Fisterra (Finisterre)
El cabo Finisterre es el extremo de una península rocosa de relieve accidentado (monte Facho, 247 m) que desciende bruscamente en acantilado hacia el mar, penetrando en el océano Atlántico (Costa de la Muerte). Los romanos creían que era el punto más occidental de la península Ibérica, pero el cabo Touriñán y el cabo da Roca (Portugal) están más al oeste. En época romana se creía que era el fin del mundo conocido, de ahí que su nombre derive del latín “finis terrae”, fin de la tierra.
En la cima del monte Facho se encuentra el faro, considerado el final del Camino de Santiago. Fue construido en 1853, con base octogonal y terminado en cornisa con balcón. La linterna, poligonal, mide 17 m y su luz, desde sus 143 m sobre el nivel del mar, alcanza más de 30 millas náuticas. En 1888 se le añadió una sirena (la Vaca de Fisterra) para advertir en los días de niebla.
Los orígenes están envueltos en la niebla del lugar, paraje de aura legendaria que descansa en la mitología de sus primeros pobladores. Queda cultura megalítica, “puerta de los cielos”, dólmenes como la tumba de Orcavella (la “meiga zugona”, bruja que chupaba la sangre de los niños), situada en la cumbre del monte Facho. Los dólmenes como “puertas al más allá” se vinculan a la Vía Láctea, vehículo de almas y relación con los astros, especialmente el sol. También quedan restos de la cultura del vaso campaniforme, 2600-1600 a.n.e., asociada al Calcolítico y al periodo inicial de la Edad del Bronce.
Las antiguas civilizaciones miraban al cielo, la residencia de sus dioses, a la Vía Láctea y al Círculo de Orión, dos caminos de estrellas que terminaban en la última tierra occidental. Muchos pueblos llegaron a occidente para ver el lugar desde donde partían los muertos al otro mundo, para ver donde el sol tenía su casa. Los pueblos centroeuropeos se habían fijado en que, en las noches claras, en el cielo aparecía marcado un rumbo mediante millones de estrellas: era la Vía Láctea, el Camino de las Estrellas, señalando al occidente y debiendo significar algo.
Quizá son los ligures, pueblo navegante, los responsables de esta cultura por toda la costa occidental de Europa. Se les considera antecesores de los celtas. Hesiodo, s. VII a.n.e., denomina Ligues (Ligur) a todo el occidente europeo y Eratóstenes, s. III a.n.e., decía que a España se la conoció como “Ligustike”. Los ligures fueron matriarcales y construyeron dólmenes y megalitos. De entonces son las leyendas de Viejas o Mouras constructoras de dólmenes como el de Orcavella en Fisterra.
Las creencias hacia la existencia de una isla situada al
oeste, donde se ponía el sol y a donde se iba al morir, aparecen en las
leyendas celtas, que muestran héroes que hacen su último viaje a ese paraíso en
una barca de piedra. Los celtas consideraban que el espíritu de los muertos
partía hacia otro mundo desde Fisterra, el punto más occidental de Europa,
considerándole un lugar sagrado, lugar donde señalaba El Camino de las
Estrellas, peregrinando desde entonces hasta allí. Los Celtas tenían más de
cien dioses: como ríos, montes, árboles, fuentes, colocando piedras altas en el
cruce de los caminos donde les adoraban. La Iglesia Católica tomó este hecho
para convertirlo en cruceiros.
Posteriormente llegaron otros pueblos. Por mar lo hicieron los fenicios, asombrándose al ver entrar el sol en el océano. En Finisterre elevaron un altar para adorar al Sol, "El Ara Solis". Los griegos dieron el nombre de Vía Láctea a este reguero de estrellas que en latín significa camino de leche, por la apariencia de la banda de luz y así lo afirma la mitología griega explicando que se trata de leche derramada del pecho de la diosa Hera. Entre 630-570 a.C. se detecta un importante comercio griego en el sur de la Península Ibérica. La caída de Tiro llevó a que Cartago, colonia fenicia situada en Túnez, controlara a las otras colonias occidentales, justificando así el carácter imperialista y militarista que tuvo posteriormente en el siglo III a.C.
Los griegos, guiados por la Osa Mayor, también fijaron
sus derroteros por las costas occidentales de Europa. Uno de los más afamados
fue Piteas, hacia el 330 a.n.e., de los primeros griegos en cruzar el estrecho
de Gibraltar o Estelas de Heracles hacia el norte, por Finisterre e Islas
Británicas hasta Tule, que quizá fuese Islandia. Fue el primer testimonio
escrito en que se llama Hispania a la península Ibérica.
Aquí se encuentran los restos arqueológicos de Vilar
Vello y los de la ermita de San Guillermo, relacionada con la cristianización
de lugares paganos destinados a los ritos de fertilidad, especialmente la
llamada “Cama de San Guillermo”, excavada en la roca, a donde acudían las
mujeres, que un obispo mandó destruir en el siglo XVII por considerarla pagana.
Parece ser que los romanos encontraron aquí el Ara Solis, un altar para
celebrar ritos solares, y de los escritos de la época puede citarse un párrafo
de Lucio Anneo Floro, de finales del siglo I, en el que afirma que Décimo Junio
Bruto, vencedor en toda la costa, no regresó hasta contemplar con cierto miedo
cómo el sol se hundía en el mar, del que parecía salir una llamarada. Los
geógrafos Plinio y Estrabón situaron aquí el llamado Portus Artabrorum.
Según Émile Cioran lo que conocemos como “Cabo Finisterre era para los celtas «un lugar de peregrinaje y lo siguió siendo durante períodos de influencia fenicia, griega, cartaginesa y romana… donde se encontraba un adoratorio «pagano» de una divinidad anterior y un templo mistérico que eran visitados por «peregrinos» llegados de muy lejos». Los fieles iban con la esperanza de que, tras entrar en el Santuario Divino, encontrarían la salvación y la inmortalidad para la vida futura.
Hay teorías sobre el origen de la concha como símbolo, basadas en leyendas como la del novio que se precipitó al mar con su caballo. Los caballeros debían coger en el aire, antes de que tocara el suelo, una especie de lanza. El novio persiguió la lanza cayendo al mar con su caballo. Ambos salieron sanos y salvos junto a una barca de peregrinos (la barca de piedra en la que Atanasio y Teodoro llevaron los restos de Santiago de Palestina a Galicia). El joven se dio cuenta de que su cuerpo estaba cubierto de conchas de vieira. Se entendió como un milagro de Santiago y todos se convirtieron al cristianismo. Otro milagro sucedió en el siglo XII en Apulia, cuando un caballero sanó al ser tocada su garganta enferma con la concha de un vecino que había peregrinado a Compostela.
Gallaecia Ptolemaei según Enrique Flórez, 1787. En la
ampliación destacan las islas Casitérides -Oestrímnicas- Hespérides productoras
de estaño enfrente del Promontorio Nerio y Ara Solis.
La leyenda de la Costa da Morte cuenta que, en las noches de temporal, cuando la visión era escasa debido a las fuertes lluvias o las brumas, los lugareños acudían a los límites de los cabos con sus bueyes, que portaban unos faroles encendidos en sus cuernos. El paso cansado de los animales simulaba el balanceo de una embarcación, y los barcos se acercaban para encontrar resguardo, estrellándose contra los escollos. Los lugareños saqueaban los barcos y asesinaban a los náufragos.
Esta Costa de la Muerte ha sido escenario de muchas batallas y naufragios. En 1509, la flota portuguesa de Duarte Pacheco Pereira hundió y apresó los barcos del corsario francés Pierre de Mondragón, que resultó muerto. En 1747 hubo dos victorias británicas, por los almirantes George Anson y Edward Hawke. Durante las guerras napoleónicas hubo otra batalla entre la flota británica del vicealmirante Robert Calder y la hispanofrancesa dirigida por Pierre Charles Silvestre de Villeneuve. En 1596, ocho años después del desastre de la Armada Invencible, Felipe II envió otra flota de más de cien barcos al mando de Martín Padilla para acabar con los saqueos británicos, pero un fuerte temporal hundió 25 barcos y acabó con 1.706 tripulantes. Naufragios importantes fueron la Nao Aragonés en 1345, la urca alemana de Tideman Sticker en 1378 y el barco irlandés del rey Moylurg en 1455. En 1870 hubo un gran naufragio, el del Capitán Monitor de la Royal Navy, con 482 personas, y en 1890 el Serpent, buque escuela de la Marina inglesa (cementerio de los ingleses). En 1927 naufragó el mercante Nil.
Detalle de la península Ibérica de la llamada Carta Pisana
de 1275 que referencia “Sta. María de Finibusterra”.
Detalle de la costa noroeste de Galicia del Atlas Catalán
de Abraham Cresques de 1375 donde referencia el Cap de “Finistera”.
Ningún lugar tiene mayor simbolismo para los peregrinos que el temible cabo Fisterra. El final de la ruta sigue envuelto en la niebla de la leyenda. Parece el fin del mundo, el último bastión que se alza al filo de un profundo abismo, el enclave en el que el continente se sumerge en el Atlántico.
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