sábado, 28 de febrero de 2015

Banco de España: Cámara acorazada. 

Vamos a visitar, por intercesión de Nuria, la cámara acorazada del Banco de España. El edificio, en estilo ecléctico, ya es imponente por fuera –el arte siempre utilizado como medio de exaltación del 
Benjamín, NURIA y José Luis
poder-, con una marcada horizontalidad compensada por la gradación del tamaño de los vanos en las distintas plantas, y con un curioso reloj inglés en la fachada, coronado por una bola dorada. Las obras se iniciaron en 1884 y  hubo ampliaciones en 1927 (calle de Alcalá, nuevo patio de operaciones y cámara acorazada), 1969 (calles de Los Madrazo y Marqués de Cubas –antes calle del Turco, donde fue asesinado el general Juan Prim en 1870-) y 2006 (proyecto de Rafael Moneo), para una superficie total construida de 4.736 m2.

Mientras llega la hora vemos el nuevo patio de operaciones, de 27 m de altura y unos 900 m2, que se aparta algo del concepto clásico y presenta ejemplos de Art Decó, como la vidriera superior o el reloj del centro. Se forma el grupo y bajamos hasta el primero de los ascensores, el cuello de
botella de la visita. Con curiosidad arqueológica y con ojos exploratorios descendemos unos 8 m y llegamos a la primera de las puertas acorazadas. Todas están fabricadas en acero inoxidable por la casa York en EE.UU., pesan 13,5 Tm aunque se mueven fácilmente, deben protegerse porque cualquier mota de polvo impediría su apertura para la que necesitan dos llaves y dos claves. Tras la puerta llegamos a una sala donde hay un gran mapa de España en relieve, fotografías y unos grabados que representan las fases del proceso de construcción de las bóvedas. En la sala contigua tomamos otro ascensor con el que descendemos 28 m, 36 m en total, y salimos a un estrecho pasillo donde puede sentirse una sensación claustrofóbica, en una zona que podría quedar anegada en caso de intento de robo por la canalización del arroyo subterráneo Oropesa, que también alimenta a la Cibeles. Es el arma secreta.

Cruzamos un pequeño puente, pasamos por otra puerta y se llega a una sala alargada con otras dos
puertas a los lados. A la izquierda hay dos salas con cajas para distintos ministerios e instituciones y donde se guardan trofeos ocasionales (Copa de fútbol). A la derecha hay otras cinco salas. En total son unos 2.500 m2, de los que 1.500 m2 son muros. Entramos a la derecha, a un vestíbulo. De frente se guarda la colección numismática, de más de 500.000 monedas. A un lado hay dos salas donde se guardaba la plata, inexistente ahora, y, al otro lado hay otras dos salas, con estanterías metálicas. En la primera sólo hay unos “zapatos” metálicos para proteger los pies de los trabajadores y en la segunda hay unas 90 Tm de oro, un tercio de las 280 Tm de que se dispone actualmente –en 1936 había 710 Tm y en 1999 había 523 Tm, pero el ministro Pedro Solbes vendió casi la mitad de la reserva-, estando los otros dos tercios en el R.U. y en EE.UU.

Las 90 Tm se dividen en tres apartados: el de Mont de Marsan (monedas –dólares principalmente- que fueron a Francia en garantía de un préstamo concedido en 1931, de las que volvió el resto), el de fundición en lingotes y el de los lingotes reglados, aunque hay algunos irregulares. Una observación
detenida revela un segundo nivel más allá de la primera apariencia: algunos están marcados, como unos nazis. En total son 5.400 lingotes y cerca de dos millones de monedas. La guía habla con el entusiasmo de quien pone un subrayado y nosotros nos preguntamos si todo esto es cierto o está coloreado por la imaginación. La esperanza relampaguea como el oro, y viceversa, y los malos
pensamientos pugnan por hacerse un hueco, pero cada lingote pesa 12,5 kg y se maneja mal, por lo que decidimos pensar que la riqueza no se mide por las cosas que se poseen sino por aquellas de las que sabemos prescindir. Aunque conservamos intactas determinadas ignorancias, hemos aprendido algo. Al volver sobre nuestros pasos la cámara recupera su silencio y su soledad.

Aquí acaba la visita, pero una amiga de Nuria, Ana, nos enseña algo más. Vamos al antiguo patio de operaciones, la actual biblioteca, magnífica y solitaria. Pasamos por pasillos con cajas de seguridad antiguas, el Centro de Estudios, etc., y por una impresionante escalera con una gran maqueta del edificio debajo. Seguimos por la Escalera Real –a la que se accede por la puerta del Príncipe, desde el Paseo del Prado-, en mármol de Carrara, con peldaños de una sola pieza de 6 m, que tiene encima vidrieras de estilo simbolista con figuras alegóricas como la diosa Fortuna, con el cuerno de la abundancia, repartiendo monedas de oro. Al lado está, en la ampliación de 1936 –como consta en el dintel- el vestíbulo dedicado a José Echegaray –dramaturgo y ministro de Fomento y Hacienda, que dio al banco la facultad de emitir-, con un motivo escultórico recurrente, Mercurio, dios romano del comercio y protector del banco. Tras pisar -con mucho cuidado- las gruesas alfombras del piso superior, el noble, salimos.

En la calle, recuperamos el pulso de la ciudad, que hierve en multitudes. Nos vamos pensando en poner en práctica el consejo de Ana de que nos inscribamos en la visita general. Así lo haremos otro día y, mientras tanto, agradecemos a Nuria y Ana su amabilidad de esta ocasión.


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