El mirador de los buitres
alargados, separados por matojos y árboles frondosos, mientras que la parte alta tiene vegetación arbustiva. A la derecha queda la Peña del Sol, plana por arriba. Pronto vemos en lo alto la ermita y el castillo de Marcuello, por donde tenemos que pasar.
Todo está muy seco, porque ha llovido poco estos meses
pasados. Abundan los colores pardos, de arbustos que parecen secos, y verdes
claros del boj. Algunos arbustos están sin hojas, como naturalezas muertas y
vemos un mudo testigo leñoso de lo que un día pudo ser una encina. El día es
luminoso y claro, y la temperatura agradable. Seguimos subiendo y ganando campo
de visión. Nos vamos acercando a unos resaltes rocosos, rojizos, de arenisca y
conglomerado, en estratos, en los que la erosión ha creado figuras curiosas, piedras sueltas como monolitos.
conglomerado, en estratos, en los que la erosión ha creado figuras curiosas, piedras sueltas como monolitos.
Desde lo alto vemos, hacia atrás, hacia Huesca, cómo la
niebla matutina ocupa las partes bajas, camufla el paisaje, mientras aquí luce
un sol espléndido y el aire es fresco y limpio. A lo lejos se ve Concilio, y, en
el horizonte, el Moncayo nevado. Hemos llegado a la ermita de la Virgen de
Marcuello, del s. XII, que tiene un ábside semicircular, románico, de factura
muy simple aunque de buena sillería, sin decoración, con una ventana
aspillerada.
Al lado están los restos del castillo, que conserva
únicamente una pared de una torre del s. XII. Fue construido durante el reinado
de Ramiro I, en el s. XI, para consolidar la frontera reconstruida por su
padre, Sancho III el Mayor de Navarra, y fue punto estratégico, junto con
Loarre, desde el que se lanzaron ataques contra las plazas musulmanas de Ayerbe
y Bolea. Estuvo formado por una torre rectangular de cuatro pisos y un pequeño
recinto.
Un poco más allá está la ermita de San Miguel, ss.
XI-XII, con ábside semicircular, ventana aspillerada, buena sillería, bóveda de
cañón, dos hornacinas y una cenefa
que recorre la pared interior. Como ya estamos en lo alto, desde aquí el camino llanea al borde de los acantilados de Os Fils, erosionados, de rocas curiosas, en un paisaje barrido por el viento, sin árboles –alguna encina- y con matorral. A la derecha sale el Barranco de la Mata por donde va la senda que baja a Riglos, como está señalizada en el mapa. A través de este barranco se ve, al fondo, el Pirineo nevado.
que recorre la pared interior. Como ya estamos en lo alto, desde aquí el camino llanea al borde de los acantilados de Os Fils, erosionados, de rocas curiosas, en un paisaje barrido por el viento, sin árboles –alguna encina- y con matorral. A la derecha sale el Barranco de la Mata por donde va la senda que baja a Riglos, como está señalizada en el mapa. A través de este barranco se ve, al fondo, el Pirineo nevado.
Seguimos llaneando hasta el mirador, un edificio de
piedra con ventanas camufladas desde el que se tiene una inmejorable
panorámica: a la derecha los mallos de Riglos y el pueblo de Riglos; de frente
los mallos de Murillo
de Gállego y, más al fondo, los mallos de Agüero y Agüero; a la izquierda, Murillo de Gállego. Es una escena de esas dignas de la fotografía que asiente el recuerdo para siempre. Lo que no vemos hoy son los buitres; no hay ninguno.
de Gállego y, más al fondo, los mallos de Agüero y Agüero; a la izquierda, Murillo de Gállego. Es una escena de esas dignas de la fotografía que asiente el recuerdo para siempre. Lo que no vemos hoy son los buitres; no hay ninguno.
Comemos el bocadillo admirando el impresionante paisaje
mientras el fondo del valle se extiende ante nosotros como un mapa. A lo lejos
sigue la niebla pero aquí la zona se caldea al sol primaveral. Vamos, notando
la caricia del viento en las mejillas, hasta unos cortados cercanos donde hay
ferratas, antes de volver por el mismo camino hasta el castillo y la ermita, y
bajar por la misma senda hasta Linás.
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