domingo, 12 de noviembre de 2017

Pueblos abandonados (II)

El Atance
EL ATANCE, a cuyos habitantes se llamaba "escarabajos", llegó a contar con 30 viviendas. Además de las ocupaciones tradicionales, agricultura y ganadería, se dedicaban a cortar leña de encina para venderla. La presa, cuya construcción se inició en 1996, puso fin a la vida en el pueblo que fue desmantelado con posterioridad: el pueblo arrasado, la parroquial de Nuestra Señora de la Asunción trasladada piedra a piedra al barrio de Aguas Vivas en Guadalajara, una fuente instalada en Sigüenza, etc.


Faustino Calderón recoge unas cancioncillas referentes a este pueblo: "Dicen que El Atance es feo / porque no tiene balcones / pero tiene unas mocitas / que roban los corazones". "Por Carabias sale el sol / por Palazuelos la luna / por las calles de El Atance / sale toda la hermosura". "Buenas chicas hay en Huérmeces / mejor en Utande / pero se llevan la palma / las mocitas de El Atance".



Sacedoncillo
SACEDONCILLO, antiguamente Sacedón de la Sierra, en el término municipal de Tamajón. Está situado en un claro junto al arroyo de Sacedoncillo, que desemboca en el Sorbe a pocos kilómetros. Son las últimas tierras de la cuenca del Henares, muy cerca de las del Jarama. Su origen se remonta, como tantos otros lugares, a la repoblación posterior a la Reconquista por Alfonso VI en el siglo XI, perteneciendo en el siglo XV al Señorío de Beleña. Su población se componía de 22 vecinos (unos cien habitantes) en las Relaciones de Felipe II, año 1580 –en el que se decía que “las casas son de madera y piedra, y barro, muy míseras y pequeñas”-, unas 60 personas a principios del siglo XIX, 19 vecinos (106 habitantes) en 1827, 20 vecinos (unas 70 almas) en 1849 según Madoz.

Esta pequeña aldea estuvo agregada al término municipal de Muriel en el siglo XIX y durante la Guerra Civil quedó en la línea del frente en el río Sorbe y sus habitantes fueron evacuados a Tamajón y el pueblo utilizado para prácticas militares. Los terrenos fueron expropiados por el ICONA en los años 1960 para repoblar la zona con pinares en las laderas, aunque en el arroyo hay frondosas, chopos.

Conserva el trazado de las calles y la estructura de sus viviendas aunque las edificaciones están derruidas: iglesia de estilo románico rural, pequeño puente en el camino a Muriel con lajas de pizarra y suelo de troncos, plaza de los olivos, campo de bolos, puente de pizarra, zona de huertos, fuente de la Teta (su caño es un obús de la Guerra), abrevadero, según croquis de Paco Martín. Las calles estrechas para protegerse del frío y del calor indican su origen medieval y las casas pertenecen a la llamada arquitectura dorada y tienen tejados de pizarra a dos aguas, muros de caliza o arenisca que utiliza la arcilla como argamasa. Al borde del camino hay una cruz que recuerda a los muertos de la Guerra Civil.


El Atance
Todos estos pueblos murieron porque la población aumentaba y no había comida suficiente. Era un descontento como un río. En el amanecer del éxodo las gentes partieron en busca de otras tierras menos duras y alguno quizá regresó con el corazón lleno de nostalgia por la edad y el recuerdo que había quedado enterrado. No se vuelve a plantar un árbol viejo fuera de su tierra. Pero los jóvenes no vuelven. Los hijos de los emigrantes no volverán a trabajar la tierra. Son criaturas migratorias que viven transterrados.

La emigración es fruto de la necesidad. Si se puede evitar, no se emigra. Sergio del Molino cita estos versos: “A veces quisiera hacerme perdiz / para huir a algún país lejano / pero, la verdad, paisano / me gusta el aire de aquí”. El pasar del todo a la nada del olvido de la emigración ya lo explicaba Gustavo Adolfo Bécquer en La Soledad: “Los que quedan en el puerto / cuando la nave se va, / dicen al ver que se aleja: / ¡Quién sabe si volverán! / Y los que van en la nave / dicen mirando hacia atrás: / ¡Quién sabe cuando volvamos / si se habrán marchado ya!”.

La acción destructora de los años ha convertido a estos pueblos, que pregonan la victoria de la destrucción y ruina, en un entorno de desolación: montes de escombros, muros y fachadas revestidos de hiedra, la hierba crecida en el camino de las casas, una casa que esconde la cuadrícula íntima de las habitaciones tras la caída fachada, otra vieja casa convertida en un simple muro cuyas ventanas se abren al firmamento, casas que se arruinan y se desploman entrando en sí mismas. Solares de ruinas. Todo el pueblo es un archipiélago de montones de ruinas. Los escombros ya se han identificado con el terreno. Las ruinas son indestructibles. Ruinas: pueblos dormidos.

A pesar de todo, estos lugares, que son paisaje del pretérito, poseen la prestancia y solemnidad que corresponde a los mitos. En estos pueblos que arrastran su soledad y su abandono junto a los caminos se siente la atracción de la búsqueda del pasado, se experimenta la nostalgia de un tiempo pasado. Las gentes se fueron por el camino de la dispersión, pero viejas sombras del pasado permanecen. La tradición permanece en los detalles, de ahí el interés por lo humilde y pequeño. Como sucede siempre que se habla de un mundo que entró hace tiempo en su ocaso, nos envuelve un aire de melancolía.

Estos pueblecitos son la tierra del silencio, la cartografía del olvido. Son lugares hundidos en el tiempo donde habitan las huellas del pasado y es muy difícil cambiar esta situación. El alcalde de Querencia pone su buena voluntad, pero ni sus hijos lo siguen. El tiempo se ha llevado una parte de nosotros mismos que nunca volverá. Con la construcción romántica del paisaje, la premisa del tiempo detenido y la actualización de los mitos sólo dan para rentabilizar la Edad Media y así, Sigüenza, por ejemplo, existe como proyección de un pasado eterno, pero ni el neorruralismo ni los distintos planes, con el turismo como única receta, sirven de catalizador.

Antes de abandonar la zona donde habita el olvido, los pueblos del olvido, quiero rendir mi pequeño homenaje a personas como Faustino Calderón, Paco Martín (casa rural La Vereda de Puebla), Javier de Mingo, José Díaz, a pueblosabandonados.com, etc., etc., -de quienes están tomados datos y fotografías- que llevan tiempo tratando de rescatar su memoria. 

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