jueves, 2 de noviembre de 2017

Senderos locales. Tierras de frontera entre la Alcarria y la Campiña.




Salimos de Tórtola de Henares en ruta circular por la carretera CM-1003 dirección Norte, nos desviamos a la izquierda por la calle Benito Chávarri, llegamos a la carretera GU-192 y casi inmediatamente tomamos un camino a la izquierda en dirección al río Henares. El grupo senderista Ande Andarás comienza así otra más de sus marchas, la 34ª, aprovechando el buen día, con sol, el cielo sin nubes y buena temperatura, en este extraño y seco otoño, mientras atrás Tórtola se despereza envuelta en las brumas matinales. Es una mañana de otoño áureo.

Mientras recorremos las ondulaciones del terreno la naturaleza nos sale pronto al encuentro. Una gran bandada de aves sobrevuela un campo y se posa en el labrantío, entre islas de monte. Poco después el paisaje de campos despejados es atravesado rápidamente por unos cérvidos que pronto desaparecen de nuestra vista. Hacia el Sur se ve todo el campo cultivado y al fondo aparece Guadalajara y hasta los cerros de Alcalá de Henares. La mirada se pierde en la lontananza. Los tonos ocres y marrones envuelven a los pocos verdes de la vegetación de los barrancos. Algo a la derecha se ve más arbolado, se intuye el Henares. Hay más verde entre el marrón. Los campos se abren a nuestro paso como una conquista.



Mientras iniciamos el descenso hacia el fondo del valle pasamos por entre un gran campo de espárragos, cuyo verde contrasta con el amarillo blanquecino de los rastrojos. Al final nos espera el Padre Henares que nos recibe envuelto en una lujuriante vegetación de ribera, una línea longitudinal a lo largo del cauce con mucho arbolado, arbustos, espinos, zarzales, cañaverales, espadañas, etc. “Corrientes aguas, puras, cristalinas / árboles que os estáis mirando en ellas, …” (Garcilaso de la Vega, Égloga I). En esta melancolía vegetal resaltan más los lujosos colores de otoño. Es impresionante ver en una misma mañana estas diferencias de aspecto.

El otoño, “una segunda primavera, donde cada hoja es una flor” (Albert Camus), “el momento en que estalla todo con su belleza pasada, como si la naturaleza hubiera estado ahorrando todo el año para el gran final” (Lauren DeStefano), “el silencio antes del invierno” (proverbio francés). El dorado de las hojas hace decir a Jim Bishop que “el otoño lleva más oro en su bolsillo que todas las otras estaciones”.

Seguimos a la derecha, muy cerca del río, teniendo enfrente Fontanar. El camino transcurre bajo una espesa chopera en el margen de los campos de labor –a la derecha-, labrados o con rastrojo y en lo alto el monte de encina, hasta el puente de la carretera GU-192 que abandonamos muy pronto por un desvío a la izquierda, donde el río ha labrado unos cortados en la arcilla y donde hacemos una pequeña parada.

Desde aquí nos hundimos en una abundante vegetación, con el camino a veces poco marcado, rodeados de otoño, de una amplia gama de colores otoñales como amarillos brillantes y otros mates, dorados, etc., y con el suelo tapizado de hojarasca que ha caído tras un vuelo de pocos segundos después de grandes preparativos, aunque “el ruido de una hoja que cae es ensordecedor porque con ella precipita un año” (Tonino Guerra). El paisaje adquiere altura artística en el otoño.

En el otoño, cuando “la música del verano lejana vuela alrededor de él buscando su nido perdido” (Rabindranath Tagore), cuando “no hay mejor momento para empezar a olvidar las cosas que nos molestan. Dejar que se suelten de nosotros como las hojas secas, pensar en volver a bailar, disfrutar de cada momento de sol, que todavía calienta, calentar el cuerpo y el espíritu con sus rayos, antes de que se vaya a dormir y se convierta en una débil bombilla en el cielo” (Paulo Coelho), cuando “cada uno debería encontrar el tiempo para sentarse y mirar la caída de las hojas” (Elizabeth Lawrence).

El camino desaparece y bordeamos un campo, rodeándolo, para salir a otro camino a media ladera, con campos a los dos lados, abajo a la izquierda el río y a la derecha el monte. En un momento nos acercamos al río y su acompañamiento de vegetación de ribera y entre el arbolado emerge la plateresca y espléndida torre de la iglesia de Yunquera.


Giramos a la derecha y entonces nos queda al lado contrario, al fondo, el majestuoso pico Ocejón que recorta su azul oscuro-violeta sobre el azul claro del cielo mientras vamos rodeados del marrón de los campos arados, con islas de monte y unas ruinas de adobe a nuestra izquierda. Parece que volvemos y ya se ve el distinto paisaje, con olivos, pero giramos de nuevo a la izquierda entre el marrón. La vega queda al mismo lado y, de frente, cerros testigo, oteros, relieves residuales producto de la erosión que resaltan en la lejanía y que hemos recorrido en otras ocasiones: la Muela, el Colmillo, el cerro de Hita, etc.



Todo el campo está muy seco y los caminos polvorientos. La sequía comienza a ser grave. En estos revueltos días en la política viene a la mente, metafóricamente, la cita de Charlotte Morrox: “Si un partido político se atribuye el mérito de la lluvia, no debe extrañarse de que sus adversarios le hagan culpable de la sequía”. Este desnudo paisaje, de elegante austeridad, está hecho de sugestiones y evocaciones, hace pensar. Es como el paisaje de Unamuno, no obra de pintor, sino de historiador, poeta y filósofo. Es expresivo: la roca, la encina, la llanura, la piedra tallada, el silencio de las poblaciones, las cumbres, los pueblos perdidos, representan respectivamente la eternidad, la resistencia, el infinito, la inmortalidad, la intrahistoria, la serenidad y libertad, el ascetismo. Toda la experiencia visual se transforma en estímulo interior.


Otro giro a la derecha nos pone a la vista del valle de Tórtola. Al salir a la carretera CM-1003 vamos por un camino paralelo hasta la ermita, donde nos reagrupamos y hacemos una foto, como otras veces. Mientras vamos al bar, a recuperar líquidos, pasamos por delante de un espléndido granado en la entrada de una casa. 



Rosi y Félix, los alegres y jóvenes abuelos, nos enseñan unas fotos de su nieto. La cara regordeta y sonriente, simpática, del niño nos despide. Es la última imagen, por hoy, de este entrañable grupo. 

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