lunes, 26 de marzo de 2018


Alcolea del Pinar: La casa de piedra.

Fotografía tomada en 1925
por Francisco de Goñi y Soler
De paso hacia el carnaval de Luzón paramos en la población de Alcolea del Pinar, Guadalajara, a 1.200 m de altitud y con unos inviernos largos y rigurosos, donde se sitúa esta curiosa construcción, troglodita y rural (Díaz Sánchez, Julián, 2006, “Troglodita y rural. Casa de Piedra de Alcolea del Pinar (Guadalajara)”), escultectura margivagante (Ramírez, Juan Antonio (Dir.). Escultecturas margivagantes. La arquitectura fantástica en España. Siruela, pp. 340-348), ejemplo de arquitecturas-esculturas marginales y extravagantes, monumento al trabajo duro, a la constancia, al tesón, al ingenio, al esfuerzo individual.

Lino Bueno Utrilla, trabajador infatigable, nació en Esteras de Medinaceli, Soria, en 1848 y tras su boda con Cándida Archilla, natural de Ambrona, Soria, residió con ella en Alcolea del Pinar hasta su muerte en 1935 con 87 años. No sabía leer ni escribir, fue peón de albañil, trabajador manual en obras públicas -abría y conservaba acequias- e incluso pastor. Las dificultades económicas para adquirir una casa le movieron a solicitar al Ayuntamiento, en 1907, cuando ya tenía 59 años, la cesión de la peña para excavar en ella una vivienda rupestre en la que viviría con su mujer y cinco hijos que sobrevivieron de los quince que tuvo.



La peña es una pieza bastante compacta, principalmente de arenisca, aunque tiene alguna veta de granito rosa, y tuvo que ser vencida con herramientas sencillas de hierro como picos, cinceles, barras (chimenea), etc.  En principio se trataba de una habitación a la que se trasladó hacia 1915, pero con posterioridad –nunca dio realmente por acabada la obra- fue añadiendo cocina (alacena excavada, fregadero y chimenea perforada de abajo a arriba), comedor o cuarto de estar, pasillos, cuadra, cochiquera, etc., e incluso el mobiliario y accesorios como escaleras, desagües, armarios, mesa, pesebre, chimenea, etc.


En 1920 el Ayuntamiento le había concedido la propiedad y Lino seguiría con la “construcción” tallando unas escaleras al lado de la cocina para crear una segunda planta con la habitación principal, donde pueden verse las empezadas escaleras para crear un tercer nivel, encima de la cocina, que ya dejó inacabadas pese a estar picando hasta el día anterior a su muerte. Dos de sus hijas seguirían viviendo hasta 1990.


La excavación la realizaba, con herramientas manuales, durante las noches, después de su jornada diaria, con su mujer acarreando los escombros, y lo extraordinario de la obra hizo que fuese visitada por Alfonso XIII –que le nombró peón caminero para darle un sueldo fijo aunque ya era muy mayor- y el general Primo de Rivera en 1928 y que le fuese concedida en 1929 la Medalla al Mérito del Trabajo en la modalidad de bronce. Durante la Guerra Civil la casa fue ocupada por el ejército italiano que la usó como refugio y polvorín debido a su solidez, instalando la luz eléctrica que no pudo disfrutar Lino. Los reyes Juan Carlos I y Sofía la visitaron en 1978 y desde 1990 puede ser visitada como casa museo dedicada a su memoria.


La roca presenta una fachada compuesta por puerta de acceso, puerta a la izquierda de acceso al trastero, ventana del recibidor en planta baja, balcón de la habitación superior y hueco para el balcón de la nueva habitación, inacabada. A la derecha, patio lateral donde desagua la pila interior y cuadra. Está estructurada en dos plantas, con la superior –donde se ve el inicio de otra excavación inacabada- en dos niveles para salvar la mayor altura de la cocina. La superficie total es de unos 100 m2.

Dormitorio del segundo piso
donde murió Lino Bueno.
Esta casa, a pesar de su situación casi fósil, no es una cueva. Es una solución individual, no colectiva como en otros lugares. Es una solución arquitectónica alternativa. Es una arquitectura espontánea, no arquitectura popular, no tiene modelos. Es una obra no construida, sino esculpida, cincelada. La peña puede recordar un montículo o dolmen, pero la fachada es rotunda, la excavación demuestra un buen sentido de la orientación y la abundancia de pequeños detalles es abrumadora: baste señalar la mesa junto a la entrada, pensada para colocar encima los féretros cuando muriesen.


La visita es gratuita y sólo aceptan la voluntad para su mantenimiento, voluntad que se da con mucho agrado. Los herederos enseñan la casa, queriendo transmitir la “locura” que supuso el esfuerzo inacabable, esta obra de romanos realizada con una fe medieval que consiguió comprender la verdad de la piedra, con el cariño y la atención de lo que es suyo y con la complacencia admirada hacia su antecesor, que nos mira desde sus fotografías con la chispa de la creación en sus ojos, con esa sencilla dignidad natural que era como su propia envoltura, que parece esconder las tensiones de su voluntad, de su destino ligado con un lugar y con un paisaje. La magnitud de la tarea ennoblece la lucha. De no haber empresas no conociéramos a los héroes.



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