron allí un siglo antes.
El mapa muestra la mitad costera de las nuevas Provincias
Unidas, con el oeste en la parte superior, trazado originalmente por los Van
Berckenrode, familia de cartógrafos de Delft, e impreso por Willem Blaeu
mostrando las provincias de Holanda y Frisia Occidental, rodeadas en tres lados
por el Zuiderzee, el estuario del Rin y el mar del Norte. En la parte superior,
unos barcos minúsculos recuerdan las flotas de la Compañía Holandesa de las
Indias Orientales. Finalmente, el militar lleva un vistoso sombrero hecho de
fieltro manufacturado con pieles de castores cazados en los bosques orientales
de Canadá.
Los holandeses de su estatus social no se mostrarían con
la cabeza descubierta. En “
Vista de Delft” vemos que todas las personas,
hombres o mujeres, llevan sombrero o algún tipo de prenda con que cubrirse la
cabeza. Los pobres usaban una gorra flexible conocida como klapmuts, pero la
gente adinerada lucía un sombrero.
Tampoco sorprende que el militar lleve el sombrero dentro
de la casa. Si Vermeer pintaba a alguien sin sombrero era alguien que estaba
trabajando. Pero un hombre que estaba cortejando a una dama no llevaría la
cabeza descubierta. Todavía no se observaba la costumbre de quitarse el
sombrero al entrar en un edificio o saludar a una mujer. Los caballeros
europeos sólo se descubrían ante su monarca, pero como los holandeses se
preciaban de no rendir pleitesía a ningún rey, nunca se quitaban el sombrero.
El propio Vermeer se retrató con sombrero o con una boina, prenda
característica de los pintores.

Vemos un militar vestido de forma llamativa, con una
casaca escarlata, cuya figura destaca en primer plano por su tamaño debido a un
truco de distorsión visual que le gustaba emplear a Vermeer. Está cortejando a
una hermosa muchacha, por lo que podríamos pensar que se trata de una escena
privada; pero es típica de la época en que Vermeer la pintó, porque ofrece una
visión casi genérica de las nuevas normas que regían el cortejo entre hombres y
mujeres jóvenes de la buena sociedad holandesa a finales de la década de 1650.
En las décadas anteriores los militares no tenían la oportunidad de bromear así
con mujeres de una posición social superior; las costumbres no permitían los
encuentros privados entre cortejador y cortejada.

En tiempos de Vermeer las normas del cortejo cambiaron,
al menos en la Holanda urbana: la cortesía desbancó a las proezas militares a
la hora de conquistar a una mujer, el romanticismo sustituyó al dinero como
moneda del amor y el hogar se convirtió en el nuevo teatro donde representar la
tensión entre los géneros. Hombres y mujeres aún negociaban sobre sexo y
compañía, esto es precisamente lo que hacen el militar y la muchacha sonriente,
pero la negociación se disfrazaba de charla amistosa, no de mero trueque y su
objetivo era el matrimonio y una casa sólida.
La sociedad holandesa experimentaba cambios: de sociedad
militar a civil, de monarquía a república, de catolicismo a calvinismo, de
pequeño negocio a gran corporación, de imperio a nación, de guerra a comercio.
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