miércoles, 18 de abril de 2018


Camino de Santiago Mendocino 



La foto de grupo ante la fachada de la Iglesia de Santiago, en Guadalajara, marca el inicio de una más de estas aventuras excursionistas que tienen poco de aventurado, en este caso la 1ª etapa del Camino de Santiago que parte de esta ciudad, llamado antes “Occidental” y ahora reconvertido –sin romperse mucho la cabeza- en “Mendocino”, como podría haber sido “del Infantado”. Esperemos que este nombre dure más que el otro, pero es igual, todo el mundo sabe que, al margen de su actual carácter oficial, es el “Camino de Julián” y de nadie más. Julián, de la Residencia de Mayores “Campiña de Viñuelas” es el que lo ha diseñado y andado. Se le podría nombrar, como en las leyendas, uno de los siete sabios del Camino, sin que hasta la fecha haya podido saberse quiénes eran los otros seis. En este esquema de intensidades emocionales los demás ocupan un lugar periférico, suburbial, circunstancial.

El alba comienza a romper en tímidos colores pero el día no ha levantado todavía y nuestros cuerpos tardan en despertar más que nosotros. Alzando la mirada hacia el cielo limpio de la mañana, en la luz imprecisa todavía de la alborada, comenzamos el primer tramo, hasta Marchamalo, por asfalto, polígonos industriales, etc. Un tramo feo que se resuelve rápidamente. Este pueblo perteneció al Alfoz de Villa y Tierra de Guadalajara desde el s. XII y se convirtió en Villa en el s. XVII. Aquí hacemos la primera parada para reagrupamiento del pelotón senderista, sellar la credencial, etc. En el atrio de la iglesia de la Santa Cruz, s. XVI, donde se celebraban las reuniones a Concejo Abierto, convocado a “campana tañida”, aprovechamos y agradecemos la amabilidad del pueblo y tomamos un café.

A la entrada a la plaza hemos dejado el palacio Ramírez de Arellano, s. XVII, y al otro lado el Ayuntamiento nuevo, aunque siempre estuvo en la plaza. En uno de sus edificios, siendo cuartel general del Empecinado, se firmó la rendición de las tropas francesas que ocupaban Guadalajara durante la Guerra de la Independencia, en 1812. También en la plaza –recogido por el Catastro de Ensenada- estaba el “banco de la paciencia”, lugar de contratación de los jornaleros para las diversas faenas agrarias, lugar de reunión y difusión de los bandos públicos.



Salimos cruzando el vacío Canal del Henares, s. XVIII, y ascendiendo ligeramente mientras el campo va despertando al día. Julián inicia la marcha y los pasos de los demás le siguen. Es un buen día, con algunas nubes en el cielo, con el campo verde brillante por la humedad, todos los regatos corriendo y charcos en el camino de arcilla roja, impermeable, por las abundantes lluvias de las últimas semanas. A lo lejos resplandece el blanco de la nieve en las montañas. El campo es ancho, eliminados los árboles que quedan reducidos a las encinas en el monte o en las lindes y a las frondosas en los pequeños cauces. Hay grandes contrastes de color entre el rojizo de la tierra y el verde del cereal o de la colza, que amarillea ligeramente en algún punto, aunque va algo retrasada por exceso de lluvia. Un estallido de naturaleza.


El camino serpentea en un paisaje suavemente alomado. Las jorobas de la tierra dan un sentido escultórico al paisaje. La llanada se joroba en pequeños oteros, pero en perspectiva lejana, una fila de montañas azules se dibuja claramente sobre el fondo del cielo luminoso cerrando el horizonte. A la derecha se ve el mítico Ocejón, testigo de tantas edades pasadas, que sepulta su cresta en el cielo. Su cima se hace nube como un nuevo Olimpo que guardara una morada de dioses. El dominio que estas montañas, su altura, ejercían sobre la llanura, sobre el paisaje, hizo que tuvieran un aire sagrado que impedía escalarlas a las civilizaciones primitivas. También se ven otras aéreas cumbres, otras cimas, por las que se comunican las montañas. El monte sigue abierto, aunque con algunas encinas de más porte y carrascas, chaparros arbustivos. Al Este, al fondo, destacan las siluetas azuladas del Colmillo y la Muela de Alarilla, bajo un cielo de nubes aborregadas. Así salimos a la carretera que nos lleva a Usanos. Paramos en las afueras; el pueblo no se entera de nuestro paso.




La parada se alarga más de lo debido cuando estamos escasamente a la mitad del recorrido. Continuamos con los pasos, que marcan las pautas del tiempo, grabándose en el barro. En esta mañana de aire alegre y perfumado -un mensaje de la primavera- oímos el eco de nuestros pasos mientras ejercitamos la disciplina de la paciencia trashumando el Camino que conduce a una estrella, engranando nuestra vida con la de los demás. Mirando al cielo de los Mendoza, ahora plomizo, sobre el que navegan nubes altas, los estajanovistas de las botas sentimos la necesidad de sublimar una existencia hedonista y, aunque seamos turistas del Camino, experimentamos emociones pseudoaventureras. Los peregrinos nos encadenamos en reatas sudorosas mientras, forcejeando con la fatiga, la vista va despejando el camino con anticipación.



La temperatura ha ido en aumento y el cielo se abre y cierra de nubes alternativamente. En algún punto el rastrojo del cereal pone una nota de color blanquecino, grisáceo, sobre el verde. Tras un repecho cubierto de encinas, alguien ha dejado constancia en un campo de que quiere mucho a una tal “Elena”, y nosotros nos damos por enterados. En las hondonadas del terreno hay zonas con mucho barro. En una de ellas ha quedado atrapado un todoterreno y viene un tractor a sacarlo que nos salpica a placer. Por el modo de caminar y mirar se ve quién está tomando medidas a las cuestas. Nuestras pisadas se detienen ante un arroyo desbordado y debemos salir a la carretera para llegar al pueblo de imponente nombre, Fuentelahiguera de Albatages, otra de estas poblaciones menguantes.




De nuevo la parada se alarga demasiado. Algunas personas llegan con mucho retraso, con el cuentakilómetros de su cerebro en blanco, cayéndose de fatiga pero en estado de incandescencia espiritual. La distancia que separa los cálculos de la realidad ha aumentado, anclados en una intersección casi perfecta de sentimientos dispares, antagónicos. Somos espíritu y materia. Algunos están mal, pero alguna hora más tarde lograrán estar mucho peor. Saben el punto donde la voluntad se disocia de la fuerza. Todos nos miramos en el cansancio de los demás. Alguna foto registra la imagen de la extenuación, el rostro de la derrota. Pero no habrá tal. Julián y su familia, quedándose retrasados, han alimentado los espíritus debilitados, han insuflado a su ánimo decaído un espíritu aventurero, han galvanizado el ardor peregrino y, aunque tarde, aquí estamos todos. Esta ha sido la última parada antes del final.



Los campos se abren a nuestro paso como una conquista, como río en crecida. Respiramos el paisaje como un perfume, un bonito paisaje. Ninguna revolución industrial ha estropeado la postal: un campo anegado, lejos Viñuelas con el telón de fondo de las nevadas montañas bajo un cielo muy nuboso. Zona muy llana, con muchos charcos en el camino, y el pelotón estirado avanzando entre el verde. Ondulaciones del terreno, alternando campos labrados, rojizos, y otros verdes. Estamos fatigando, activos, transpirantes, los confines del valle del Torote hacia el que bajamos entre encinas (el hermano de Julián dice que es el arroyo anterior). Viñuelas queda en lo alto. El pueblo siempre ha estado al principio y al final de la mirada. Llegamos con una actitud general de digna capitulación. Esto no ha sido un paseíto higiénico.




Como es habitual en Julián y su familia, la comida está preparada. Un poco después hacemos un intermedio. Con un decorado detrás, en el que aparecen los miembros de su familia y representaciones de organismos e instituciones, el odiseo Julián toma la palabra. En sus ojos se advierte el fulgor febril de la aventura. Con todas las miradas puestas sobre él y en medio de un profundo silencio, este guía de convicciones graníticas, cuyo cronograma no le permite un día libre, que se ha convertido en una antorcha, carga las voces de emoción como si declamara versos con lírico entusiasmo y, sin gestos grandilocuentes ni frases sentenciosas, sin retorcer las frases, explica  con mirada retrospectiva la trayectoria del Camino y el fundamento histórico de su actual nombre con alguna operación de arqueología histórica. Se va exaltando sin llegar a arrebatos épicos y se mantiene en un estado de combustión sostenida, con el fuego controlado, mientras su voz llena la nave. Una observación detenida de su parlamento revela un segundo nivel más allá de la primera apariencia –a lo que contribuirán otros oradores-, evidenciando los mapas de la geografía total de su carácter.



Julián habla desde la realidad, desde el trabajo que ha realizado. Después hablan otras personas: Mª Teresa desde la emotividad; Félix (Presidente de la Asociación Senderista “Ande Andarás”, de Tórtola de Henares) desde la experiencia en el trabajo de valoración de los caminos rurales, al igual que (Asociación “Campiñeando”, de Villaseca de Uceda); Jorge desde el corazón, etc. 



Después se rompe el hechizo en el que habíamos quedado atrapados y el café y los postres endulzan la ceremonia del adiós. Nos llevamos, además, un regalo y dejamos nuestro profundo agradecimiento. 



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