martes, 16 de abril de 2019


Zamora


Han bajado las temperaturas, pero un ligero viento ha despejado el día y el sol lo hace agradable. Desde la neoplateresca estación de ferrocarril damos un paseo por la Zamora moderna hasta llegar a la parte histórica, donde lo primero que hacemos es reservar la comida en el Casino, como nos han recomendado. Aquí nos llevamos una agradable sorpresa al recordar, emergiendo desde los más profundos y oscuros rincones del olvido, la ciudad modernista que, como cuenta Javier Prieto Gallego, rompe “el tópico de que Zamora es sólo una ciudad de románico y cigüeñas”.

Desayunamos en una cafetería con mucha animación, pero conforme avancemos en nuestro paseo irá disminuyendo el número de personas por la calle. Los centros históricos están casi vacíos en muchos lugares. En dirección al extremo de la ciudad se pasa por la plaza de Viriato, con un monumento al héroe que celebraba sus victorias sobre los romanos arrancando un jirón de sus rojos estandartes y poniéndolo en su lanza. Estos ocho jirones, la “Seña Bermeja” es el origen de la bandera de la ciudad y también aparece en su escudo.




La parte más antigua de esta alargada ciudad está situada en un espolón rocoso amesetado bastante seguro, al que el Duero hace de foso, es la “peña tajada” de que habla el Romancero Viejo. En él se edificó el castillo, por orden de Fernando I en el siglo XI, que se complementaba con hasta tres cercos amurallados, lo que llevó al rey a referirse a Zamora como la “bien cercada”. El sistema defensivo demostró su eficacia (“Zamora no se ganó en una hora”) en uno de los episodios más conocidos, en el cerco de Sancho II en 1072, que terminó con su muerte a manos de Vellido Dolfos, que salió por el Portillo de la Traición, rebautizado como “de la Lealtad”. Ante la posibilidad de que el inductor del asesinato de Sancho II fuese su hermano, Alfonso VI, el Cid le hizo jurar en Santa Gadea, Burgos.



Muy cerca está otro símbolo de la ciudad, su catedral, románica del s. XII. Desde la vista del río se puede ver su puerta del Obispo, enfrente del palacio Episcopal, la única superviviente de su origen. Pero  lo que quizá llama más la atención por su exotismo es el aire orientalizante, bizantino, del cimborrio, con decoración exterior de escamas, semejante a la Catedral Vieja de Salamanca, la Colegiata de Toro y la sala capitular de la seo de Plasencia. La catedral se acompaña de un gran conjunto de iglesias del mismo estilo –con el eje vertebrador de la rúa de los Francos- que hacen de Zamora la ciudad de mayor número de templos románicos, además del castillo, murallas,  y arquitectura civil como la Casa de Arias Gonzalo o del Cid (por haberse criado allí), en la que habitó Doña Urraca, junto a la Puerta de Olivares o del Obispo dando al Duero, o el Puente Nuevo o de Piedra, ss. XII-XIII, aunque, después de una gran riada, lo que queda es del s. XVI.





De esa época, s. XV, son el Ayuntamiento Viejo y el Palacio de los Condes de Alba de Liste, que por ser alférez mayor tenía el privilegio de portar la bandera de la ciudad, actual Parador Nacional de Turismo, donde tomamos un aperitivo prácticamente solos después de ver cerrado el Albergue de Peregrinos. Del s. XVI son el Palacio de los Momos (gótico tardío, que sólo conserva la fachada blasonada con portada de medio punto, de grandes dovelas, enmarcada con alfiz y las armas de los Ledesma, Sanabria, etc.), actual Palacio de Justicia, la Alhóndiga del Pan, sala de exposiciones y el Palacio del Cordón. También en ese siglo fueron sustituidos los tres ábsides de la catedral por una cabecera gótica.

Al alejarnos de la zona más antigua vuelven a aparecer la gente por las calles, las tiendas, los bares, la
animación. En estas calles, en el mismo corazón de la ciudad, se localizan la mayor parte de los veinte edificios modernistas con que cuenta, que no se hicieron en ensanches ni zonas periféricas. Ha sido un viaje en el tiempo de ocho siglos de distancia, del románico al modernismo, salvado afortunadamente del desarrollismo de la segunda mitad del s. XX.


En 1864 se inauguró la antigua estación con la llegada del primer tren desde Medina del Campo. Fue el inicio de una segunda edad de oro de la arquitectura, tras el esplendor medieval, que se extendió entre 1875 y 1930 y cambió la esencia de una ciudad dominada por conventos y casonas que se convirtió en una urbe burguesa, expandida extramuros tras autorizarse la destrucción de la muralla. Uno de los detonantes fue la aparición de industrias transformadoras (comercio textil y harina) que propició una pujante burguesía.

La combinación de edificios eclécticos e historicistas, junto a la gran calidad de las obras modernistas, forman un extraordinario conjunto arquitectónico que ha colocado a Zamora en la Ruta Europea del Modernismo. El inicio lo marcó el Casino, 1905, obra de Miguel Mathet Coloma, cuyas cerámicas azuladas, farolas, etc., forma un colorista contraste con los tonos ocres de los edificios antiguos.


La mayoría de los edificios modernistas se construyeron a principios del s. XX, desde 1907 a 1918 principalmente. El arquitecto Francesc Ferriol Carreras, formado en la escuela de Barcelona y discípulo de Luis Domènech i Montaner, llegó a la ciudad en 1908 como arquitecto municipal, permaneciendo hasta 1916. Su estilo que aúna la verticalidad, la abundancia de líneas curvas, la decoración vegetal y una exquisita minuciosidad, inició la expansión de este arte, dejando obras señeras como el Teatro Ramos Carrión.

Muchas de estas obras se agrupan en torno a la calle de Santa Clara, y un rincón especial lo forma la plaza de Sagasta con el Edificio de las Cariátides, obra atribuida a Gregorio Pérez Arribas. También destaca el Edificio del Banco Herrero, obra de Enrique Crespo. Después de todo esto, volvemos al principio. En la misma calle Santa Clara está el Casino, donde hemos reservado la comida. El comedor está completamente lleno. En esta zona hemos vuelto a la vida. La comida está muy bien, como nos habían aconsejado, y, aunque es bastante tradicional, también tiene unos toques modernistas en la decoración.

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