jueves, 11 de junio de 2020


Color marrón.

El simbolismo del color tenía más significados en otros tiempos que ahora. En Grecia, la coloración de las túnicas era simbólica: blanco-pureza, azul-altruismo e integridad, rojo-amor y sacrificio. En los primeros tiempos del cristianismo no había una norma que determinara el color de las vestiduras sacerdotales. Fue en el siglo XII cuando se establecieron los colores blanco, rojo, verde y negro, a los que más tarde se añadió el morado. También en heráldica el simbolismo del color juega un papel importante, utilizando un lenguaje que le es característico: amarillo-oro, blanco-plata, rojo-gules, azul-azur, verde-sinople, morado-púrpura y negro-sable.

El marrón es el color de las cosas terrenales, el color de la tierra, que crea un sentimiento de estabilidad, simplicidad. También puede recordar el barro y la suciedad. Puede utilizarse en multitud de elementos como estantes de cocina o de libros, mesas, cuadros, cortinas, relojes, alfombras, etc. Combinando el marrón con el naranja se consigue un ambiente acogedor.



Pieter Bruegel El Viejo, Juegos de niños, 1560, 1610x1180 cm.
La plaza a vista de pájaro, en transición de un entorno urbano a uno rural en los bordes, con una cantidad impresionante de figuras. A la derecha se abre una larga calle, dispuesta en perspectiva central, que conduce al centro de la ciudad, donde una torre de iglesia o del ayuntamiento se eleva hacia el cielo. El edificio almenado en el borde de la plaza se abre en una galería que corre paralela al curso de la corriente. A la izquierda aparece un pueblo idílico en el horizonte. Los niños, más de 230 en total, están ocupados en 83 juegos diferentes. Es una visión enciclopédica de los juegos infantiles de su tiempo, aunque la pequeñez de las figuras obliga a descifrarlos como en un entretenido pasatiempo. En algún caso se ha aceptado una interpretación menos simple y orientada al humanismo, la de las actividades infantiles aparentemente inútiles como parábola para la insensatez y la necedad del comportamiento humano.

Pieter Bruegel el Viejo, Proverbios flamencos, 1559, 163x117 cm.
Este pintor y grabador del renacimiento holandés fue famoso por sus paisajes y escenas campesinas. Adquirió experiencia en Italia y Francia antes de ir a Amberes. Su influencia principal proviene del viejo maestro holandés Hieronymus Bosch, aunque su mayor inspiración la extrae directamente de la naturaleza. Aunque en su época dominaba el estilo italiano, él prefiere una forma algo más simple. Fue el pionero de la pintura de género holandés porque su enfoque principal estaba en la vida del pueblo, como se ve en esta obra.

Paul Gauguin, Vincent van Gogh pintando girasoles, 1888.
Gauguin pintó este cuadro durante su breve estancia en Arles. Van Gogh le había pedido que fuera a Provenza para ayudarle a crear una colonia de artistas en Arles, pero, finalmente, acabaron enfrentados. Van Gogh se reconoció pero sintió que Gauguin lo había retratado como un loco. La escena se representa desde arriba, con los componentes esenciales cortados por el borde del lienzo: el propio pintor, su paleta y caballete y la mesa con el jarrón de girasoles. El centro está bastante vacío. La imagen está pintada en arpillera, con una superficie rugosa y granulada.

Artemisia Gentileschi, Autorretrato como alegoría de la Pintura, 1638-39.

Sostiene un pincel en una mano y una paleta en la otra, identificándose como la personificación femenina de la pintura, que se describió como una mujer hermosa, con el pelo negro y completo, despeinada y retorcida, en una posición complicada de capturar, con las cejas arqueadas que muestran un pensamiento imaginativo, con una cadena de oro en la garganta de la que cuelga una máscara. El trabajo también es un autorretrato. Usa un delantal marrón sobre vestido verde y parece apoyarse en una losa de piedra utilizada para moler pigmentos.


Vincent van Gogh, Naturaleza muerta con Biblia, 1885, Nuenen, The Netherlands.
Esta gran Biblia había pertenecido a su padre, un ministro protestante y la pintó al poco de que éste muriera. Al lado colocó su propia copia de “La joie de vivre” de ÉmileZola, novela en la que veía una especie de “biblia” para la vida moderna. Los dos libros juntos simbolizan las dos diferentes cosmovisiones. A primera vista parece un bodegón del siglo XVII, cuando tales objetos eran considerados símbolos de mortalidad y de la idea general del conocimiento, el clima y otras cosas terrenales que se veían en contraste con la naturaleza eterna de la fe. En esta obra quiere demostrarle a su hermano, con el que habían hablado del tema, que el negro puede usarse con buenos resultados, pero su hermano pensó que los colores quedaban oscuros y sombríos y le animó a usar tonos más brillantes y claros, como los de los impresionistas.

Rembrandt Harmensz van Rijn, Los Síndicos, 1662, 2790x1915 mm.
Rembrandt los retrata de manera realista, como si acabara de distraer a los guardianes del gremio de draperistas de Ámsterdan de su trabajo. El sirviente, en el fondo, es el único sin sombrero. Para evitar tener todas las cabezas al mismo nivel, uno de los funcionarios está de pie, a punto de sentarse. Estas soluciones, las pinceladas sueltas y la luz sutil hacen de este uno de los retratos grupales más animados del siglo XVII. El cuadro estaba destinado a la chimenea de la sala de conferencias del gremio, por lo que ha ajustado su perspectiva: estamos mirando la mesa desde abajo.

Jean-Honoré Fragonard, Muchacha leyendo, 1770, 81,1x64,8 cm.
Fragonard encarna la estética de la pintura del siglo XVIII más por su pincelada y color que por la influencia de sus dos maestros, Boucher y Chardin. En este cuadro, el tema se muestra de perfil con un libro en la mano derecha y completamente absorto en la lectura. Parece sentada ante una ventana cuya luz ilumina su rostro y cuerpo, proyectando tenue sombra sobre la pared. Lleva un vestido amarillo limón con cuello blanco y puños acentuados con cintas lilas en el corpiño, cuello y cabello. Descansa en mullidas almohadas de tonos marrones cálidos. Cada textura se representa en una pincelada diferente. Parece reflejar un momento íntimo, pero el amarillo brillante del vestido y los trazos agitados chocan con la soledad asociada con la lectura.

Rembrandt, Jacob luchando con el Ángel, 1659, 116x137 cm.

Este episodio bíblico fue muy representado como tema artístico. En su camino de vuelta a Canaan, Jacob lucha con un ser que se interpreta como un ángel, un hombre o un dios. Aunque el ángel toca el muslo de Jacob descoyuntándolo, éste no deja de luchar. El ángel cambia el nombre de Jacob por el de Israel (“lucha con Dios”), porque ha luchado con Dios y con los hombres y ha vencido, pero no dice su propio nombre a pesar de que Jacob se lo preguntó. Al lugar de la lucha Jacob puso el nombre de Peniel (“el rostro de Dios”).



Johannes Vermeer, La Callejuela, 1658, 440x543 mm.

Esta obra también es conocida como “Vista de casas en Delft”, y es la única escena al aire libre de Vermeer de este tipo: una calle tranquila con pocas figuras. El artista captura con detalle los diversos materiales: los ladrillos desgastados de la mampostería, el brillo de las ventanas de plomo y la pared de yeso blanco. La pintura se aplicó de forma espesa en unos puntos y más escasa en otros. En algunos lugares es lisa y en otros tiene una textura granulada.



Giuseppe Pellizza da Volpedo, El Cuarto Estado, 1901, 283x550 cm.
Este gran lienzo es el resultado definitivo de un proceso creativo que abarcó diez años. Como se formó en Roma y Florencia, los modelos renacentistas de Rafael y Miguel Ángel inspiran la tranquila dignidad de los trabajadores traducida en su pose y la elocuencia retórica de sus gestos. Representa al proletariado, a un grupo de obreros en huelga. En los momentos de la revolución industrial se necesita mano de obra abundante, oportunidad de empleo para muchos campesinos que hacían frente a las crisis de subsistencia cíclicas en el medio rural ocasionadas por las malas cosechas. Aunque la pintura se sitúa en la Italia recién unificada, este movimiento del campo hacia las periferias industriales de las ciudades se dio en la mayoría de los países desarrollados europeos.

Caspar David Friedrich, Mujer en la ventana, 1822, 73x44,1 cm.

Caroline, la joven esposa del pintor, se encuentra en la ventana del estudio de éste. De espaldas al espectador, mira al otro lado del río Elba. El interior desnudo del estudio se compone de estrictos horizontales y verticales. Las únicas señales de vida son la figura de la mujer, la delicada línea verde de los álamos y el cielo de primavera. Friedrich ha adoptado un tema favorito del Romanticismo, donde el marco de una ventana une la proximidad y la distancia y evoca un anhelo por lo desconocido. La mirada hacia afuera, contemplando la naturaleza, también se dirige hacia el centro espiritual del individuo.


Frida Kahlo, Mi nana y yo, 1937.
Cuando Frida contaba con once meses de edad, su madre dio a luz a Cristina, la hija menor, y la pequeña Frida fue encomendada a una indígena para que la alimentara y cuidara. El cuadro es un autorretrato con el cuerpo de bebé, sostenida por su nana, una indígena cuya rostro no se distingue al estar oculto por una máscara precolombina, lo que impide ver si le agrada su trabajo. El seno izquierdo muestra las glándulas mamarias y del derecho emanan dos gotas de leche. La lluvia lechosa del fondo se refiere a la explicación que le dio la nodriza sobre el fenómeno de la lluvia: “Las gotas de lluvia son leche de la Virgen”, y es esta leche la que da origen a una vegetación exuberante, de la que sobresale una nueva especie, una gran hoja de un  blanco-lechoso.

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