jueves, 14 de abril de 2022

 Alfonso X.



El Museo de Santa Cruz, en Toledo, es sede habitual de grandes exposiciones que llenan de curiosidad los ojos de las personas que las miran y admiran. En este caso se trata de la figura del monarca castellano Alfonso X El Sabio. 




Tras atravesar la majestuosa fachada, obra de Alonso de Covarrubias, se pasa al claustro donde una gran escalera, obra del mismo autor, nos permite acceder al piso superior. Portada y escalera son obras maestras del Renacimiento español, s. XVI. 





Esta magnífica escalera nos recuerda a la que hizo en el Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares, desaparecida en el incendio del edificio.




La exposición está situada en el piso superior, organizada de forma cronológica sobre la vida del rey sabio, pero también de forma temática según las distintas facetas que desarrolló a lo largo de su reinado. Se compone de paneles explicativos, libros, maquetas, mapas, documentos y objetos de todo tipo (instrumentos musicales, espadas, vestidos, etc.). Todos los fragmentos forman un relato completo, y el orden lógico y racional evita tener un tumulto de imágenes a la salida.


Comienza en la ciudad de Toledo, su lugar de nacimiento en 1221 -en las Casas de Galiana, los antiguos palacios musulmanes-, hijo primogénito de Fernando III y Beatriz de Suabia. 




Tras su infancia y juventud, tuvo que hacerse cargo -ya en 1243- de operaciones militares en el sur, firmando en Alcaraz -lugar de origen de las pinturas de la segunda exposición- un pacto que le permitió entrar en Murcia, y, al año siguiente, otro pacto, el de Almizra, con Jaime I de Aragón, estableciendo los límites entre ambos reinos.




Al pasar por el centro de los cuatro brazos de la cruz puede verse la exposición permanente en la parte baja.






En 1252 accedió al trono con un largo camino en sus pies, intentando modernizar una sociedad feudal, dominada por tics antiguos como seguiría. En 1273 creó la Mesta, con el establecimiento de cañadas, uno de sus logros económicos, porque para estimular el espíritu hay que tener bien atendidas las cosas terrenales.







uvo una gran actividad conquistadora, en el sur, y repobladora, tanto en el sur como en el norte, dando privilegios, fueros, mercados, etc.





Expuso su clara concepción del poder político regio y de su primacía jurídica, y reorganizó las instituciones, convocando en varias ocasiones Cortes y Ayuntamientos.






Fue un rey historiador, legislador y juez, y tuvo relaciones difíciles con la Iglesia.






Como su territorio aumentó mucho, dio impulso a la industria naval, trazó una red de caminos norte-sur, suprimió portazgos y otros impuestos sobre el tránsito de mercancías, fundó nuevas ferias y mercados, y acuñó moneda de cobre o vellón para facilitar las transacciones comerciales.



Bajo la expresión de Scriptorium Alfonsí se designa al conjunto de integrantes, de diferentes territorios y tradiciones culturales, que estuvieron asociados al proyecto cultural regio. Se preocupó por la lengua y la educación, con el latín descompuesto en múltiples romances dio impulso al castellano, manifestó su devoción mariana en las Cantigas, estudió los astros tratando de descifrar los enigmas a través de los que hablan, recopiló el material científico elaborando tablas astronómicas, promovió las traducciones de textos árabes, trató de la integración de los judíos, e incluso se interesó por temas más lúdicos escribiendo el Libro de los Juegos.


Con la mirada manchada de dudas sintió sus ilusiones vivir dentro de él y alimentar los rescoldos de un fuego que quizá en algún momento creyó apagado, pero le llegaba la tarde, se acercaba al final de su reinado sin haber podido poner en práctica todas sus medidas políticas ante la oposición de los sectores privilegiados, la Nobleza y la Iglesia, porque los poderosos no se atienen a las leyes, son leyes ellos mismos.

En sus últimos años de reinado se quebró el camino que parecía recto, estando marcados por una profunda crisis al morir en 1275 el heredero, el infante don Fernando de la Cerda, y sublevarse contra él su otro hijo, el infante don Sancho.


Sus ojos se oscurecieron y la muerte alcanzó al rey en 1282, en Sevilla, con sus lealtades divididas, con las esperanzas que había levantado perdidas, sin dejar como heredero a su hijo Sancho, prefiriendo a su nieto mayor. No obstante, Sancho tuvo los suficientes apoyos para imponerse como sucesor.






En resumen, una magnífica exposición sobre este hombre, símbolo heliotrópico, con todos como girasoles volviendo la cara a su luz.

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