Zamora
Han bajado las temperaturas, pero un ligero viento ha
despejado el día y el sol lo hace agradable. Desde la neoplateresca estación de
ferrocarril damos un paseo por la Zamora moderna hasta llegar a la parte
histórica, donde lo primero que hacemos es reservar la comida en el Casino,
como nos han recomendado. Aquí nos llevamos una agradable sorpresa al recordar,
emergiendo desde los más profundos y oscuros rincones del olvido, la ciudad
modernista que, como cuenta Javier Prieto Gallego, rompe “el tópico de que Zamora es sólo una ciudad de románico y cigüeñas”.
Desayunamos en una cafetería con mucha animación, pero
conforme avancemos en nuestro paseo irá disminuyendo el número de personas por
la calle. Los centros históricos están casi vacíos en muchos lugares. En
dirección al extremo de la ciudad se pasa por la plaza de Viriato, con un
monumento al héroe que celebraba sus victorias sobre los romanos arrancando un
jirón de sus rojos estandartes y poniéndolo en su lanza. Estos ocho jirones, la
“Seña Bermeja” es el origen de la bandera de la ciudad y también aparece en su
escudo.
La parte más antigua de esta alargada ciudad está situada
en un espolón rocoso amesetado bastante seguro, al que el Duero hace de foso, es
la “peña tajada” de que habla el Romancero Viejo. En él se edificó el castillo,
por orden de Fernando I en el siglo XI, que se complementaba con hasta tres
cercos amurallados, lo que llevó al rey a referirse a Zamora como la “bien cercada”. El sistema defensivo
demostró su eficacia (“Zamora no se ganó
en una hora”) en uno de los episodios más conocidos, en el cerco de Sancho
II en 1072, que terminó con su muerte a manos de Vellido Dolfos, que salió por
el Portillo de la Traición, rebautizado como “de la Lealtad”. Ante la
posibilidad de que el inductor del asesinato de Sancho II fuese su hermano,
Alfonso VI, el Cid le hizo jurar en Santa Gadea, Burgos.
Muy cerca está otro símbolo de la ciudad, su catedral,
románica del s. XII. Desde la vista del río se puede ver su puerta del Obispo,
enfrente del palacio Episcopal, la única superviviente de su origen. Pero lo que quizá llama más la atención por su
exotismo es el aire orientalizante, bizantino, del cimborrio, con decoración
exterior de escamas, semejante a la Catedral Vieja de Salamanca, la Colegiata
de Toro y la sala capitular de la seo de Plasencia. La catedral se acompaña de
un gran conjunto de iglesias del mismo estilo –con el eje vertebrador de la rúa
de los Francos- que hacen de Zamora la ciudad de mayor número de templos
románicos, además del castillo, murallas, y arquitectura civil como la Casa de Arias
Gonzalo o del Cid (por haberse criado allí), en la que habitó Doña Urraca,
junto a la Puerta de Olivares o del Obispo dando al Duero, o el Puente Nuevo o
de Piedra, ss. XII-XIII, aunque, después de una gran riada, lo que queda es del
s. XVI.
De esa época, s. XV, son el Ayuntamiento Viejo y el Palacio
de los Condes de Alba de Liste, que por ser alférez mayor tenía el privilegio
de portar la bandera de la ciudad, actual Parador Nacional de Turismo, donde
tomamos un aperitivo prácticamente solos después de ver cerrado el Albergue de
Peregrinos. Del s. XVI son el Palacio de los Momos (gótico tardío, que sólo
conserva la fachada blasonada con portada de medio punto, de grandes dovelas,
enmarcada con alfiz y las armas de los Ledesma, Sanabria, etc.), actual Palacio
de Justicia, la Alhóndiga del Pan, sala de exposiciones y el Palacio del
Cordón. También en ese siglo fueron sustituidos los tres ábsides de la catedral
por una cabecera gótica.
Al alejarnos de la zona más antigua vuelven a aparecer la
gente por las calles, las tiendas, los bares, la
animación. En estas calles, en
el mismo corazón de la ciudad, se localizan la mayor parte de los veinte
edificios modernistas con que cuenta, que no se hicieron en ensanches ni zonas
periféricas. Ha sido un viaje en el tiempo de ocho siglos de distancia, del
románico al modernismo, salvado afortunadamente del desarrollismo de la segunda
mitad del s. XX.
En 1864 se inauguró la antigua estación con la llegada
del primer tren desde Medina del Campo. Fue el inicio de una segunda edad de
oro de la arquitectura, tras el esplendor medieval, que se extendió entre 1875
y 1930 y cambió la esencia de una ciudad dominada por conventos y casonas que
se convirtió en una urbe burguesa, expandida extramuros tras autorizarse la
destrucción de la muralla. Uno de los detonantes fue la aparición de industrias
transformadoras (comercio textil y harina) que propició una pujante burguesía.
La combinación de edificios eclécticos e historicistas,
junto a la gran calidad de las obras modernistas, forman un extraordinario
conjunto arquitectónico que ha colocado a Zamora en la Ruta Europea del
Modernismo. El inicio lo marcó el Casino, 1905, obra de Miguel Mathet Coloma,
cuyas cerámicas azuladas, farolas, etc., forma un colorista contraste con los
tonos ocres de los edificios antiguos.
La mayoría de los edificios modernistas se construyeron a
principios del s. XX, desde 1907 a 1918 principalmente. El arquitecto Francesc
Ferriol Carreras, formado en la escuela de Barcelona y discípulo de Luis
Domènech i Montaner, llegó a la ciudad en 1908 como arquitecto municipal,
permaneciendo hasta 1916. Su estilo que aúna la verticalidad, la abundancia de
líneas curvas, la decoración vegetal y una exquisita minuciosidad, inició la
expansión de este arte, dejando obras señeras como el Teatro Ramos Carrión.
Muchas de estas obras se agrupan en torno a la calle de
Santa Clara, y un rincón especial lo forma la plaza de Sagasta con el Edificio
de las Cariátides, obra atribuida a Gregorio Pérez Arribas. También destaca el
Edificio del Banco Herrero, obra de Enrique Crespo. Después de todo esto,
volvemos al principio. En la misma calle Santa Clara está el Casino, donde
hemos reservado la comida. El comedor está completamente lleno. En esta zona
hemos vuelto a la vida. La comida está muy bien, como nos habían aconsejado, y,
aunque es bastante tradicional, también tiene unos toques modernistas en la
decoración.
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