viernes, 21 de enero de 2022

 Stonehenge.

 

Ahora, con las fiestas navideñas ya pasadas, es buen momento para pensar en el significado y origen de estas fechas recientes, recordando que el 22 de diciembre se celebró en Stonehenge, el famoso monumento megalítico del Reino Unido, la anual cita astronómica.

 


Sabemos que somos anecdóticos en relación con el tamaño inconmensurable del cosmos, pero, como dijo el físico Stephen Hawking, aunque solo seamos “una raza avanzada de monos en un planeta menor de una estrella promedio, podemos entender el universo y eso nos hace algo especiales”. Por eso, siempre nos ha fascinado el cosmos. Al sol y al resto de las estrellas les han cantado los poetas. Desde Galileo Galilei, que inventó el primer telescopio, pudimos ver más allá de la bóveda celeste. Van Gogh pintó algunas de las estrellas más famosas y la ciencia ficción viajó muy pronto al espacio, a la Luna (1865, la novela de Julio Verne, y 1902, la película de George Méliès).


En esta mirada hacia el cosmos, unos de los momentos más impactantes son los solsticios (del latín solstitium, “sol quieto”). El solsticio de invierno presenta, en el hemisferio boreal, el día más corto y la noche más larga del año. Desde el alba de los tiempos, la llegada del solsticio de invierno ha sido una fecha de honda significación en las mentalidades y el icónico círculo de piedra prehistórico -en realidad varios círculos concéntricos- es uno de los lugares emblemáticos para esta cita. Aunque la climatología hace que asistan menos personas que en el solsticio de verano, el de invierno en Stonehenge (Stone-piedra, henge o hang-colgar, es decir, el lugar de las piedras colgantes) es un gran acontecimiento que revive el del espacio sagrado del Neolítico.

 

Este monumento sigue siendo enigmático a pesar de las discusiones y los nuevos descubrimientos. La parte más famosa del complejo está formado por unas circunferencias concéntricas de grandes bloques de piedra, de hace unos 4.500 años, al final del neolítico, que dejó de ser usado en torno al 1500 a.C. El eje principal está alineado con el eje solsticial, hacia la salida del sol -sobre una piedra ubicada en el lado opuesto a la entrada del círculo- para marcar los solsticios y otras fechas del calendario celeste y se considera un monumento con sentido astronómico, un enorme calendario, aunque no se sabe si esta consideración prevaleció sobre otras como la de espacio de culto al sol o a los muertos, pues el lugar es un gran cementerio.

 


Este misterio arqueológico se ha considerado símbolo artúrico, lugar de peregrinación y templo de reunión de los druidas, pero, al parecer, el monumento es anterior a los druidas y estaba abandonado cuando estos tuvieron su época de actividad. Si se utilizó su nombre fue por su fama y por su facilidad para dar juego histórico, pero no hay árboles y los druidas amaban sus arboledas sagradas, sus encinas, muérdago, etc. En la actualidad, fuera cual fuese su función original, el monumento responde con su pétreo silencio a la gran cantidad de personas que acuden al reclamo de su supuesta magia, carga espiritual y poder iniciático, que han convertido el día en una fiesta más, con los neodruidas como protagonistas.

 


El poeta Siegfried Sassonn le dedicó estos versos: “¿Qué es Stonehenge? Es el pasado sin techo (…) Las piedras permanecen, su quietud sobrevivirá / a las nubes de la historia que se precipitan por encima de ellas”, y aparece en novelas (Thomas Hardy, Tess la de los d´Urbervukkem, 1889; Bernard Cornwell, Stonehenge, Edhasa, 2000, novela histórica) y en el cine (versión de esa novela, 1979, Roman Polanski).

 


Lo más conocido de Stonehenge es el crómlech o círculo de menhires clavados en la tierra, pero en las últimas investigaciones se han hallado otras estructuras que muestran una sociedad mucho más compleja de la imaginada. En el año 2014 se descubrió, a tres kilómetros, los restos de un inmenso monumento megalítico ritual formado por noventa rocas de hasta 4,5 m de altura, originalmente dispuestas en un semicírculo de 1,5 km de circunferencia, un anillo externo. Es el Muro de Durrington, construido hace 4500 años. Quizá la estructura era una especie de circo para rituales, apoyado en una depresión natural del terreno, rodeado de un foso de 17 m de ancho y encarado al río Avon. En algún momento, tumbaron algunas rocas y las cubrieron con tierra. No se sabe por qué ni cuándo.

 




Alrededor, como si sirviera de perímetro a una zona sagrada, hay una serie de pozos de más de diez metros de diámetro y cinco de profundidad. La exactitud con que se midieron las distancias indica ciertos conocimientos matemáticos y una intención de otorgar sacralidad al lugar. La gente estaba en consonancia con la naturaleza, por lo que apenas puede ser concebido en el mundo de hoy.


 

En los últimos años se ha realizado un mapa digital detallado, con sondeos avanzados, con técnicas de prospección no invasiva (última tecnología como georradares y magnetómetros de alta resolución), que ha proporcionado más información al aparecer nuevas estructuras rituales, enormes fosos, infinidad de enterramientos desde la edad del Bronce y asentamientos romanos. Se han descubierto restos de casas que habitaban de cuando en cuando, para asistir a las fiestas rituales y ceremonias funerarias, camas, armarios y aparadores de madera, cerámica, sílex y huesos de animales de los banquetes.

 

1877, excursionistas, el príncipe  Leopold,
hijo de la reina Victoria, entre ellos.
Rehabilitació en 1958. Las piedras miden
9 m de altura y pesan 50 tm

Esta tradición pagana relacionada con el solsticio de invierno, la resurrección del sol, se ha unido, desde el punto de vista cristiano, con el nacimiento de Cristo, aunque en principio, ambos sucesos no coincidían. La Iglesia no tenía señalado un día determinado como el de nacimiento de Cristo y se celebraba el seis de enero como epifanía, la que se sigue celebrando a los Reyes Magos -representación de los tres continentes conocidos en la época-, pero la Iglesia Oriental, Ortodoxa, mantiene la Nochebuena ese día.



Los romanos celebraban, en los días posteriores al solsticio de invierno, las fiestas de la antigua diosa sabina Strenia, patrona de la salud y, en cierto modo, la suerte, en las que existía la costumbre de hacerse regalos y vestir prendas nuevas. 





La Navidad cristiana se superpuso a las fiestas romanas relacionadas con el renacimiento del sol en diciembre, las saturnales, fiestas en honor a Saturno, dios del tiempo que, destronado por sus hijos, bajó a la tierra del Lacio, donde fue acogido por Juno, un dios latino que se representa con dos caras, una que mira hacia adelante (el futuro, el nuevo año) y otra hacia atrás (el pasado, el viejo año que agoniza con el sol). La llegada de Saturno a tierra romana se celebra con banquetes, reuniones familiares y fiestas en las que se subvertía el orden social.


Ianuarius era el mes dedicado a Jano. El templo del dios Jano tenía doce puertas, correspondientes a cada uno de los meses del año y permanecían abiertas durante la época de guerra y cerradas cuando la paz reinaba en el país. Todo romano que deseaba emprender con buen pie un negocio o finalizar con éxito una empresa, acudía a rendir culto al dios Jano.   

6 de enero. En esta noche se celebraba la festividad del dios Aion, personificación del tiempo como instante y eternidad, ya que ésta se renueva constantemente en el instante. Es el contraste a Crono, tiempo empírico dividido en pasado, presente y futuro. Su culto iba asociado a religiones mistéricas que tenían que ver con el más allá, como los misterios de Cibeles, diosa madre o diosa de la tierra. 

Los cristianos alemanes de confesión luterana eligieron el abeto, cuyas hojas siempre están vivas y verdes, también en otoño e invierno, para representar la vida eterna. Pronto los propios católicos de aquellos países hicieron suyo el símbolo y lo adornaron. Lo más tardío fue la introducción del Belén o Nacimiento a mediados del siglo XVIII, costumbre napolitana traída a España por Carlos III. 





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