Color marrón.
El simbolismo del color tenía más significados en otros
tiempos que ahora. En Grecia, la coloración de las túnicas era simbólica:
blanco-pureza, azul-altruismo e integridad, rojo-amor y sacrificio. En los
primeros tiempos del cristianismo no había una norma que determinara el color
de las vestiduras sacerdotales. Fue en el siglo XII cuando se establecieron los
colores blanco, rojo, verde y negro, a los que más tarde se añadió el morado.
También en heráldica el simbolismo del color juega un papel importante,
utilizando un lenguaje que le es característico: amarillo-oro, blanco-plata,
rojo-gules, azul-azur, verde-sinople, morado-púrpura y negro-sable.
El marrón es el color de las cosas terrenales, el color de
la tierra, que crea un sentimiento de estabilidad, simplicidad. También puede
recordar el barro y la suciedad. Puede utilizarse en multitud de elementos como
estantes de cocina o de libros, mesas, cuadros, cortinas, relojes, alfombras,
etc. Combinando el marrón con el naranja se consigue un ambiente acogedor.
Pieter Bruegel El Viejo, Juegos de niños, 1560, 1610x1180
cm.
La plaza a vista de pájaro, en transición de un entorno
urbano a uno rural en los bordes, con una cantidad impresionante de figuras. A
la derecha se abre una larga calle, dispuesta en perspectiva central, que
conduce al centro de la ciudad, donde una torre de iglesia o del ayuntamiento
se eleva hacia el cielo. El edificio almenado en el borde de la plaza se abre
en una galería que corre paralela al curso de la corriente. A la izquierda aparece
un pueblo idílico en el horizonte. Los niños, más de 230 en total, están
ocupados en 83 juegos diferentes. Es una visión enciclopédica de los juegos
infantiles de su tiempo, aunque la pequeñez de las figuras obliga a
descifrarlos como en un entretenido pasatiempo. En algún caso se ha aceptado
una interpretación menos simple y orientada al humanismo, la de las actividades
infantiles aparentemente inútiles como parábola para la insensatez y la necedad
del comportamiento humano.
Pieter Bruegel el Viejo, Proverbios flamencos, 1559, 163x117
cm.
Este pintor y grabador del renacimiento holandés fue famoso
por sus paisajes y escenas campesinas. Adquirió experiencia en Italia y Francia
antes de ir a Amberes. Su influencia principal proviene del viejo maestro
holandés Hieronymus Bosch, aunque su mayor inspiración la extrae directamente
de la naturaleza. Aunque en su época dominaba el estilo italiano, él prefiere
una forma algo más simple. Fue el pionero de la pintura de género holandés
porque su enfoque principal estaba en la vida del pueblo, como se ve en esta
obra.
Paul Gauguin, Vincent van Gogh pintando girasoles, 1888.
Gauguin pintó este cuadro durante su breve estancia en
Arles. Van Gogh le había pedido que fuera a Provenza para ayudarle a crear una
colonia de artistas en Arles, pero, finalmente, acabaron enfrentados. Van Gogh
se reconoció pero sintió que Gauguin lo había retratado como un loco. La escena
se representa desde arriba, con los componentes esenciales cortados por el
borde del lienzo: el propio pintor, su paleta y caballete y la mesa con el
jarrón de girasoles. El centro está bastante vacío. La imagen está pintada en
arpillera, con una superficie rugosa y granulada.
Artemisia Gentileschi, Autorretrato como alegoría de la
Pintura, 1638-39.
Sostiene un pincel en una mano y una paleta en la otra,
identificándose como la personificación femenina de la pintura, que se
describió como una mujer hermosa, con el pelo negro y completo, despeinada y
retorcida, en una posición complicada de capturar, con las cejas arqueadas que
muestran un pensamiento imaginativo, con una cadena de oro en la garganta de la
que cuelga una máscara. El trabajo también es un autorretrato. Usa un delantal
marrón sobre vestido verde y parece apoyarse en una losa de piedra utilizada
para moler pigmentos.
Vincent van Gogh, Naturaleza muerta con Biblia, 1885,
Nuenen, The Netherlands.
Esta gran Biblia había pertenecido a su padre, un ministro
protestante y la pintó al poco de que éste muriera. Al lado colocó su propia
copia de “La joie de vivre” de ÉmileZola, novela en la que veía una especie de
“biblia” para la vida moderna. Los dos libros juntos simbolizan las dos
diferentes cosmovisiones. A primera vista parece un bodegón del siglo XVII, cuando
tales objetos eran considerados símbolos de mortalidad y de la idea general del
conocimiento, el clima y otras cosas terrenales que se veían en contraste con
la naturaleza eterna de la fe. En esta obra quiere demostrarle a su hermano,
con el que habían hablado del tema, que el negro puede usarse con buenos
resultados, pero su hermano pensó que los colores quedaban oscuros y sombríos y
le animó a usar tonos más brillantes y claros, como los de los impresionistas.
Rembrandt Harmensz van Rijn, Los Síndicos, 1662, 2790x1915
mm.
Rembrandt los retrata de manera realista, como si acabara de
distraer a los guardianes del gremio de draperistas de Ámsterdan de su trabajo.
El sirviente, en el fondo, es el único sin sombrero. Para evitar tener todas
las cabezas al mismo nivel, uno de los funcionarios está de pie, a punto de
sentarse. Estas soluciones, las pinceladas sueltas y la luz sutil hacen de este
uno de los retratos grupales más animados del siglo XVII. El cuadro estaba
destinado a la chimenea de la sala de conferencias del gremio, por lo que ha
ajustado su perspectiva: estamos mirando la mesa desde abajo.
Jean-Honoré Fragonard, Muchacha leyendo, 1770, 81,1x64,8 cm.
Fragonard encarna la estética de la pintura del siglo XVIII
más por su pincelada y color que por la influencia de sus dos maestros, Boucher
y Chardin. En este cuadro, el tema se muestra de perfil con un libro en la mano
derecha y completamente absorto en la lectura. Parece sentada ante una ventana
cuya luz ilumina su rostro y cuerpo, proyectando tenue sombra sobre la pared.
Lleva un vestido amarillo limón con cuello blanco y puños acentuados con cintas
lilas en el corpiño, cuello y cabello. Descansa en mullidas almohadas de tonos
marrones cálidos. Cada textura se representa en una pincelada diferente. Parece
reflejar un momento íntimo, pero el amarillo brillante del vestido y los trazos
agitados chocan con la soledad asociada con la lectura.
Rembrandt, Jacob luchando con el Ángel, 1659, 116x137 cm.
Este episodio bíblico fue muy representado como tema
artístico. En su camino de vuelta a Canaan, Jacob lucha con un ser que se
interpreta como un ángel, un hombre o un dios. Aunque el ángel toca el muslo de
Jacob descoyuntándolo, éste no deja de luchar. El ángel cambia el nombre de
Jacob por el de Israel (“lucha con Dios”), porque ha luchado con Dios y con los
hombres y ha vencido, pero no dice su propio nombre a pesar de que Jacob se lo
preguntó. Al lugar de la lucha Jacob puso el nombre de Peniel (“el rostro de
Dios”).
Johannes Vermeer, La Callejuela, 1658, 440x543 mm.
Esta obra también es conocida como “Vista de casas en
Delft”, y es la única escena al aire libre de Vermeer de este tipo: una calle
tranquila con pocas figuras. El artista captura con detalle los diversos
materiales: los ladrillos desgastados de la mampostería, el brillo de las
ventanas de plomo y la pared de yeso blanco. La pintura se aplicó de forma
espesa en unos puntos y más escasa en otros. En algunos lugares es lisa y en
otros tiene una textura granulada.
Este gran lienzo es el resultado definitivo de un proceso
creativo que abarcó diez años. Como se formó en Roma y Florencia, los modelos
renacentistas de Rafael y Miguel Ángel inspiran la tranquila dignidad de los
trabajadores traducida en su pose y la elocuencia retórica de sus gestos.
Representa al proletariado, a un grupo de obreros en huelga. En los momentos de
la revolución industrial se necesita mano de obra abundante, oportunidad de
empleo para muchos campesinos que hacían frente a las crisis de subsistencia
cíclicas en el medio rural ocasionadas por las malas cosechas. Aunque la
pintura se sitúa en la Italia recién unificada, este movimiento del campo hacia
las periferias industriales de las ciudades se dio en la mayoría de los países
desarrollados europeos.
Caroline, la joven esposa del pintor, se encuentra en la
ventana del estudio de éste. De espaldas al espectador, mira al otro lado del
río Elba. El interior desnudo del estudio se compone de estrictos horizontales
y verticales. Las únicas señales de vida son la figura de la mujer, la delicada
línea verde de los álamos y el cielo de primavera. Friedrich ha adoptado un
tema favorito del Romanticismo, donde el marco de una ventana une la proximidad
y la distancia y evoca un anhelo por lo desconocido. La mirada hacia afuera,
contemplando la naturaleza, también se dirige hacia el centro espiritual del
individuo.
Cuando Frida contaba con once meses de edad, su madre dio a
luz a Cristina, la hija menor, y la pequeña Frida fue encomendada a una
indígena para que la alimentara y cuidara. El cuadro es un autorretrato con el
cuerpo de bebé, sostenida por su nana, una indígena cuya rostro no se distingue
al estar oculto por una máscara precolombina, lo que impide ver si le agrada su
trabajo. El seno izquierdo muestra las glándulas mamarias y del derecho emanan
dos gotas de leche. La lluvia lechosa del fondo se refiere a la explicación que
le dio la nodriza sobre el fenómeno de la lluvia: “Las gotas de lluvia son
leche de la Virgen”, y es esta leche la que da origen a una vegetación
exuberante, de la que sobresale una nueva especie, una gran hoja de un blanco-lechoso.
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