jueves, 3 de febrero de 2022

 Johannes Vermeer (I).

Johannes Vermeer creó una familia que, si no próspera, consiguió sobrevivir gracias a la venta de sus cuadros, pero padeció penurias en los últimos años de su vida. La situación había cambiado. Los Países Bajos eran un país puntero en el comercio internacional, una economía fuerte que hacía dinero y favorecía la producción de objetos superfluos, indicio de un elevado nivel de vida. Francia, temerosa, invadió los Países Bajos en 1672, hundiendo el mercado del arte del que Vermeer dependía para su solvencia económica. La presión que sufrió a causa de las dificultades acabó agotando su inspiración, puesto que de los tres cuadros que sobreviven de estos últimos años -todos ellos de mujeres que tocan distintos instrumentos musicales con aire retraído- sólo uno se acerca a la genialidad de obras anteriores. De forma repentina, a la edad de 43 años, Vermeer murió el 15 de diciembre de 1675.

Casi todos sus lienzos muestran interiores domésticos, decorados con objetos pertenecientes a la vida familiar del artista. Muchos de estos objetos eran traídos de países muy alejados, lo que indica la importancia del comercio en ese país. La geografía mundial se había  ampliado y empezaba a aflorar la idea de una humanidad común y, con ella, la posibilidad de una historia compartida, teoría que no es exclusiva del cristianismo.  El poeta y teólogo inglés John Donne dijo (“Devociones para ocasiones emergentes”) que “ningún hombre es una isla entera en sí misma … la muerte de cualquier hombre me disminuye porque soy parte de la humanidad”, y, en su meditación, concluyó diciendo que “por lo tanto no quieras saber nunca por quién doblan las campanas, doblan por ti”.

Al margen de la técnica artística, un cuadro puede analizarse desde el punto de vista de la sociedad en la que se pintó, de sus costumbres, de su economía, de su historia, etc. Por ejemplo, en las obras de Vermeer se aprecian muchos datos relacionados con el importante comercio exterior de su país.

Vista de Delft (1660-1661)



Vermeer escogió cuidadosamente el tema de su único paisaje exterior, se trata de una imagen del kolk, puerto fluvial situado en la esquina sudoriental de Delft, desde el que los barcos navegaban hasta el Rin.

 





A la izquierda está atracada una barcaza de pasajeros aguardando que los viajeros suban a bordo.

 



A lo largo de la orilla opuesta, bajo la imponente puerta de Schiedam, hay barcas para el transporte fluvial.

 



A la derecha, junto a la puerta de Rotterdam, se distinguen dos barcos arenqueros en reparación, con los que los pescadores pescaban arenques en el mar del Norte.

 



Sobre este tranquilo amarradero se divisa el perfil urbano de Delft. La torre del reloj iluminada por el sol pertenece a la Iglesia nueva.

 




A la izquierda de la puerta de Schiedam los tejados de tejas rojas revelan la situación de las oficinas y el almacén de la Compañía de las Indias Orientales, responsable de casi todo lo que se cargaba en los barcos de transporte atracados frente a la puerta.

 



Asomando apenas por encima de esos tejados, a la izquierda de la torre cónica de la cervecera El Papagayo, se alza la torre de la Iglesia antigua, donde está enterrado Vermeer.

 



La historia del siglo XVII quedó conformada por una circunstancia imprevista además de la peste, el enfriamiento global durante el periodo 1550-1700, una pequeña edad de hielo. En 1565, el gran pintor de la gente común de los Países Bajos, Pieter Bruegel el Viejo, pintó su primer paisaje invernal y siguió pintando escenas invernales en los años siguientes.


Los dos barcos arenqueros que aparecen en el cuadro constituyen la prueba que nos ofrece Vermeer del cambio climático. El enfriamiento provocó grandes heladas a lo largo de la costa de Noruega y el movimiento hacia el sur de los peces del mar del Norte, trasladándose la pesca del arenque al mar Báltico, bajo control de los pescadores holandeses. Por eso hay barcos arenqueros en Delft, que proporcionaron ganancias que invirtieron después en otros negocios.

 

Militar y muchacha sonriente (1658)



A la aparente estaticidad de esta conversación entre la muchacha y el soldado ataviado con una casaca escarlata, la leve distorsión de la perspectiva le transmite dinamismo visual. Es un escenario doméstico, pero con muchos indicios del mundo exterior.

 





La copa de cristal ahumado, que la joven sostiene entre las manos, proviene de la fábrica de cristal de Murano, en Venecia, o de los sopladores de vidrio de Amberes que huyeron allí un siglo antes.

 


El mapa muestra la mitad costera de las nuevas Provincias Unidas, con el oeste en la parte superior, trazado originalmente por los Van Berckenrode, familia de cartógrafos de Delft, e impreso por Willem Blaeu mostrando las provincias de Holanda y Frisia Occidental, rodeadas en tres lados por el Zuiderzee, el estuario del Rin y el mar del Norte. En la parte superior, unos barcos minúsculos recuerdan las flotas de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Finalmente, el militar lleva un vistoso sombrero hecho de fieltro manufacturado con pieles de castores cazados en los bosques orientales de Canadá.

Los holandeses de su estatus social no se mostrarían con la cabeza descubierta. En “Vista de Delft” vemos que todas las personas, hombres o mujeres, llevan sombrero o algún tipo de prenda con que cubrirse la cabeza. Los pobres usaban una gorra flexible conocida como klapmuts, pero la gente adinerada lucía un sombrero.



Tampoco sorprende que el militar lleve el sombrero dentro de la casa. Si Vermeer pintaba a alguien sin sombrero era alguien que estaba trabajando. Pero un hombre que estaba cortejando a una dama no llevaría la cabeza descubierta. Todavía no se observaba la costumbre de quitarse el sombrero al entrar en un edificio o saludar a una mujer. Los caballeros europeos sólo se descubrían ante su monarca, pero como los holandeses se preciaban de no rendir pleitesía a ningún rey, nunca se quitaban el sombrero. El propio Vermeer se retrató con sombrero o con una boina, prenda característica de los pintores.

 

Vemos un militar vestido de forma llamativa, con una casaca escarlata, cuya figura destaca en primer plano por su tamaño debido a un truco de distorsión visual que le gustaba emplear a Vermeer. Está cortejando a una hermosa muchacha, por lo que podríamos pensar que se trata de una escena privada; pero es típica de la época en que Vermeer la pintó, porque ofrece una visión casi genérica de las nuevas normas que regían el cortejo entre hombres y mujeres jóvenes de la buena sociedad holandesa a finales de la década de 1650. En las décadas anteriores los militares no tenían la oportunidad de bromear así con mujeres de una posición social superior; las costumbres no permitían los encuentros privados entre cortejador y cortejada.

En tiempos de Vermeer las normas del cortejo cambiaron, al menos en la Holanda urbana: la cortesía desbancó a las proezas militares a la hora de conquistar a una mujer, el romanticismo sustituyó al dinero como moneda del amor y el hogar se convirtió en el nuevo teatro donde representar la tensión entre los géneros. Hombres y mujeres aún negociaban sobre sexo y compañía, esto es precisamente lo que hacen el militar y la muchacha sonriente, pero la negociación se disfrazaba de charla amistosa, no de mero trueque y su objetivo era el matrimonio y una casa sólida.

La sociedad holandesa experimentaba cambios: de sociedad militar a civil, de monarquía a república, de catolicismo a calvinismo, de pequeño negocio a gran corporación, de imperio a nación, de guerra a comercio.

 

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