sábado, 14 de junio de 2025

Laspuña



Es una población de 378 habitantes (2024) situada a 725 m de altitud al norte de Aínsa y a orillas del río Cinca. Existen escasos restos anteriores a la Edad Media: de época romana, el pilar de un puente sobre el río Cinca; de época musulmana, una tejería. En un documento del monasterio de San Victorián fechado en 1085 aparece Laspuña como “ILLAS SPONAS”. En ese tiempo pertenecía al obispado de Lérida. En otro documento de 1228 aparece el nombre LASPUNYA, y un vecino, Ramón Castany. En 1495, era propiedad del Señorío Eclesiástico de San Victorián. En la época de Felipe II, por los años finales del siglo XVI, los mozos de Laspuña junto con los de Sobrarbe participaron tanto para detener la invasión de Aragón por Felipe II como para defender los puertos de Plan, Bielsa y Gistaín de la invasión de los bearneses. 


En el año 1600 el concejo de Laspuña acordó la construcción de un molino que llegó a durar hasta 1960. Por entonces comenzaron las explotaciones forestales produciéndose una época de gran esplendor económico ya que la madera llegó a emplearse hasta para la fabricación de barcos. En la segunda mitad del siglo se construyó la iglesia de Laspuña y la ermita de Fuente Santa. Pero a finales de siglo las sequías y las pestes y epidemias asolaron el municipio y diezmaron la población. A lo largo del siglo XVII y sobre todo del XVIII la población se recuperó gracias sobre todo al auge de la explotación maderera y al transporte de la misma por el río hasta el Mediterráneo, Laspuña es cuna de grandes nabateros. Después de la guerra civil del siglo XX la continuidad de las explotaciones madereras permitió a Laspuña ser uno de los pueblos más desarrollados de la época hasta la época de la emigración a las grandes ciudades.   


Los bosques de la zona han sido explotados desde el siglo XVII, ayudando a la producción agrícola y ganadera. Tradicionalmente se ha usado la madera para la construcción de útiles y herramientas, y edificación de viviendas y construcciones agrícolas. La extracción y venta de madera supuso un importante recurso económico para los habitantes de Laspuña debido a su alto precio. El transporte de madera para su venta se realizaba a través del cauce fluvial del Cinca. Los navateros de Laspuña y de las localidades próximas preparaban los largos troncos y los ataban formando naves flotantes articuladas, conocidas como navatas o almadías. Sobre ellas surcaban las aguas que los habrían de llevar hasta las lejanas costas del Meditérráneo.





Museo de las Navatas y de la madera
. En la planta superior del edificio del Ayuntamiento podemos encontrar instrumentos relacionados con el corte y manipulación de la madera, objetos realizados en madera y maquetas de los medios tradicionalmente empleados para su transporte, las navatas, y objetos recopilados por la Asociación de Navateros.

En Ceresa, pueblo cercano, hay otro museo dedicado a una de las principales actividades económicas del valle, la extracción y manipulación de la madera. Es el Centro de Interpretación de la Naturaleza y Actividades Tradicionales, que contiene una colección de utensilios y herramientas.





 

 

Ecomuseo navatero. Varios paneles distribuidos entre el pueblo y el río explican el proceso de construcción de las navatas y sus viajes.

Descenso hasta Aínsa. Último domingo de mayo (mayenco).

En 1983 los jóvenes de la zona se interesaron por recuperar el oficio y formaron la Asociación de Nabateros de Sobrarbe con el objetivo de conservar y dar a conocer la historia y el trabajo de los nabateros.

Ruta de los nabateros en Puértolas.

En 2022 fue inscrita en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de UNESCO dentro de la candidatura “Timber Rafting/La Maderada/Cultura del Transporte Fluvial de la Madera.

El viaje de la nabata.

Los “nabateros” soltaban las “nabatas” de las plachas de Laspuña sabiendo su destino, pero no el tiempo que invertirían, ni los lugares donde pernoctarían. La velocidad dependía del caudal del río y de los contratiempos que pudieran presentarse. Lo habitual era que el viaje durara siete jornadas, cuatro hasta el Ebro y tres hasta Tortosa, aunque podía alargarse. Solían partir cinco o seis nabatas de tres tramos en la misma expedición, conducidas por 15 o 18 nabateros. No salían muy juntas, por el peligro de chocar, partiendo, aproximadamente, cada cuarto de hora.

Navatas en Monzón, 1847-1853
La primera etapa era hasta Monzón, con gran velocidad por la fuerte pendiente y con los inconvenientes del difícil túnel de Mediano y los estrechos de Entremón, los dos puntos más temidos. Tras pasar Ligüerre de Cinca ya podían respirar tranquilos, y más desde El Grado.

Entre Monzón y Fraga disminuía la pendiente y la velocidad, y en algunas ocasiones, los nabateros vendían maderos en alguno de los pueblos de la orilla, como Pomar, Alcolea o Zaidín. En Fraga se solían acoplar las nabatas de dos en dos, quedando tres embarcaciones de seis tramos cada una. Así, los nabateros sobrantes podían volver a su casa mientras que el resto continuaba la tercera etapa hasta Mequinenza, punto de unión con el Ebro.

En Mequinenza se hacían nuevos coples, de las tres nabatas se hacían dos y de nuevo parte de los nabateros emprendían la vuelta a la montaña. Por el Ebro se navegaba despacio y se compartía recorrido con almadías navarras, rais catalanas y barcas cargadas de carbón. Se hacía escala en Fayón y la quinta noche se pasaba en Flix, donde había que esperar a pasar las esclusas al día siguiente.

La sexta jornada llevaba hasta Mora o, si no había viento en contra, hasta Xerta. La última jornada, como todas las del Ebro, solía ser tranquila y los nabateros tenían tiempo para relajarse y comprar víveres en los pueblos por los que pasaban. Al llegar a Tortosa comenzaba el duro regreso.

Algunos habían regresado ya desde Fraga o Mequinenza, recibiendo dinero del amo y cargados con cuerdas, hachas y barrenas. El viaje era largo desde Tortosa, andando durante siglos, en ferrocarril hasta Barbastro más tarde. Desde aquí, andando durante una larga jornada.

Primera foto conservada de un navatero sobrarbense: Francho García en 1898

Zinca traidora.  Zinca traidora, Zinca traidora / que as piedras amuestras / y os ombres afogas. // bis // Por o barranco de Biembro /puya Felipón dá a Flor/ con a estral bien esmolada / d´o ferrero Lorenzón. // Se sentiban as estrals / trucando en a madera / y cayeban firmes trallos /l rodando por a ladera. // Denzima de dos conchez / se b an adobando os trallos, / se fan mortesas y estgachas / y o ligallo pía os trampos //. Ya ye clabau o ropero, / ya ye colgau o salau/, y os boticos plen s d´esprito / que augua ya en temenos prou.

Las dificultades.

Cuando la nabata se paraba en una parte poco profunda: 1.Se abrían los lapazons (los dos maderos de los extremos laterales de cada tramo), que se soltaban de su parte trasera para aumentar la flotabilidad. 2.Se retiraban piedras gruesas del río para formar pequeños canales o escorras. 3.Si todo esto no funcionaba, los nabateros se veían obligados a bajar al agua para empujar con las barras o barría-

La nabata se para. Si el último tramo de una nabata de tres tramos era el que quedaba parado, los nabateros ataban un extremo de gruesa soga en el tramo anterior y el otro extremo en el tramo atascado. Una vez atada la soga, cortaban con el hacha las tres acopladeras que unían ambos tramos. Los dos primeros tramos prosiguen su camino con creciente velocidad, hasta que la cuerda se termina y se produce un fuerte tirón que consigue desplazar el último tramo.

La nabata quedaba atravesada en el río, detenida por la pilastra de un puente. También era necesario cortar las acopladeras y hacer que cada tramo saliera por un lado del obstáculo, teniendo cuidado de que permanecieran unidos por la soga, para poder después acoplarlos de nuevo.

Algunos contratiempos suponían alargar el tiempo del viaje, otros ponían en peligro la vida de los nabateros y otros hacían peligrar la mercancía, la madera.

Peligros naturales. El descenso del río Ebro solía ser lento, especialmente cuando soplaba viento en contra. Sin embargo, cuando bajaba crecido, el Ebro era muy peligroso. Especialmente temidos eran los remolinos, en los que las nabatas giraban como paja sobre las aguas.  La nabata debía ir siempre siguiendo la dirección de la corriente, para que el agua la empujara siempre por detrás. Si el agua la empujaba por un lado, en pocos segundos estaba cruzada y se hacía ingobernable. Si había demasiada agua, la nabata podía acabar chocando con las rocas. En este caso, el nabatero nunca debía soltar la madera, agarrándose donde pudiera. Cualquier cosa era mejor que caer de la nabata, porque era fácil quedar bajo los troncos y ser aplastado por ellos.

El túnel de Mediano era uno de los mayores peligros: las aguas del Cinca se dirigían rápidas a la boca del túnel y los nabateros debían luchar para embocar la nabata hacia el interior y agacharse rápidamente, porque la altura del techo no permitía el paso de un hombre erguido.

Los robos de madera por las noches eran bastante frecuentes, tanto durante la construcción en la placha como cuando se bajaba por el río y las nabatas se quedaban atadas en la orilla mientras los nabateros dormían. A los troncos robados se les llamaba maderos de luna.

Dejar la vida. El último nabatero que se ahogó en el Cinca fue Mariano de Chan Soro, de Laspuña. Murió en el túnel de Mediano en 1943 al chocar y darse la vuelta la nabata. En 1936 había perdido la vida Pallaruelo, nabatero de Laspuña, tras el choque de la nabata con el puente de Albalate.

Durante el siglo XX se tiene constancia de al menos otros dos nabateros de Laspuña y uno de Belsierre que perecieron en el río. Teniendo en cuenta el escaso número de habitantes de los pueblos, la lista de víctimas evidencia los riesgos de esta profesión.

El final de una época. La sociedad ha cambiado. El 12 de junio de 1983, después de comer en Aínsa, volvieron a posar los mismos nabateros de los que se conserva una foto de 1946 o 1946. Casi cuarenta años separan ambas fotografías: sin embargo, esos cuarenta años cambiaron la sociedad rural del Alto Aragón más que los cuatro siglos anteriores.

Ya no bajan nabatas por los ríos altoaragoneses. No es por la competencia de los veloces camiones, ni por las presas, ni por la dureza del oficio. Es porque ha muerto el mundo al que pertenecían. Ya no se hila el cáñamo, ni la lana; ya no se trilla en la era; ya no se lava en el río; ya no bajan por las cabañeras los grandes rebaños trashumantes.

Las últimas nabatas. Comenzó el siglo XX con malos augurios para los nabateros. A partir de la segunda década se emprendieron presas, túneles y centrales eléctricas que iban bloqueando los antiguos cauces nabateros. También aparecieron leyes que dificultaban el tráfico de almadías para favorecer los intereses de las grandes empresas hidroeléctricas, estableciendo requisitos legales difíciles de cumplir, sobre todo para barranquiar maderos sueltos. En la misma época se construyeron carreteras que unían el valle del Ebro con los bosques pirenaicos. Hacia 1930, como consecuencia de las ventajas ofrecidas por el transporte por carretera y de las dificultades fluviales, el tráfico nabatero había casi desaparecido.

La vieja sociedad había muerto. Era como un gran arco cuyas dovelas se llamaban autoconsumo, transhumancia, heredero único, casa, piedra y losa, lengua aragonesa, nabatas, etc. Cuando algunas piedras de este arco se movieron, todo el arco cayó, porque unas sujetaban a otras y todas se necesitaban entre sí. Es el cambio histórico, es la sociedad que evoluciona.

Un breve resurgir. Luego llegó la Guerra Civil y después la posguerra, coincidente con la Segunda Guerra Mundial, con la consiguiente escasez de vehículos y de combustible. Toda España se ruralizó y retrocedió varias décadas. En la posguerra la madera era muy demandada en las obras de reconstrucción tras la guerra y alcanzó precios elevados, por lo que durante unos años el viejo oficio nabatero volvió ser rentable. Poco a poco el país se fue recuperando y desde 1943 el transporte en camión pasó a ser predominante. También se generalizó el transporte por cable para descender a la parte baja de los valles los troncos talados en las laderas.

En Cataluña los raiers abandonaron su oficio entre 1928 y 1930, y ya no lo reemprendieron. En Navarra se retomó, pero se dejó definitivamente en 1945. Los nabateros sobrarbenses continuaron bajando troncos por el Cinca hasta 1949. La última madera que llegó a Tortosa por el río fue facturada el 31 de julio de 1949 por Mariano Pallaruelo, siendo probablemente el último viaja almadiero a nivel nacional

Sacar la madera.

Bosques del Pirineo. Si el bosque era llano, los animales ideales para sacar la madera eran los bueyes, tranquilos y lentos, con una fuerza descomunal que les permitía arrastrar varios troncos en un solo viaje. Si el terreno (como solía suceder) era pendiente, se empleaban machos porque, aunque menos fuertes, son más ágiles que los bueyes y en las bajadas podían correr más que el tiro.

Tiradores. El trabajo de los tiradores era duro y peligroso. Los mulos empleados para tirar suelen ser animales soberbios, que necesitan del diario y agotador trabajo para mantenerse manejables.

Equipamiento de los machos.

1.Collera. El macho lleva en el cuello una collera que reparte bien toda la presión del tiro en la parte delantera del animal para tirar de los maderos.

2.Horcates. Sobre la collera, realizada con lona y cuero envolviendo un relleno de paja, iban dos piezas de madera llamadas horcates.

3 y 4. Anchuelas y tirantes. De los horcates parten dos cadenas de hierro que forman un lazo, llamadas anchuelas, a las que se enganchan  dos largas cadenas llamadas tirantes, que van una por cada lado del animal.

5.Badal. Tras el animal, para separar los tirantes, va una pieza llamada badal. Tras el badal, los tirantes terminan en la cadena que amarra el tronco o los troncos del tiro. Si el tiro era muy grande o el terreno muy pendiente, se enganchaban varios machos a un mismo tiro. En algunas ocasiones se ponían hasta cuatro machos en el mismo tiro.

Cuando se calculaba que los árboles cortados y cuadrados estaban secos, había que sacarlos del bosque, para lo que se empleaba la fuerza de los animales.

Tirar por el río.,

A veces se hacía avanzar el tiro por el cauce de pequeños riachuelos para facilitar el trabajo de los machos ya que el tronco resulta menos pesado en el agua. Se le llamaba tirar por el río.

Tirar: acción de arrastrar madera con tracción animal.

Tirador: el hombre que conduce los animales y tiro llaman al conjunto de troncos que una caballería lleva en cada viaje.

Barranquiar. Si se llegaba a un pequeño río y los troncos se podían transportar ya por flotación, se llamaba barranquiar. Por estos ríos los troncos van sueltos, dirigidos por barranquiadores. Normalmente este trabajo lo hacían los propios nabateros. No obstante, hubo gente muy especializada en el trabajo del barranqueo, como los hombres de Salinas de Sin.

Gancha es un gancho de hierro con una punta afilada en su extremo, que se coloca en una pértiga de avellano de unos tres metros, empleada para dirigir los troncos.









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