Camino de Santiago Mendocino
La foto de grupo ante la fachada de la Iglesia de
Santiago, en Guadalajara, marca el inicio de una más de estas aventuras
excursionistas que tienen poco de aventurado, en este caso la 1ª etapa del
Camino de Santiago que parte de esta ciudad, llamado antes “Occidental” y ahora
reconvertido –sin romperse mucho la cabeza- en “Mendocino”, como podría haber
sido “del Infantado”. Esperemos que este nombre dure más que el otro, pero es
igual, todo el mundo sabe que, al margen de su actual carácter oficial, es el “Camino
de Julián” y de nadie más. Julián, de la Residencia de Mayores “Campiña de
Viñuelas” es el que lo ha diseñado y andado. Se le podría nombrar, como en las
leyendas, uno de los siete sabios del Camino, sin que hasta la fecha haya
podido saberse quiénes eran los otros seis. En este esquema de intensidades
emocionales los demás ocupan un lugar periférico, suburbial, circunstancial.
El alba comienza a romper en tímidos colores pero el día
no ha levantado todavía y nuestros cuerpos tardan en despertar más que
nosotros. Alzando la mirada hacia el cielo limpio de la mañana, en la luz
imprecisa todavía de la alborada, comenzamos el primer tramo, hasta Marchamalo, por asfalto, polígonos
industriales, etc. Un tramo feo que se resuelve rápidamente. Este pueblo
perteneció al Alfoz de Villa y Tierra de Guadalajara desde el s. XII y se
convirtió en Villa en el s. XVII. Aquí hacemos la primera parada para
reagrupamiento del pelotón senderista, sellar la credencial, etc. En el atrio
de la iglesia de la Santa Cruz, s. XVI, donde se celebraban las reuniones a
Concejo Abierto, convocado a “campana tañida”, aprovechamos y agradecemos la
amabilidad del pueblo y tomamos un café.
A la entrada a la plaza hemos dejado el palacio Ramírez
de Arellano, s. XVII, y al otro lado el Ayuntamiento nuevo, aunque siempre
estuvo en la plaza. En uno de sus edificios, siendo cuartel general del
Empecinado, se firmó la rendición de las tropas francesas que ocupaban
Guadalajara durante la Guerra de la Independencia, en 1812. También en la plaza
–recogido por el Catastro de Ensenada- estaba el “banco de la paciencia”, lugar
de contratación de los jornaleros para las diversas faenas agrarias, lugar de
reunión y difusión de los bandos públicos.
Salimos cruzando el vacío Canal del Henares, s. XVIII, y
ascendiendo ligeramente mientras el campo va despertando al día. Julián inicia
la marcha y los pasos de los demás le siguen. Es un buen día, con algunas nubes
en el cielo, con el campo verde brillante por la humedad, todos los regatos
corriendo y charcos en el camino de arcilla roja, impermeable, por las
abundantes lluvias de las últimas semanas. A lo lejos resplandece el blanco de
la nieve en las montañas. El campo es ancho, eliminados los árboles que quedan
reducidos a las encinas en el monte o en las lindes y a las frondosas en los
pequeños cauces. Hay grandes contrastes de color entre el rojizo de la tierra y
el verde del cereal o de la colza, que amarillea ligeramente en algún punto,
aunque va algo retrasada por exceso de lluvia. Un estallido de naturaleza.
El camino serpentea en un paisaje suavemente alomado. Las jorobas de la
tierra dan un sentido escultórico al paisaje. La llanada se joroba en pequeños
oteros, pero en perspectiva lejana, una fila de montañas azules se dibuja
claramente sobre el fondo del cielo luminoso cerrando el horizonte. A la
derecha se ve el mítico Ocejón, testigo de tantas edades pasadas, que sepulta
su cresta en el cielo. Su cima se hace nube como un nuevo Olimpo que guardara
una morada de dioses. El dominio que estas montañas, su altura, ejercían sobre
la llanura, sobre el paisaje, hizo que tuvieran un aire sagrado que impedía
escalarlas a las civilizaciones primitivas. También se ven otras aéreas
cumbres, otras cimas, por las que se comunican las montañas. El monte sigue
abierto, aunque con algunas encinas de más porte y carrascas, chaparros arbustivos.
Al Este, al fondo, destacan las siluetas azuladas del Colmillo y la Muela de
Alarilla, bajo un cielo de nubes aborregadas. Así salimos a la carretera que
nos lleva a Usanos. Paramos en las
afueras; el pueblo no se entera de nuestro paso.
La parada se alarga más de lo debido cuando estamos
escasamente a la mitad del recorrido. Continuamos con los pasos, que marcan las
pautas del tiempo, grabándose en el barro. En esta mañana de aire alegre y
perfumado -un mensaje de la primavera- oímos el eco de nuestros pasos mientras
ejercitamos la disciplina de la paciencia trashumando el Camino que conduce a
una estrella, engranando nuestra vida con la de los demás. Mirando al cielo de
los Mendoza, ahora plomizo, sobre el que navegan nubes altas, los
estajanovistas de las botas sentimos la necesidad de sublimar una existencia
hedonista y, aunque seamos turistas del Camino, experimentamos emociones
pseudoaventureras. Los peregrinos nos encadenamos en reatas sudorosas mientras,
forcejeando con la fatiga, la vista va despejando el camino con anticipación.
La temperatura ha ido en aumento y el cielo se abre y
cierra de nubes alternativamente. En algún punto el rastrojo del cereal pone
una nota de color blanquecino, grisáceo, sobre el verde. Tras un repecho
cubierto de encinas, alguien ha dejado constancia en un campo de que quiere
mucho a una tal “Elena”, y nosotros nos damos por enterados. En las hondonadas
del terreno hay zonas con mucho barro. En una de ellas ha quedado atrapado un
todoterreno y viene un tractor a sacarlo que nos salpica a placer. Por el modo
de caminar y mirar se ve quién está tomando medidas a las cuestas. Nuestras
pisadas se detienen ante un arroyo desbordado y debemos salir a la carretera
para llegar al pueblo de imponente nombre, Fuentelahiguera
de Albatages, otra de estas poblaciones menguantes.
De nuevo la parada se alarga demasiado. Algunas personas
llegan con mucho retraso, con el cuentakilómetros de su cerebro en blanco,
cayéndose de fatiga pero en estado de incandescencia espiritual. La distancia que
separa los cálculos de la realidad ha aumentado, anclados en una intersección
casi perfecta de sentimientos dispares, antagónicos. Somos espíritu y materia. Algunos
están mal, pero alguna hora más tarde lograrán estar mucho peor. Saben el punto
donde la voluntad se disocia de la fuerza. Todos nos miramos en el cansancio de
los demás. Alguna foto registra la imagen de la extenuación, el rostro de la
derrota. Pero no habrá tal. Julián y su familia, quedándose retrasados, han
alimentado los espíritus debilitados, han insuflado a su ánimo decaído un
espíritu aventurero, han galvanizado el ardor peregrino y, aunque tarde, aquí
estamos todos. Esta ha sido la última parada antes del final.
Los campos se abren a nuestro paso como una conquista,
como río en crecida. Respiramos el paisaje como un perfume, un bonito paisaje.
Ninguna revolución industrial ha estropeado la postal: un campo anegado, lejos
Viñuelas con el telón de fondo de las nevadas montañas bajo un cielo muy nuboso.
Zona muy llana, con muchos charcos en el camino, y el pelotón estirado
avanzando entre el verde. Ondulaciones del terreno, alternando campos labrados,
rojizos, y otros verdes. Estamos fatigando, activos, transpirantes, los
confines del valle del Torote hacia el que bajamos entre encinas (el hermano de
Julián dice que es el arroyo anterior). Viñuelas
queda en lo alto. El pueblo siempre ha estado al principio y al final de la
mirada. Llegamos con una actitud general de digna capitulación. Esto no ha sido
un paseíto higiénico.
Como es habitual en Julián y su familia, la comida está
preparada. Un poco después hacemos un intermedio. Con un decorado detrás, en el
que aparecen los miembros de su familia y representaciones de organismos e
instituciones, el odiseo Julián toma la palabra. En sus ojos se advierte el
fulgor febril de la aventura. Con todas las miradas puestas sobre él y en medio
de un profundo silencio, este guía de convicciones graníticas, cuyo cronograma
no le permite un día libre, que se ha convertido en una antorcha, carga las
voces de emoción como si declamara versos con lírico entusiasmo y, sin gestos
grandilocuentes ni frases sentenciosas, sin retorcer las frases, explica con mirada retrospectiva la trayectoria del
Camino y el fundamento histórico de su actual nombre con alguna operación de
arqueología histórica. Se va exaltando sin llegar a arrebatos épicos y se
mantiene en un estado de combustión sostenida, con el fuego controlado,
mientras su voz llena la nave. Una observación detenida de su parlamento revela
un segundo nivel más allá de la primera apariencia –a lo que contribuirán otros
oradores-, evidenciando los mapas de la geografía total de su carácter.
Julián habla desde la realidad, desde el trabajo que ha
realizado. Después hablan otras personas: Mª Teresa desde la emotividad; Félix
(Presidente de la Asociación Senderista “Ande Andarás”, de Tórtola de Henares)
desde la experiencia en el trabajo de valoración de los caminos rurales, al
igual que (Asociación “Campiñeando”, de Villaseca de Uceda); Jorge desde el
corazón, etc.
Después se rompe el hechizo en el que habíamos quedado atrapados
y el café y los postres endulzan la ceremonia del adiós. Nos llevamos, además,
un regalo y dejamos nuestro profundo agradecimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario