Pueblos abandonados (II)
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El Atance |
Faustino Calderón recoge unas cancioncillas referentes a este pueblo: "Dicen que El Atance es feo / porque no tiene balcones / pero tiene unas mocitas / que roban los corazones". "Por Carabias sale el sol / por Palazuelos la luna / por las calles de El Atance / sale toda la hermosura". "Buenas chicas hay en Huérmeces / mejor en Utande / pero se llevan la palma / las mocitas de El Atance".
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Sacedoncillo |
Esta pequeña aldea estuvo agregada al término municipal
de Muriel en el siglo XIX y durante la Guerra Civil quedó en la línea del
frente en el río Sorbe y sus habitantes fueron evacuados a Tamajón y el pueblo
utilizado para prácticas militares. Los terrenos fueron expropiados por el
ICONA en los años 1960 para repoblar la zona con pinares en las laderas, aunque
en el arroyo hay frondosas, chopos.
Conserva el trazado de las calles y la estructura de sus
viviendas aunque las edificaciones están derruidas: iglesia de estilo románico
rural, pequeño puente en el camino a Muriel con lajas de pizarra y suelo de
troncos, plaza de los olivos, campo de bolos, puente de pizarra, zona de
huertos, fuente de la Teta (su caño es un obús de la Guerra), abrevadero, según
croquis de Paco Martín. Las calles estrechas para protegerse del frío y del
calor indican su origen medieval y las casas pertenecen a la llamada
arquitectura dorada y tienen tejados de pizarra a dos aguas, muros de caliza o
arenisca que utiliza la arcilla como argamasa. Al borde del camino hay una cruz
que recuerda a los muertos de la Guerra Civil.
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El Atance |
Todos estos pueblos murieron porque la población
aumentaba y no había comida suficiente. Era un descontento como un río. En el
amanecer del éxodo las gentes partieron en busca de otras tierras menos duras y
alguno quizá regresó con el corazón lleno de nostalgia por la edad y el
recuerdo que había quedado enterrado. No se vuelve a plantar un árbol viejo
fuera de su tierra. Pero los jóvenes no vuelven. Los hijos de los emigrantes no
volverán a trabajar la tierra. Son criaturas migratorias que viven
transterrados.
La emigración es fruto de la necesidad. Si se puede
evitar, no se emigra. Sergio del Molino cita estos versos: “A veces quisiera
hacerme perdiz / para huir a algún país lejano / pero, la verdad, paisano / me
gusta el aire de aquí”. El pasar del todo a la nada del olvido de la emigración
ya lo explicaba Gustavo Adolfo Bécquer en La Soledad: “Los que quedan en el
puerto / cuando la nave se va, / dicen al ver que se aleja: / ¡Quién sabe si
volverán! / Y los que van en la nave / dicen mirando hacia atrás: / ¡Quién sabe
cuando volvamos / si se habrán marchado ya!”.
La acción destructora de los años ha convertido a estos
pueblos, que pregonan la victoria de la destrucción y ruina, en un entorno de
desolación: montes de escombros, muros y fachadas revestidos de hiedra, la
hierba crecida en el camino de las casas, una casa que esconde la cuadrícula
íntima de las habitaciones tras la caída fachada, otra vieja casa convertida en
un simple muro cuyas ventanas se abren al firmamento, casas que se arruinan y
se desploman entrando en sí mismas. Solares de ruinas. Todo el pueblo es un
archipiélago de montones de ruinas. Los escombros ya se han identificado con el
terreno. Las ruinas son indestructibles. Ruinas: pueblos dormidos.
A pesar de todo, estos lugares, que son paisaje del
pretérito, poseen la prestancia y solemnidad que corresponde a los mitos. En
estos pueblos que arrastran su soledad y su abandono junto a los caminos se
siente la atracción de la búsqueda del pasado, se experimenta la nostalgia de
un tiempo pasado. Las gentes se fueron por el camino de la dispersión, pero
viejas sombras del pasado permanecen. La tradición permanece en los detalles,
de ahí el interés por lo humilde y pequeño. Como sucede siempre que se habla de
un mundo que entró hace tiempo en su ocaso, nos envuelve un aire de melancolía.
Estos pueblecitos son la tierra del silencio, la cartografía
del olvido. Son lugares hundidos en el tiempo donde habitan las huellas del
pasado y es muy difícil cambiar esta situación. El alcalde de Querencia pone su
buena voluntad, pero ni sus hijos lo siguen. El tiempo se ha llevado una parte
de nosotros mismos que nunca volverá. Con la construcción romántica del
paisaje, la premisa del tiempo detenido y la actualización de los mitos sólo
dan para rentabilizar la Edad Media y así, Sigüenza, por ejemplo, existe como
proyección de un pasado eterno, pero ni el neorruralismo ni los distintos
planes, con el turismo como única receta, sirven de catalizador.
Antes de abandonar la zona donde habita el olvido, los
pueblos del olvido, quiero rendir mi pequeño homenaje a personas como Faustino
Calderón, Paco Martín (casa rural La Vereda de Puebla), Javier de Mingo, José
Díaz, a pueblosabandonados.com, etc., etc., -de quienes están tomados datos y
fotografías- que llevan tiempo tratando de rescatar su memoria.
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