Bohemia
Museo de Historia de Madrid.La bohemia artística nació en el siglo XIX. En sus
inicios la palabra “bohemio” era prácticamente sinónima de “gitano”, al
proceder muchos de estos de la región de Bohemia (actual República Checa). A lo
largo del siglo, el adjetivo bohemio comenzó a asociarse con el artista,
quienes veían representados en el pueblo gitano algunos de sus anhelos:
libertad, rebeldía, falta de ataduras, una identidad propia, un lenguaje, etc.
Se pasó entonces a tildar como “bohemios” a un colectivo de artistas, pintores,
músicos y escritores, que practicaban un estilo de vida alejado de los valores
burgueses imperantes. No existió una única forma de bohemia: la hubo
intelectual y comprometida, pintoresca o tabernaria, en un momento en que la
figura del escritor comenzaba a profesionalizarse.
Madrid fue el centro de la bohemia española. Una ciudad en transformación que se convirtió en el escenario urbano de sus aventuras y desventuras.
“¡Viva la bohemia!”, fue la expresión con la que George
Sand concluyó su novela La dernière Aldini (1837) y, tradicionalmente, se ha
aceptado como la primera referencia literaria a la bohemia.
“Entre nosotros había algunos empedernidos bohemios. Vivían como podían, a salto de mata. Escribían en periódicos que no pagaban o que lo hacían muy mal; pintaban cuadros que no vendían; publicaban versos que nadie leía; dibujaban caricaturas que no quería nadie”.
Ricardo Baroja, Gente del 98, 1935.
“Por la cuadrada ventana, se veía un grandioso país de
nubes y tejados (…) En cúpulas y tejados, veíanse las formas más extrañas y las
variedades más caprichosas. Ofrecía el conjunto una crestería chabacana, de
recortados picos, aleros, palomares y tantísima chimenea, como negro ejército
en desorden, las unas empenachadas de humo, las otras no, muchas torcidas y con
el capacete ladeado”.
Benito Pérez Galdós, Doctor Centeno, 1883.
Los ecos de Murger se expandieron por España. Enrique
Pérez Escrich publicó la novela El frac azul. Memorias de un joven flaco
(1864), considerada como el aldabonazo de la literatura bohemia española. Pero
la repercusión fue todavía mucho más allá. La ópera de Puccini se parodió en la
zarzuela La golfemia (1900), con el libreto de Salvador Mª Granés y música del
maestro Arnedo, llevándose la trama desde París al Madrid más castizo, como si
se tratara de un espejo deformante. Algunos años más tarde, se estrenó con
rotundo éxito la zarzuela Bohemios (1904), esta vez con letra de Perrín y
Palacios y partitura del maestro Vives. Pío Baroja llegó a escribir para el
teatro Adiós a la bohemia, (1911), texto que más tarde Pablo Sorozábal
convertiría en una “ópera chica” con el mismo nombre.
París: las primeras luces.
En el siglo XIX, París era la gran capital cultural de
Europa. Todo sucedía en París. Escritores y artistas españoles viajaban a la
ciudad francesa con el sueño de alcanzar la gloria, bien sumergiéndose en su
bohemia, bien tomando distancia de ella. Las sensaciones que París les provocó
quedaron retratadas en sus obras pictóricas o en los numerosos textos en los
que describían con detalle sus vivencias, sus éxitos y fracasos: Ramón Casas,
Santiago Rusiñol, Miguel Utrillo. … La bohemia de Montmartre y del Barrio
Latino, los encantos y peligros del “falso azul nocturno”, se convirtieron en
auténticos cantos de sirena.
Entre la multitud de artistas que decidieron viajar a
París, estaban Enrique Ochoa y Manuel Luque. El primero dejó algunas escenas, a
modo de apuntes, donde mostraba las penurias que pasaban los artistas (el
pintor en su buhardilla, los tres artistas sentados en un parque…). Ochoa
ilustró cubiertas para escritores pertenecientes al círculo bohemio, como
Antonio de Hoyos y Vinent, Eliodoro Puche o Rubén Darío.
Por su parte, el almeriense Manuel Luque inició una
importante carrera como caricaturista en la prensa francesa. Sus caricaturas de
los poetas simbolistas adscritos a la bohemia francesa, como Verlaine, Mallarmé
o Rimbaud, se hicieron especialmente célebres. Poetas considerados malditos,
cuya vida bohemia poco tenía que ver ya con la candidez de los protagonistas de
la obra de Murger.
Hermen Anglada Camarasa, Mujer de noche en París, óleo sobre
tabla, 1898
Raimundo de Madrazo, Salida del baile de máscaras. Óleo sobre tabla, hacia 1885
Ramón Casas, Pláticas de familia. Carboncillo y gouache
sobre papel, Hacia 1899
Martín Rico, Vista de París desde el Trocadero. Óleo sobre lienzo, 1883
Eliseo Meifrén,
Plaza de París. Óleo sobre lienzo, 1887
El resplandor español.
La primera generación de la bohemia española surgió a
mediados del siglo XIX. Se trataba de un grupo de escritores postrománticos ligados
al periodismo y al teatro. Fue también la época dorada del folletín, en la que
grandes autores se rodeaban de escritores menores que les servían de
secretarios o de meros escribientes a los que dictar sus obras. Muchos de ellos
vivían de forma precaria y anónima en las buhardillas.
Los primeros bohemios españoles eran jóvenes ilusionados
por lograr un día el éxito y el reconocimiento del público, pero también
mostraron su compromiso político en favor de una regeneración liberal. Cuando
estalló la revolución de 1854, que provocó serios altercados en la capital
madrileña, muchos de ellos lucharon en las barricadas.
La novela El frac azul. Memorias de un joven flaco
(1864), de Enrique Pérez Escrich, inauguraba la literatura bohemia española.
Con un carácter autobiográfico, Escrich advertía a los jóvenes de los peligros
que acechaban en el camino de la fama. Al margen del protagonista de la novela,
Elías, alter ego del autor, el resto de sus compañeros bohemios fueron
personajes reales, como los escritores Florencio Moreno Godino (conocido como
Floro Moro Godo), Antonio Altacill o Roberto Robert.
Los cafés madrileños de la época (la Perla, el Suizo o el del Príncipe) eran los centros de reunión de aquellos jóvenes. Cafés románticos a los que, décadas más tarde, se les rendiría culto.
“Escribir en Madrid es llorar,
es buscar voz sin encontrarla,
como una pesadilla
abrumadora y violenta”.
Mariano José de Larra, “Horas de invierno”, El Español,
25 de diciembre de 1836
Ricardo Baroja, Retrato de Mariano José de Larra, Óleo sobre lienzo, 1930
Ricardo Balaca, El café, Óleo sobre hojalata, hacia 1860-1865
Jesús Evaristo Casariego, Inauguración del alumbrado eléctrico en la Puerta del Sol, 1878
Leonardo Alenza, Lectura en el café de Levante de Madrid,
Óleo sobre lienzo, hacia 1830
La bohemia heroica.
En las últimas décadas del siglo XIX, surgió un grupo que
plantó cara a la mediocridad y remplonería que, según su opinión, caracterizaba
a la sociedad española del momento. Son la llamada Gente Nueva, que luchará
contra lo “viejo”, lo “anticuado”. A estos “modernos” o “modernistas”, término
utilizado de forma peyorativa por sus contrincantes, pertenecieron los miembros
de la segunda generación de bohemios. Se consideraban un tipo de aristocracia
artística, enfrentada con todo lo que representase el ideal burgués, su
principal enemigo. Su ideología los posicionaba dentro del socialismo y el
anarquismo, y denunciaron la precaria situación de miseria y hambre que vía
entonces gran parte de la población española.
Esta bohemia conocida como “heroica o santa bohemia” se
agrupó en periódicos como Democracia Social, La Piqueta, Don Quijote y, en
especial, en torno al semanario Germinal, dirigido por Joaquín Dicenta. Fue
precisamente una obra de Dicenta, Juan José (1895), la que supuso el inicio del
teatro social, en la que por primera vez la clase obrera se veía representada
con veracidad sobre las tablas.
El gran bohemio de esta generación modernista fue
Alejandro Sawa (1862-1909). Amigo de Paul Verlaine, a quien frecuentó durante
su estancia en París, Sawa representaba el ideal del escritor libre,
inadaptado, comprometido con su causa hasta las últimas consecuencias: una
trágica muerte rodeada de locura y pobreza. Valle-Inclán se inspiró en él para
crear el personaje de Max Estrella en Luces de bohemia.
“Andar por calles y plazas hasta las altas horas de la noche, entrar en una buñolería y fraternizar con el hambre y con la chulapería desgarrada y pintoresca, impulsados por este sentimiento de caballero y de mendigo que tenemos los españoles, hablar en cínico y en golfo y luego con la impresión en la garganta del aceite frito y del aguardiente, ir al amanecer por las calles de Madrid, bajo un cielo opaco, como un cristal esmerilado, y sentir el frío, el cansancio, el aniquilamiento del trasnochador.
Dejar después la ciudad y ver entre las vallas de dos
solares esas eras inciertas, pardas, que se alargan hasta fundirse con las
colinas onduladas del horizonte, en el cielo gris de la mañana, en la enorme
desolación de los alrededores madrileños”.
Pío Baroja, La Esfera, 1915.
A finales del siglo XIX, la miseria y el hambre se habían
convertido ya en un serio problema para la sociedad madrileña. Una de las
iniciativas que se pusieron en marcha para intentar aliviar la situación fueron
las llamadas tiendas-asilo. Fundadas según el modelo francés, estos centros
benéficos ofrecían dos comidas al día a los más desfavorecidos a unos precios
muy económicos. En Madrid, se abrieron, por ejemplo y entre otros lugares, en
las calles de Doctor Brumen, Jorge Juan o en las inmediaciones de Ferraz, con
no poco disgusto para los vecinos más acomodados.
La revista Germinal (1897-1899), dirigida por Joaquín
Dicenta y en la que colaboraban importantes firmas de la bohemia modernista,
mostró un férreo compromiso político y social. Además de los artículos
publicados, en sus páginas se reprodujeron obras pictóricas que tenían un claro
componente de denuncia social: Trata de blancas (Joaquín Sorolla), La Virgen
obrera (Cutanda), Una desgracia (José Jiménez Aranda), etc. La obra
Tienda-asilo fue la escogida para ilustrar el artículo firmado por Ernesto Bark
en el que comparaba el naturalismo francés de Émile Zola con el español de
Joaquín Dicenta y Alejandro Sawa.
Durante su estancia en Madrid, en 1901, Picasso se
relacionó con la bohemia madrileña. Pruebade ello, es este dibujo en el que se
retrató junto a un grupo de amigos artistas, quienes parecen hacer un alto en
el camino en uno de sus habituales paseos nocturnos por el extrarradio de la
ciudad.
De izquierda a derecha: personaje desconocido, Henri
Cornuty, Francesc d´Assís Soler, Pablo Picasso y el poeta Alberto Lozano.
El dibujo apareció reproducido en las páginas de Arte
Joven (1901), la revista dirigida por Francesc d´Assís Soler y el propio
Picasso, con la intención de agitar el arte del momento.
“No es nuestro deseo destruir nada: es nuestra misión
más elevada. Venimos a edificar. Lo viejo, lo caduco, lo carcomido, ya caerá
por sí solo, el potente hálito de la civilización es bastante y cuidará de
derribar lo que estorbe”.
Arte Joven, 10 de marzo de 1901.
Manuel Benedito, La familia del anarquista el día de la
ejecución, Óleo sobre lienzo, 1899
Espacios de bohemia y golfemia.
La bohemia está ligada a Madrid con fuertes lazos. La
ciudad no sólo es el escenario urbano donde transcurre la vida bohemia, sino
que es el continente real donde los escritores vierten las esperanzas y
decepciones, llegando a convertirse en un personaje más de su literatura o en
el objetivo de sus denuncias sociales. A finales del siglo XIX y comienzos del
XX, Madrid es una capital anquilosada en el tiempo, con un entramado
laberíntico de calles estrechas y amenazantes.
La bohemia vive en las buhardillas, en las tertulias de
los cafés -que pueblan las inmediaciones de la Puerta del sol-, en las
redacciones de los periódicos, en los cafés cantantes, en los cafetines y
tabernas. El bohemio es “hermano de la prostituta”, a la que elogia y dedica
versos, como compañera de un desarraigo común y compartido. El escritor Emilio
Carrère será el gran rapsoda de ese “barrio latino matritense” al que cantará y
evocará su recuerdo.
Fue en estos espacios donde comenzó a aflorar un grupo de
escritores más ligados a los bajos fondos que a la literatura. Esta “golfemia”,
amiga del alcohol y del sablazo, llegó a formar la tercera generación de la
bohemia española que poco nada tendrá que ver ya con la de la “santa bohemia”
del pasado. Una golfemia que, a partir de 1910, con el inicio de las obras de
la Gran Vía, y hasta mediada la década de los años 30, fue testigo de cómo el
Madrid antiguo de la bohemia heroica se iba deshaciendo poco a poco en
beneficio de la modernidad y el progreso.
José Gutiérrez Solana, Chulos y chulas, Óleo sobre
lienzo, 1906
Enrique Martínez Cubells, La Puerta del Sol. Óleo sobre lienzo, hacia 1900.
“Límpiate el polvo del camino, cambia de traje, ponte
el sombrero, apóyate en mi brazo, salgamos a la calle, vamos a la Puerta del
Sol y emprendamos la caminata”.
Eusebio Blasco, Madrid por dentro y por fuera, 1873.
“El cuadro que ahora presenta de gran tamaño se titula El
cafetín. Bermejo es el pueblo mismo de Madrid. El chulo, la modistilla, el
trapero, el requesonero, el vendedor de flores, el tañedor de flores, el
tañedor de guitarra, la peinadora, la chalequera, el albañil, todo el Madrid
callejero que invade cafetines, teatrillos y tabernas, y que tal vez percibió
Bermejo con el especialísimo tono y el ambiente recargado de madileñismo del
Juan José de Dicenta”.
Francisco Alcántara, “La exposición Nacional de Bellas
Artes”, El Sol, 28 de mayo de 1926.
Arturo Souto, Tertulia de Valle-Inclán Café Granja El Henar, Óleo sobre lienzo, Hacia 1928
José Gutiérrez Solana, La casa del arrabal. Óleo sobre
lienzo, hacia 1934
Antes de su asentamiento en París y su etapa cubista,
realizó varios trabajos para la prensa española. Una de las colaboraciones fue
para el semanario satírico madrileño ¡Alegría! En esta revista publicó, en
junio de 1907, su dibujo Marta la ciega, dentro de la sección “Vaciados
alegres”; un espacio donde personajes de la calle o del ámbito político y
académico parecían retratados por los grandes dibujantes del momento (Sancha,
Robledano, Ramírez, Juan Gris), junto con un poema alusivo. En este caso, el
dibujo de Gris se acompañó de un poema firmado por “Epicteto”, cuyo primer
verso correspondía con la famosa habanera que debía cantar nuestra protagonista
en la calle:
“He nacido en un bosque de cocoteros (…).
El mismo año, 1907, Antonio de Hoyos y Vinent, escritor y
aristócrata bohemio, hacía referencia en su novela A flor de piel a una mendiga
invidente, de nombre Lucía, que pedía limosna a la puerta del Teatro Apolo de
Madrid, mientras tocaba la guitarra y cantaba la misma habanera a la que se
refiere el poema de la revista ¡Alegría!, por lo que cabe pensar que se tratase
de la misma persona, conocida sobradamente en la ciudad. Como curiosidad,
reseñar que dicha novela la había dedicado a Valle-Inclán.
La luz en el espejo.
El espacio que cierra la exposición está dedicado a
Valle-Inclán y su obra Luces de Bohemia, publicada como libro en 1924. Tomando
como inspiración a Alejandro Sawa, traza a este literato loco, ciego y pobre
para recorrer en una agónica jornada el “Madrid absurdo, brillante y
hambriento” donde sitúa la acción. Max Extrella dice “¡El esperpento lo inventó
Goya!”, por lo que se incluyen en este espacio algunos Caprichos de Goya, en
los que se aprecian la deformación o caricaturización de sus protagonistas. A ella
había aludido, quince años antes, Francisco Sancha en algunas de sus “Escenas
madrileñas” (El Golfo, El Aguaducho o El ciego Fidel). Ya en la salida se nos
invita a esta reflexión, en palabras de Pío Baroja: “La bohemia es una de
tantas leyendas que corren por ahí; una bonita invención para óperas y
zarzuelas, pero sin ninguna raíz en la realidad”.
Sánchez Álvarez, Busto caricatura de Ramón María del
Valle-Inclán. Madera frutal tallada, tintada y encerada, 1932
Higinio Vázquez, Ramón María del Valle-Inclán, Hormigón patinado, 1971
“Este gran don Ramón de las barbas de chivo,
cuya sonrisa es la flor de su figura,
parece un viejo dios, altanero y esquivo,
que se animase en la frialdad de su escultura (…)”
Rubén Darío, “Soneto”, El canto errante, 1907
Vicente Moreno, Retrato de Ramón María del Valle-Inclán
Callejero del Madrid bohemio
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