jueves, 16 de agosto de 2018


Agés: visita guiada. 



En el albergue nos han avisado de la posibilidad de asistir a una visita guiada por el pueblo, organizada por su Junta Vecinal, y, naturalmente, decidimos asistir. A las seis de la tarde nos congregamos en la fuente, punto de inicio de la ruta que repasa los elementos etnográficos, incluida la arquitectura tradicional.



Antes de la hora indicada se presenta Uldarico García, vecino del pueblo en su jubilación puesto que trabajó en Bilbao, a quien se le nota el profundo amor por su lugar de origen. Su explicación va a ser peripatética, con paradas intermitentes en cada punto interesante.



Comenzamos por una espléndida casa que puede considerarse tipo: planta baja en piedra y pisos superiores –un piso habitable y un palomar en lo alto- en madera y argamasa, tejado a dos aguas con poca inclinación, señal de que la zona es más de frío que de nieve.


Al pasar por una pared al lado de un abrevadero, nos explica, desenterrando recuerdos, cómo era la construcción: además de la madera se hacía un encofrado con un yeso que contiene cuarzo. Como lleva sal el ganado lo chupaba al pasar. En la actualidad, al estar el pueblo en el Camino, Patrimonio vigila y ordena cómo han de ser las construcciones.



El siguiente punto es una exposición muy original sobre el Alzheimer, hecha con cajas de fruta desechadas. El conjunto forma una escenografía complicada que quiere transmitir un mensaje informativo.

Seguimos por la iglesia, dedicada a Santa Eulalia de Mérida, de los ss. XV-XVI, portada gótica y espadaña del s. XVIII, que contiene una pila bautismal lisa con ciertas similitudes con otras románicas que hemos visto en el Camino y donde pudo estar el inicial enterramiento del rey García I. Dependió un tiempo del Monasterio de Santa María la Real de Nájera.



Continuamos por el horno, donde perviven los utensilios necesarios –artesa, palas, etc.-, utilizados por nuestro guía para escenificar, remedando los movimientos adecuados y escarbando en el recuerdo, el trabajo que allí se realizaba. La memoria viva de siglos congelada en un instante.


Nos cuenta que a la ropa blanca se le echaba ceniza, sustituto de la lejía, y se dejaba al sol mientras vamos al potro, lugar en el que se herraba a los animales pesados como los bueyes. Como en el horno, mueve las palancas y las cinchas interpretando la operación. Viejas imágenes de nuevo devueltas al presente.



La última visita es a la fragua, que conserva un gran fuelle, herramientas, un candil de carburo, ejemplos de minerales –hierro-, etc. Parte de la vida enterrada en el olvido.



Uldarico apaga momentáneamente los recuerdos y se despide dejándonos en buenas manos, en las de Marcial Palacios, que tiene un espléndido museo de artesanía con elementos auténticos –ventanas a las que les ha añadido alguna fotografía- y otros –la mayoría- elaborados por él, como reproducciones de aperos (labranza, siega, etc.), de las casas comunes del pueblo que acabamos de ver (horno, fragua, etc.), de elementos cotidianos (casa, muebles, calzado, etc.), de costumbres festivas (matraca, etc.), maquetas grandes (iglesia), maquinaria (aventadora), etc. Es de destacar que todo lo que es móvil funciona con precisión en base a un mecanismo perfecto. Bebemos en sus recuerdos.



Resulta muy curioso un panel que simboliza una costumbre ancestral del pueblo. Cuando los mozos se enteraban del inicio de relaciones entre dos jóvenes del pueblo y todavía no era del dominio público, marcaban con una línea de paja el trayecto entre sus respectivos domicilios.



La enorme distancia entre la actualidad y la época en que se utilizaban los puntos que hemos visitado hace que se trate de civilizaciones distintas a pesar de radicar en el mismo lugar. Esta visita es, en realidad, un paseo etnográfico, aunque las similitudes con otras poblaciones o, en algún aspecto, con el momento presente, lo hagan etnológico. Pero eso es indiferente.



Vivimos sobre los recuerdos y las tradiciones y lo que hemos visto es el fondo de una sucesión de escenarios imposible de establecer sin un esfuerzo de la memoria. Hemos visto el discurrir de la memoria viva de un pueblo en sus calles con el tiempo detenido en ellas, pero los tiempos eran duros, no están poetizados en la imaginación aunque los recuerdos tengan la intensidad de una ausencia. Ni desinterés y olvido, ni sublimación y leyenda.



Ahora el pueblo parece vivo gracias al Camino, pero los usos tradicionales se han perdido en gran parte. Estas personas, Uldarico y Marcial, como las demás, mujeres y hombres, son esa memoria viva del pueblo, los únicos que pueden evitar la pérdida irreparable de una cultura desaparecida en la práctica junto con la despoblación y el desarraigo de los jóvenes criados en la ciudad –la distancia es el olvido, aunque en el caso de Uldarico no ha sido así-. Por eso su labor es impagable y la conservación de los elementos que hemos visitado una imperiosa necesidad que debería contar con la ayuda de las instituciones.



2 comentarios:

  1. Una reseña repleta de recuerdos y buenos sentimientos.. Eso es El Camino..

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  2. Fue una visita preciosa, llena de curiosidades, cuánto amor tienen las gentes del pueblo por su patrimonio!!! Admirables:)

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