Color blanco.
La simbología del color es conocida desde siempre y ha
pasado a la literatura. Como ejemplo, Góngora.
Fragmento de un romance: “Sobre una
marlota negra / un blanco albornoz se ha puesto, / por vestirse los colores /
de su inocencia y su duelo”. Seguidillas para doña María Hurtado: “Mátanme los celos / de aquel andaluz, /
háganme si muriere / la mortaja azul. / Perdí la esperanza / de ver mi ausente:
/ háganme si muriere / la mortaja verde.”
El blanco es el color virginal de todas las cosas buenas y
el opuesto perfecto del negro. Expresa sentimientos de pureza, inocencia, inmadurez,
simplicidad, perfección, fe, suavidad, limpieza, esterilidad e invierno. Se
asocia a la paz y la alegría. Sin embargo, en las culturas orientales es el
color de la muerte. Es la combinación de todos los colores del espectro y, por
tanto, es el color que combina con otros colores.
James McNeill Whistler, Sinfonía en blanco nº 1, La dama
blanca, 1862, 213x107,9 cm.
Esta pintura de estilo modernista representa a una mujer de
cuerpo completo, de pie encima de una piel de lobo, con un lirio en la mano. El
fondo aparece cubierto por una cortina blanca, por lo que el esquema de colores
es casi completamente blanco. El autor era contrario a la idea de que los
cuadros debían tener algún significado
más allá de lo que se ve, era uno de los promotores de la filosofía del “arte por el arte”. Negó cualquier
conexión con la exitosa novela de Wilkie Collins La dama de Blanco y afirmó: “Mi cuadro simplemente representa a una chica
vestida de blanco, de pie delante de una cortina blanca”.
Claude Monet, Rompeolas en Trouville, marea baja, 1870,
54x65,7 cm.
Monet conocía bien esta región desde su juventud, era el
lugar en el que trató a amigos que lo influyeron en sus comienzos, como Boudin,
Jongkind, Courbet. Estuvo cuando pintó este cuadro y volvería años más tarde
para alejarse de su complicada vida sentimental y sus preocupaciones
financieras. Con el paso del tiempo, se inclinaría más a una composición en la
que predominara más el vacío, hacia la pintura de lo efímero, en la que el tema
prácticamente no existe. Mantuvo el deseo, expresado antes por Boudin, de
captar la luz y hacer palpable lo efímero, de tratar amplios espacios con
pinceladas largas y ligeras que rozan el lienzo sin llegar a cubrirlo.
Joaquín Sorolla, Madre, 1895.
Este lienzo conmemora el nacimiento de Elena, la hija menor
del artista, en 1895, aunque la pintura no se completó hasta 1900. Madre e hija
descansan pacíficamente, volviéndose una hacia la otra, sólo con la cabeza
emergiendo de un mar blanco: el bebé aún es rosado y la madre muestra una sutil
palidez. El lienzo transmite sensaciones físicas intensas y emociones
igualmente intensas a través del manejo de la luz y el color. La emoción del
esposo/padre y la mirada del artista se mezclan en la luz filtrada que acaricia
la blancura de la que emergen las dos cabezas, como si el mundo entero se
redujera a la intimidad absorbente de ese momento de reposo.
John Henry Twachtman, Armonía de invierno, 1890-1900,
65,4x81,1 cm.
Este pintor estadounidense es célebre por sus paisajes
impresionistas. Como otros artistas norteamericanos, viajó a Europa. En
Alemania aprendió una técnica de aplicación de sombras produciendo paisajes de
pinceladas débiles. Más tarde cambiaría a un estilo tonalista más suave, con
predominio de los colores gris y verde. Al establecerse en Connecticut su
estilo volvió a cambiar, esta vez a un impresionismo muy personal, y pintó
numerosos paisajes de su granja y su jardín, por lo general cubiertos por la nieve.
Claude Monet, La urraca, 1868-69, 1300x890 mm.
A finales de la década de 1860, Monet comenzó a extender la
necesidad de capturar sensaciones y presentar ese efecto a todos los estados de
naturaleza transitorios, incluso fugaces. Con otros pintores –Pissarro, Renoir,
Sisley- abordó el desafío de un paisaje cubierto de nieve, que Courbet había
explorado con éxito no mucho antes, pero prefiriendo una frágil urraca
encaramada a una puerta al mundo del bosque y la caza. El sol y la sombra
construyen esta pintura ejecutada en el lugar, que utiliza colores pálidos y
luminosos muy inusuales.
Piet Mondrian, Composición con doble línea y amarillo, 1932,
45,30x45,30 cm.
En Ámsterdam y, más tarde, en Paris recibió la influencia
cubista. Fundó el grupo De Stijl (El estilo) con otros pintores que también
recibieron la influencia de la revolución cubista. De regreso a París redujo su
paleta a los colores primarios, blanco y negro. Con un ideal filosófico, al
dedicarse a la abstracción geométrica busca encontrar la estructura básica del
universo, la supuesta “retícula cósmica” que intenta representar con el
no-color blanco (presencia de todos los colores) atravesado por una trama de
líneas de no-color negro (ausencia de todos los colores), y, en esa trama,
planos geométricos cuadrangulares con colores primarios, considerados como los
colores elementales del universo. Sin tener en cuenta las características
sensoriales de la textura y la superficie, eliminando las curvas, expresa que
el arte no debe ser figurativo sino que debe ser una especie de indagación de
lo absoluto. Busca un arte puro, despojado de lo particular.
Amrita Sher-Gil, Invierno, 1939, 101,2x115 cm.
Paisaje invernal de Hungría, en un austero monocromo,
realizado el año en que finalmente regresó a la India. Esta pintora había nacido
en Budapest y recibió en Paris la influencia de pintores como Pierre-Auguste
Renoir, Amedeo Modigliani, Paul Cézanne y Paul Gauguin. Fue la única asiática
que formó parte del Gran Salón de París y era conocida como “la Frida Kahlo de
la India”. Su reconocimiento le llegó por la fusión entre el estilo europeo con
el de la India y por su uso del color.
Berthe Morisot, La cuna, 1872, 460x560 cm.
La pintura más famosa de la artista muestra a una de sus
hermanas, Edma, cuidando a su hija dormida, Blanche. Es la primera imagen de la
maternidad, más tarde uno de sus temas favoritos. La mirada de la madre, su
brazo izquierdo doblado, una imagen especular del brazo del niño y los ojos
cerrados del bebé forman una línea diagonal acentuada por el movimiento de la
cortina en el fondo. Esta diagonal une a la madre con su hijo. El gesto de Edma
refuerza el sentimiento de intimidad y amor protector expresado en la pintura.
Dario Villares Barbosa, La mora, 1919, 60x45 cm.
Estudio en su país natal, Brasil, antes de viajar a París
gracias a una pensión del gobierno de Sao Paulo. Sus obras se distinguen de
otros pintores de su tiempo, ya que muestra rastros de modernidad. Su obra
quedó recogida, por testamento, en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Ben Nicholson, 1935 (relieve blanco), 800x545 cm.
Un crítico lo describió como “una forma de arte de baño antiséptico limpio que extrae de sus
funciones el salpicadero y el lavabo y los hace dormir y soñar juntos en un
mundo cuyos objetos tienen prohibido tener asociaciones. El artista se dirige
hacia el abismo de lo absoluto y a una perspectiva desinfectada de la huella
humana”. Se trataba de expresar la recepción en Gran Bretaña de las nuevas
formas de Arte Moderno. Los Relieves Blancos representaban un alejamiento del
lienzo al tablero, y del sujeto al objeto, donde el objeto se convierte en la
encarnación de una idea de perfección. El blanco tiene una pureza y una
dimensión metafísica, más allá del lugar y la temporalidad. Quizá fueran iconos
de esperanza fuera de contacto con las realidades del momento, depresión
económica y surgimiento del fascismo en Europa.
Josephine Marien Crawford, Su primera comunión, 1935, 99x61
cm.
Fue una de las pintoras más experimentales del sur de los
Estados Unidos durante las décadas de 1930 y 1940. Antes había estudiado en
parís. Sus pinturas combinan las formas geométricas y crudas del arte moderno
con representaciones emocionales sensibles de la gente y la cultura de la
ciudad. Es reconocida por su importante contribución al desarrollo del
modernismo estadounidense. En Nueva Orleans, su trabajo fue elogiado por
aportar una perspectiva más internacional al arte de la ciudad.
Lee Jung-seob, Una vieja historia, 1916-1956, 31-41 cm.
A este pintor coreano se le considera el comienzo del
expresionismo a la manera coreana y un precursor del arte moderno coreano. Su
estilo tiene influencia del fovismo unido a sus temas característicos indígenas,
por lo que llevó a un gran desarrollo la introducción de las obras occidentales
en Corea. Sus obras representan los paisajes coreanos y la memoria a su familia
a pesar del gran sufrimiento privado y social.
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