martes, 5 de abril de 2016

El Valle del Jerte.

Vamos al valle del Jerte, al Valle Cereza, para ver el majestuoso espectáculo de la floración de los cerezos. Después de estar a más de 1.000 m de altitud, descendemos el puerto de Tornavacas y llegamos al pueblo del mismo nombre, a 871 m. Desde aquí salió Carlos I y su comitiva, ayudados por mozos tornavaqueños, para ir a Jarandilla de la Vera en la última etapa de un viaje que le traía desde Bruselas pasando por Laredo. En lugar de ir hasta Plasencia, prefirió acortar el camino cruzando la Sierra de Tormantos por el Puerto Nuevo, penoso camino que, al parecer, le hizo exclamar que no quería ya más travesías que la de su muerte. Actualmente es una ruta señalizada de unos 25 km de longitud y unos 900 m de desnivel acumulado.

Mientras bajamos no vemos el blanco de las flores por ninguna parte. Al llegar a Jerte, a 604 m, paramos en la caseta de Información, frente a la garganta de los Papúos. Un señor nos aclara que el mal tiempo de los últimos días ha retrasado la floración y señalando la nieve en los altos dice que “la marea” viene de allí y por eso hace más fresco. Puede haber algo más florido en El Torno.

Siguiendo el curso del río, dirección Plasencia, pasamos por Cabezuela del Valle, a 515 m, y vemos algunas zonas con más flores. Ascendemos hacia El Torno y paramos en el Mirador del Cancho Rajao, de la Memoria, con un monumento compuesto por unas figuras humanas, dedicado a los olvidados de la guerra civil y la dictadura, obra de Francisco Cedenilla Carrasco. Una placa indica que “en estas sierras el olvido está lleno de memoria”. El pueblo, a 770 m, en la ladera de los Montes de Traslasierra, “El Mirador del Valle”, es una atalaya ideal. Valle abajo se ve cercano el embalse de Plasencia, pero seguimos sin ver cerezos floridos. Esta tierra de vetones, de asentamientos romanos y árabes, de fundación por asturleoneses y vizcaínos en la Alta Edad Media, de resistencia guerrillera al mando del “Tío Picote” ante los franceses, tiene muchos ejemplos de una construcción popular, agropastoril, en piedra: el chozo, testimonio de la cultura tradicional, enriquecimiento del paisaje físico y humano, reliquia de cuando el hombre estaba solo ante la naturaleza. “Cuidé también del ganado / por alcanzar el tesoro / de un poco de pan y queso / y volver cantando al chozo” (Luis Álvarez Lencero, Obras completas, 155).

De vuelta a Jerte, a la altura de Navaconcejo, paramos junto a unos campos cuyos almendros tienen más flores, acentuando el contraste cromático en este día primaveral, luminoso, de cielo despejado, sin frío ni calor, ideal. También paramos en Cabezuela del Valle, al lado del puente, estrecho, de un carril. Río abajo, las piedras en el cauce nos recuerdan al inicio de Cien años de soledad: “ … a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos...".

Estamos de nuevo en Jerte. El pueblo, el valle y el río están unidos hasta por el nombre. Es el valle del agua. A pesar de su origen humilde en el puerto de Tornavacas, es una fuerza de la naturaleza alimentada por una tupida red de gargantas de gran belleza que constituyen unos espacios geográficos singulares, unos tesoros geológicos y medioambientales a los pies de la Sierra de Gredos.

Una de estas gargantas, la de los Infiernos, de casi 7.000 has., quizá la más conocida, es la que vamos a visitar. Se sale de Jerte por un parque, se cruza el río y se inicia la ruta de 4 km, una hora de duración y dificultad media-baja, que llega a la zona de Los Pilones. Es
parte de una ruta circular de 16 km. Al ascender se tienen mejores vistas de Jerte y el Valle, con nieve en los altos. Pasamos la Fuente de la Pedrera, umbría, al lado del camino pero casi escondida entre la vegetación. En las laderas se ve el esfuerzo de generaciones plasmado en los bancales que permiten el aprovechamiento de un terreno tan irregular. El siguiente punto es el Mirador del Chorrero de la Virgen, en el paraje conocido como Riscoencinoso –fenómeno
de inversión térmica donde la encina ocupa el lugar del roble melojo-. Por fin, un tramo empedrado, en bajada, nos acerca hasta Los Pilones, con grandes pozas –marmitas- excavadas por la erosión fluvial en un gran bloque de granito y un puente que da paso a una escalera-pasarela en la margen izquierda. El agua verdosa cambia al blanco de la espuma.

Estas gargantas representan un hábitat muy característico. Como la variación altitudinal es grande, 600-2300 m, hay gran variedad de ecosistemas ricos en biodiversidad.
Si en el camino hemos visto el bosque caducifolio (roble melojo, espino o majuelo, castaño, etc.), ahora vemos el bosque de ribera (aliso, fresno, sauce, tejo, abedul), también caducifolio, mientras en lo alto se ven los piornales serranos y pastizales alpinos. Estos bosques de ribera, a ambos lados de los cursos fluviales, adaptados a las inundaciones periódicas, ocupan terrenos empapados por el río o por la capa freática y contienen una fauna muy exigente con las condiciones medioambientales, incompatible con el mínimo grado de contaminación (desmán de los Pirineos, mirlo acuático, trucha, etc.).
Volvemos a Jerte y el regreso lo hacemos por el mismo camino que a la ida. Ascendemos el puerto de Tornavacas y llegamos a la comarca Barco-Piedrahita-Gredos, con un estilo de vida basado en la agricultura y la ganadería que ha pasado a su cultura, costumbres y tradiciones de una fuerte ruralidad. A pesar de la calidad de sus recursos naturales y del elevado valor ecológico y paisajístico del entorno, la falta de desarrollo obligó a la emigración de parte de sus gentes, quedando en la actualidad una baja densidad de población, con una baja tasa de natalidad, una población envejecida y la imposibilidad de su reposición. Últimamente, algunos programas de desarrollo tratan de paliar estos problemas.

En El Barco de Ávila, a 1.009 m de altitud, los vetones hicieron el castro y los romanos el puente. El castro se convirtió en el castillo de Valdecorneja (ss. XII-XIV, planta cuadrada, torreones circulares en las esquinas, cuadrada torre del homenaje que defiende la puerta) y en el s. XIV se realizó el puente viejo (perfil de lomo de asno, arcos desiguales, alto pretil, tajamares sólo a contracorriente) que tuvo una torre en el centro para su defensa. Por el vestigio de la puerta del puente vamos a la iglesia de la Asunción (ss. XII-XIV, mezcla de estilos, tres naves y tres ábsides, gran fachada con pocos vanos, una torre) y a la plaza (porticada, rectangular).

La última parada es en Piedrahita, a 1.060 m., donde vemos el palacio que fue residencia veraniega de los duques de Alba (s. XVIII, estilo neoclásico francés, forma de U, con un gran patio de armas y su parte posterior quizá reflejado en algún cuadro de Goya como La Vendimia) reconvertido en centro educativo, la iglesia de La Asunción (s. XIII, pórtico del s. XVI, diferentes estilos) y la gran plaza de España (iglesia, ayuntamiento, forma poligonal, soportales diferentes, gran fuente de granito del s. XVIII), en torno de la cual se estructuró la población, de trama medieval y con el casco antiguo de forma circular y radial, como Alcalá.

Dejando a la derecha la Sierra de Villafranca, llegamos hasta el Adaja que nos guía hasta Ávila. Como no hemos visto bien la floración, esperamos volver para cuando el rojo del fruto haya sustituido al blanco de la flor.

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