jueves, 19 de febrero de 2015

El mirador de los buitres

 Se llega en coche hasta Linás de Marcuello y la subida empieza al final del pueblo. Se trata de un sendero estrecho y pedregoso que asciende con bastante rampa. La parte baja es una zona de campos
alargados, separados por matojos y árboles frondosos, mientras que la parte alta tiene vegetación arbustiva. A la derecha queda la Peña del Sol, plana por arriba. Pronto vemos en lo alto la ermita y el castillo de Marcuello, por donde tenemos que pasar.

Todo está muy seco, porque ha llovido poco estos meses pasados. Abundan los colores pardos, de arbustos que parecen secos, y verdes claros del boj. Algunos arbustos están sin hojas, como naturalezas muertas y vemos un mudo testigo leñoso de lo que un día pudo ser una encina. El día es luminoso y claro, y la temperatura agradable. Seguimos subiendo y ganando campo de visión. Nos vamos acercando a unos resaltes rocosos, rojizos, de arenisca y
conglomerado, en estratos, en los que la erosión ha creado figuras curiosas, piedras sueltas como monolitos.

Desde lo alto vemos, hacia atrás, hacia Huesca, cómo la niebla matutina ocupa las partes bajas, camufla el paisaje, mientras aquí luce un sol espléndido y el aire es fresco y limpio. A lo lejos se ve Concilio, y, en el horizonte, el Moncayo nevado. Hemos llegado a la ermita de la Virgen de Marcuello, del s. XII, que tiene un ábside semicircular, románico, de factura muy simple aunque de buena sillería, sin decoración, con una ventana aspillerada.

Al lado están los restos del castillo, que conserva únicamente una pared de una torre del s. XII. Fue construido durante el reinado de Ramiro I, en el s. XI, para consolidar la frontera reconstruida por su padre, Sancho III el Mayor de Navarra, y fue punto estratégico, junto con Loarre, desde el que se lanzaron ataques contra las plazas musulmanas de Ayerbe y Bolea. Estuvo formado por una torre rectangular de cuatro pisos y un pequeño recinto.

Un poco más allá está la ermita de San Miguel, ss. XI-XII, con ábside semicircular, ventana aspillerada, buena sillería, bóveda de cañón, dos hornacinas y una cenefa
que recorre la pared interior. Como ya estamos en lo alto, desde aquí el camino llanea al borde de los acantilados de Os Fils, erosionados, de rocas curiosas, en un paisaje barrido por el viento, sin árboles –alguna encina- y con matorral. A la derecha sale el Barranco de la Mata por donde va la senda que baja a Riglos, como está señalizada en el mapa. A través de este barranco se ve, al fondo, el Pirineo nevado.

Seguimos llaneando hasta el mirador, un edificio de piedra con ventanas camufladas desde el que se tiene una inmejorable panorámica: a la derecha los mallos de Riglos y el pueblo de Riglos; de frente los mallos de Murillo
de Gállego y, más al fondo, los mallos de Agüero y Agüero; a la izquierda, Murillo de Gállego. Es una escena de esas dignas de la fotografía que asiente el recuerdo para siempre. Lo que no vemos hoy son los buitres; no hay ninguno.

Comemos el bocadillo admirando el impresionante paisaje mientras el fondo del valle se extiende ante nosotros como un mapa. A lo lejos sigue la niebla pero aquí la zona se caldea al sol primaveral. Vamos, notando la caricia del viento en las mejillas, hasta unos cortados cercanos donde hay ferratas, antes de volver por el mismo camino hasta el castillo y la ermita, y bajar por la misma senda hasta Linás. 

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