sábado, 22 de agosto de 2020

Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida 2020

En un año marcado por la pandemia, el Festival de Teatro de Mérida presenta cinco importantes obras. Comienza con Antígona, basada en la tragedia de Sófocles, que, siguiendo una ley moral, quiere enterrar a uno de sus hermanos, Polinices, provocando su condena por el rey. David Gaitán concibió la idea uniéndola a la situación de unas personas desaparecidas en México, cuyos familiares las buscaban para enterrarlas.

 

La segunda obra es Anfitrión, de Molière, una historia de seres duplicados que viven el asombro de verse de piel hacia fuera, como nos mostramos hoy en día en las redes sociales, observándonos desde fuera.

 


La comedia de la cestita (Cistellaria, Plauto), presenta al gran autor de comedias ensayando con su compañía el día antes de la inauguración del teatro de Emérita Augusta, año 15 a.C. Es la historia de un enredo entre una relación amorosa problemática y la búsqueda de la cestita en la que se entregó a Selenia, la joven enamorada.

 

Agustín Muñoz Sanz escribió en un solo acto Cayo César. El más cuerdo de los locos, que representa la etapa pública más conocida del emperador romano Calígula, irreflexivo, caprichoso, extravagante, cruel, vengativo, amoral, que sirve para la reflexión sobre las consecuencias del poder ejercido sin escrúpulos ni límites éticos o legales.

 

Finalmente, el Festival termina, en clave feminista, con Penélope, de Magüi Serna, basado en la Odisea.

 


Euriclea (María Galiana), nodriza de Ulises y Telémaco (Maxi Iglesias), advierte al principio que las historias con las que nos fascinamos no siempre tienen un anclaje en la realidad, que la verdad es un barro moldeable del que puede surgir cualquier relato.


Según esto, Magüi Mira enfoca la historia desde el presente, dando escasa importancia a la larga travesía del regreso de Ulises –sólo el encuentro con Nausicaa (Muriel Sánchez), otro personaje femenino- …


… e incluso al papel de Telémaco.

Lo importante es la mujer que busca su independencia, la más inteligente de las mujeres como la calificó Homero, que ha vivido en la imaginación colectiva como una metáfora de la sumisión femenina, pero que ahora lucha por la supervivencia, por la dignidad, y que busca su espacio y su identidad resistiéndose a lo que parece su destino.


La mujer que esperó veinte años a su marido, erigiéndose en símbolo de fidelidad, reclama ahora su autoridad en un mundo de hombres. La figura paciente y callada que perpetuó la leyenda se convierte en reina enérgica, que piensa que Ítaca puede ser gobernada de una manera más justa e igualitaria y que, mientras resuena en su cabeza la frase de Antínoo que le cortó las alas –“Quisiste ser rey, pero sólo eres mujer”-, le dice a Ulises: “Mi guerra no tuvo nada que envidiar a la Guerra de Troya, sólo que en mi ejército estaba yo sola”.

En su lucha frente a los nobles por conservar su dignidad y hacer oír su voz, que le ha hecho más fuerte, utiliza una treta: promete casarse con alguno de los nobles cuando termine el sudario que está tejiendo, pero desteje por la noche lo tejido por el día, para que ese momento nunca llegue, permitiéndose la libertad de crear y también de destruir y adueñándose de su destino.

Escuchad, príncipes que me asediáis pretendiendo que con alguno de vosotros me case: puesto que ha muerto el divino Ulises, aguardad, os lo ruego, y disculpad que no piense en casarme de nuevo hasta que acabe esta tela que acabo de empezar, no se me vayan, si los dejo de la mano, a enredar los hilos. Pensad que la destino a sudario de Laertes para cuando la Parca cruel le corte el hilo de la vida…”

 


En la espera se aprende mucho porque uno se conoce a sí mismo”, dice la protagonista, que “así como Ulises ha trascendido como gran estratega de la guerra, ella es una gran estratega de la vida”, que en realidad está siendo leal a sí misma más que fiel a su esposo.



La directora pone de manifiesto cómo, en la actualidad, la mujer sigue siendo moneda de cambio en muchas partes del mundo, como le pasó a Penélope. Según la leyenda, el rey de Esparta arrojó al mar a su hija recién nacida, que fue salvada por una bandada de patos salvajes. El padre, enternecido ante el milagro, la llamó Penélope, “la que lleva el rostro cubierto por una tela de araña”. Cuando creció, su padre, el Rey, organizó unos juegos en los que ella era el premio, que fue para Ulises, rey de Ítaca, (“Prudente Ulises, fecundo en recursos”).

Tuvieron un hijo, Telémaco, antes de que él partiera a la guerra de Troya, “adonde fueron los príncipes argivos en las cóncavas naves”, acaudillando “a los magnánimos cefalenios”, dejándola al cuidado de los nobles que, con el paso del tiempo, la acosarán. Incluso su propio hijo, Telémaco, le prohíbe la palabra en cualquier espacio público, primer caso documentado en el que un hombre silencia a una mujer, como recuerda la historiadora Mary Beard en su libro Mujeres y poder.

 El aedo Femio canta una canción “en que condenaba la suerte que Minerva –la diosa de los grandes ojos- había deparado a los aqueos cuando regresaron de Troya”. Penélope le dice que cante otra canción que no le recuerde a su marido. Telémaco le replica: “¡Madre mía! ¿Por qué quieres prohibir al amable aeda que nos divierta como su mente se lo inspire? … Resígnate en tu corazón y en tu ánimo a oír ese canto, ya que no fue Ulises el único que perdió en Troya la esperanza de volver; … Mas, torna ya a tu habitación, ocúpate en las labores que te son propias, el telar y la rueca, y ordena a las esclavas que se apliquen al trabajo; de hablar nos cuidaremos los hombres y principalmente yo, que tengo el mando en esta casa”.

 

El reparto está encabezado por Belén Rueda que aparece radiante, vestida de blanco, interpretando una grácil coreografía. María Galiana aparece en el papel de Euriclea.

Entre los hombres, Jesús Noguero hace un Ulises temperamental, posesivo y violento, Maxi Iglesias a Telémaco y Pedro Almagro al líder de los nobles que conspiran.

El otro papel femenino, Nausicaa, le corresponde a Muriel Sánchez.

Muy importante es también el papel del coro, que da vida a un enjambre de nobles que acosan a Penélope.

Las coreografías también tienen una enorme importancia en la obra. Las piedras de este teatro transmiten una energía única. La directora dice que “el movimiento y el trabajo físico son un soporte del texto y un potenciador de las emociones”, lo que se aprecia en los movimientos de los nobles, al acecho, conspirando, reptando, trepando, siseando, agitando la cabeza, riendo sarcásticamente, etc. Es una estética al servicio de la ética.

En resumen, un buen intento, una visión actual, con menor carga mitológica, innovadora a pesar de estar ajustada a la leyenda, que quizá hubiera necesitado una actriz con más profundidad dramática, con más densidad profesional.

 


Una escueta iluminación y un adecuado, original y eficaz escenario –un polivalente olivo multitarea y unas escaleras-, con una sencilla y móvil tramoya, completan el majestuoso e irrepetible lugar.






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